Alihaydee Carreño y Osmany Molina como Giselle y Albrecht |
Por Leonardo Venta
(Publicado, el 2 de marzo de 2007, en Las Américas Herald)
El mes de febrero, que se nos ha marchado como un soplo, es el más enamorado de todos los meses. Es el señor de las 28 jornadas – o 29, a veces – que hilvana ósculos, obsequia coloridas y fragantes flores, tentadoras golosinas, y – ¿por qué no? – conserva toda la ternura aglutinada del pasado. El magnífico Señor Febrero (consiéntasenos la soberana mayúscula para identificarle) nos visita cada año con escrupulosa precisión y contenida paciencia. Cada rincón del orbe le saluda entusiasmado, y somos saludados por él con la misma simpatía.
Miami recién estuvo enfrascada en amoroso duelo con este singular caballero arrebatado. Sí, la llamada “Ciudad del Sol” y su teatro Jackie Gleason de la playa, sucumbieron ante los románticos guiños de nuestro mes flechador. Los rayos del sol, todavía tenues para seducir corazones, le dieron paso a la enigmática luna de Giselle, la obra más emblemática del ballet romántico, insignia del amor inmortal, interpretada en dos memorables funciones por Alihaydée Carreño y su partenaire Osmany Molina, así como Lorena Feijóo y el lituano Mindaugas Bauzys, quien sustituyó a Rolando Sarabia, bailarín estrella lesionado.
Fue la misma Giselle que concibió Théophile Gautier, pero esta vez montada con gran esfuerzo e ilimitado amor y entrega por el Ballet Clásico Cubano de Miami, bajo la dirección de Pedro Pablo Peña y Magaly Suárez. Sí, en este siglo XXI, era aún la Giselle enamorada de las Lettres de l’Allemagne (Cartas de Alemania) de Heinrich Heine, del XIX, cuya obra poética, henchida de referencias míticas y paisajes fantásticos, sustentó la imaginación creativa del libretista Saint George, así como de los coreógrafos Coralli y Perrot, y, finalmente, de Marius Petipa.
Las dos puestas en escena de Giselle por el Ballet Clásico Cubano de Miami fueron sorprendentemente exitosas. No es secreto, para los conocedores de este hermoso arte, que Giselle, como afirmara el célebre crítico Harnold Haskel, desde su creación en 1841, no ha dejado de hacer o deshacer la reputación de una bailarina. Es, según muchos, el rol protagónico femenino más difícil de interpretar en el vasto repertorio del ballet.
En la heroína se combinan los dos grandes tipos de bailarinas. En el primer acto, es la campesina terrenal, pero que destila un latente presagio sideral desde el fondo de esa caracterización humana, que, a su vez, tiene que hacer gala de una férrea técnica clásica y un variado prisma de emociones. Atraviesa sentimientos que van desde el amor ingenuo y la dicha compartida a la desilusión, la impotencia, la locura y la muerte.
En el segundo acto, Giselle se transforma en un espíritu alado, en la más sublime poesía de la danza. Según Haskel, existe un fuerte lazo dramático entre el primer y el segundo acto. Giselle, transformada en espectro de los bosques o Willis, se impone a las redes que le tiende el desamor y la muerte, pero, al mismo tiempo, se debate entre su nueva naturaleza espectral, sujeta a las exigencias de Myrta, la vengativa Reina de las Willis, y su inmenso amor por el príncipe Albrecht.
Quedamos maravillados con el desempeño del cuerpo de baile en ambas funciones. ¡Un bravo para Magaly Suárez!, maître de estos bailarines. Las willis fueron expresivamente bellas, con sus exquisitos arabesques y torsos románticos sutilmente inclinados.
Arrancó ovaciones el trabajo minucioso, sincronizado y sobrio en los detalles, la entrega de los bailarines en sus variaciones; así como coincidimos con aquellos que hallaron en esta presentación de exilio el espíritu del Ballet Nacional de Cuba, con las características de su reconocida escuela: sus sensuales adagios, el vívido diálogo partenaire-bailarina, el brío desbordante, el virtuosismo prodigioso, y un gozo tan cubano y dulce, en el primer acto, como la caña de azúcar que crece de manera admirable en la bella isla antillana.
bella reseña de ballet, todo poesía.
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