domingo, 19 de diciembre de 2010

Baudelaire, poeta maldito

Charles Baudelaire, en una foto de alrededor de 1850

Por Leonardo Venta

“La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana”.
Charles Baudelaire

El 1º de setiembre de 1867, un pequeñísimo cortejo acompañó al cementerio de Montparnasse los restos del poeta y crítico francés Charles Baudelaire. En la procesión, integrada por cuatro o cinco personas, no figuraba ninguna personalidad pública, ningún escritor notable, ni siquiera Théophile Gautier, a quien dedicó su único libro de poemas.

Charles Baudelaire, cuya vida atormentada le llevó a una muerte prematura, cuando contaba con apenas 46 años, integra la lista de los poetas malditos, junto a Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, Laforgue y Corbière.

Enfureció al gobierno francés con Las flores del mal, una recopilación de poemas que vio la luz en 1857, siendo objeto de un proceso judicial por ofensas a la moral y a las buenas costumbres. Sólo después de retirar el autor seis poemas del libro se accedió a su publicación.

Toda la crítica seria reprobó a Baudelaire en vida. Solamente Paul Verlaine, cuando era aún un desconocido, se atrevió a dedicarle un laudatorio artículo a raíz de su muerte. El tiempo, sin embargo, ha redimido su nombre. Hoy es reconocido precursor de la poesía moderna y el mayor de los poetas franceses de su época.

El poeta, novelista y ensayista cubano Guillermo Rodríguez Rivera en el prólogo de la publicación de Las flores del mal en 1976 por Editorial Arte y Literatura afirma: “es una síntesis de lo más significativo de la poesía francesa del siglo XIX y, a la vez el inicio innegable de la poesía moderna. Y no sólo de Francia”.


Después de publicado Las flores del mal, libro al que dedicó prácticamente toda su vida, su siguiente obra, Los paraísos artificiales (1860), realiza un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias e inspirado en Confesiones de un comedor de opio inglés, del escritor británico Thomas De Quincey.


Destaca asimismo, entre las publicaciones de Baudelaire, Pequeños poemas en prosa, en que funde espléndidamente la narrativa con la lírica, prefigurando a Rimbaud, Lautréamont, Laforgue, por sólo mencionar algunos nombres. Por lo demás, sus diarios íntimos, que comenzó a escribir en 1861, Cohetes, y Mi corazón al desnudo, completan su reducida y valiosa producción literaria.


En 1867, fallece, víctima de una terrible enfermedad, tras permanecer un año paralítico y privado de la facultad de hablar. Sin embargo, sus diarios íntimos no se publican – al igual que casi todo su trabajo literario – hasta después de su muerte.


Baudelaire sondea lo más oscuro de una sociedad opresiva que desprecia hondamente. Este ser maldito, poeta-criatura atormentada, bebe de las aguas contaminadas de la prostitución, del alcohol y las drogas, para explayarse en el irreverente e impetuoso gemido de su voz lírica.

“El Demonio a mi lado se agita sin cesar…/ Nada en torno de mí como un aire impalpable; yo lo trago y lo siento mis pulmones quemar, / de un deseo llenándolos infinito y culpable”, brama Baudelaire en “La Destrucción”, una de sus más desgarradoras composiciones.


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