lunes, 30 de agosto de 2010

La Habana en dos películas de Gutiérrez Alea

El protagonista de Memorias del subdesarrollo, Sergio Corrieri, contempla su sacudida Habana desde un catalejo
Por Leonardo Venta

Tomás Gutiérrez Alea, Titón, el más laureado director cubano de cine, y uno de los más destacados en Latinoamérica, cuenta en su haber filmes como "Las doce sillas" (1962), "La muerte de un burócrata" (1966) y "Memorias del subdesarrollo" (1968).

Son asimismo notables sus realizaciones "Los sobrevivientes" (1978), "La última cena" (1976); así como "Fresa y Chocolate" (1993), premio Goya de la Academia de Cinematografía Española y nominada para el hollywoodense Oscar; y "Guantanamera" (1995), ambas codirigidas con Juan Carlos Tabío.

“Memorias del Subdesarrollo”, cuyo guión se escribe a partir de la novela homónima de Edmundo Desnoes, es el monólogo de su protagonista, Sergio Corrieri, que aborda con audaz y temprana reserva la problemática posrevolucionaria de Cuba. Sergio, un intelectual burgués, se transforma en alienado testigo impotente de los bruscos cambios operados en su medio.

“Fresa y chocolate”, basada en el cuento de Senel Paz, “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, marca una evolución decisiva en la trayectoria de Titón. El filme denuncia por primera vez la actitud de intolerancia del sistema cubano con los homosexuales, además de apuntar hacia otras obvias arbitrariedades oficiales.

Diego, un chispeante y culto joven homosexual, se enamora de David, prejuicioso, heterosexual y comunista. La relación evoluciona del rechazo a una admirable amistad en que los valores solidarios y la tolerancia se imponen a ideologías y preferencias sexuales divergentes.

“Fresa y chocolate” desconcierta, al aparentemente burlar la notoria censura del régimen cubano, abriendo cuestionamientos que especulan la posibilidad de una apertura en la isla, la incólume condición de vaca sagrada de Titón, o un ardid del propio sistema para menguar su mala reputación de intransigente.

En una entrevista durante la filmación de esta película, el ya desaparecido Titón declaró: "Para mí el cine sigue siendo un instrumento valiosísimo de penetración de la realidad (...) Te da la posibilidad de manipular distintos aspectos de la realidad, crear nuevos significados y es en ese juego que uno aprende lo que es el mundo".

Lo oculto es develado mediante logradas metáforas cinematográficas. Cuando David - el joven revolucionario en “Fresa y chocolote” - repasa con su mirada la sala del apartamento de Diego (el homosexual), opera una síntesis visual de la historia de Cuba, de su gloria pasada, de su realidad perdida, sugiriendo la crítica intuitiva que el espectador debe procesar por sí mismo.

La crisis de conciencia del Sergio de “Memorias del subdesarrollo” se repite en el Diego de “Fresa y chocolate”, a pesar de que entre ambas cintas median veinte y tantos años de diferencia. La culpabilidad y el ostracismo del primero se abanican en el segundo. ¿Concomitancia? ¿Ambages inculpatorios?

El protagonismo de la entrañable y sufrida Habana, cuyo encanto palidece ante el deterioro, es otro de los rasgos que comparten ambas cintas. Titón parece llamarnos a la concienciación de lo que se está perdiendo. Sin embargo, Diego y Sergio manifiestan sus deseos de sobrevivir en una urbe estampada por la paradoja del esplendor más acallado y el cataclismo más palmario.

Por lo demás, la capital cubana evoluciona en el tiempo en ambas cintas. La última se acerca más al caos, marcado por la amenaza del colapso del campo socialista, los estragos devastadores de los años y la falta de mantenimiento de sus edificaciones.

Al decir de Tomas Gutiérrez Alea: “El cine no puede evitar nutrirse directamente de aspectos de la realidad y conformar con ellos una obra, que por fuerza tiene que tener una significación y una incidencia sobre la realidad misma”. Con genio y maña artística, este gran cineasta ha dejado huellas de una Habana que se desmorona a la par que su gente.




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