viernes, 9 de julio de 2010

La función nociva del mito


Por Leonardo Venta

La definición tradicional establece que el mito describe y retrata en lenguaje simbólico el origen de los elementos y supuestos básicos de una cultura. No obstante, es un tipo de discurso, un modo de significación que va más allá de su acepción original. Cualquier cosa puede convertirse en un mito, ya que todo objeto, o realidad, puede pasar de una forma cerrada, o existencia silenciosa, a otro estado oral, explicito, disponible como agente activo.

Antigua o no, la mitología sólo puede tener un fundamento histórico, ya que el mito es un tipo de discurso escogido por la historia, una especie de mensaje. Por ende, el mito está conferido a los modos de la escritura y a otras representaciones, como la fotografía, el cine, el reportaje y la publicidad en general.

Todos los materiales que componen el mito presuponen una manera de significación. El mito nos impone su dominio en el juego constante entre sentido y forma. La verdad no está garantizada en él, nada puede prevenirla de ser víctima de una coartada, su significante siempre tiene a disposición más de una opción – significados.

Por otra parte, el mito es una clase de discurso definido por su intención. La historia adulterada por éste, en sus múltiples repeticiones, es finalmente asimilada como un hecho natural y verdadero. El lenguaje, por su carácter vago y subjetivo, es su mejor presa.

El mito puede alcanzar y corromperlo todo. Su trabajo es el de justificar una intención histórica, una especie de manifestación natural, aparentando lo eterno de su fortuna. Su función es la de vaciar la realidad (o verdad) para ocuparla, adulterándola, parcial o totalmente.

El mito, que amordaza la verdad, está junto a los que controlan el poder por su sentido eminentemente manipulador. Las clases favorecidas, aparte de establecerlo, lo manejan arteramente y propagan para mantener su supremacía. Por ejemplo, promulgan la hegemonía de ciertos grupos étnicos sobre otros, de ciertas naciones sobre otras, de determinadas ideologías, universalizando falacias que las masas llegan a asimilar como genuinas.

La mitología refleja el mundo, no como en realidad es, sino como algunos lo han diseñado para justificar y mantener sus ‘status quo’. El lenguaje del mito es un metalenguaje que amolda la historia a un mundo irreal y utópico para ser insertado en la mente del hombre.

Al crearse los mitos, se resaltan los aspectos positivos de un contexto, pero se ignoran o deforman sus elementos esenciales, no necesariamente positivos. El ejemplo clásico de la función adulteradora del mito es la que ilustra el erudito francés Roland Barthes a través del cartel que muestra a un soldado negro, de origen senegalés, saludando orgulloso la bandera francesa.

Este afiche sugiere que los negros inmigrantes en Francia viven satisfechos; sin embargo, su mensaje oculta las vejaciones discriminatorias que sufren. Otro mito es el que pondera la sexualidad de los latinos en Estados Unidos, presentándolos en el cine y la televisión como individuos supersensuales, hechos mejor para el sexo que para pensar.

Por supuesto, todo va cambiando lentamente hacia una forma más acertada de reflejar la realidad, aunque los mitos, con sus secuelas, permanecen latentes por un periodo de tiempo que se nos antoja eterno.

La labor del intelectual es la de revelar la justa proporción y correspondencia entre el objeto y el conocimiento, desenmascarando y desechando la función nociva del mito.

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