Por Leonardo Venta
Paul Gauguin es el pintor postimpresionista francés cuyos colores exuberantes, formas bidimensionales planas, así como inusitadas temáticas, saturadas de gran subjetivismo, exotismo y valor simbólico, sellan la figura de uno de los Maestros del Arte Moderno.
Se le reconoce como abanderado del simbolismo y el fauvismo – que revoluciona el concepto del color –, junto a Vincent van Gogh y nombres como André Derain, Maurice de Vlaminck, Raoul Dufy, Georges Braque, Henri Manguin, Albert Marquet, Jean Puy, Emile Othon Friesz y Henri Matisse, su iniciador y principal exponente.
En 1874, conoce al pintor Camille Pizarro, de quien aprende la técnica del Impresionismo. Más tarde, sustituye los tonos naturalistas empleados por estos amantes de la luz natural sobre los objetos, por colores exaltados que ambicionan nuevos horizontes expresivos.
Asimismo, insatisfecho de las temáticas abordadas por muchos de los impresionistas, que considera triviales, redirige el curso de su proa artística hacia las soberanas aguas del Expresionismo.
Su alma convulsa, aventurera y atormentada, se identifica plenamente con esta nueva corriente que busca la expresión de los sentimientos y las emociones del autor, más que la representación de la realidad objetiva.
Hace uso del color en función de las emociones, violentando armónicamente los condicionamientos formales. Explora y expresa los laberintos subterráneos de los sueños y del subconsciente, en un ámbito en que las tonalidades que irradian los cuerpos y las impresiones se funden, sin sombras y claroscuros, para transportarse desde las sensaciones hasta las ideas.
Cultiva el paisajismo con una sensibilidad que imagina esferas mucho más profundas que las que el simple paisaje ofrece. Manifiesta un total desapruebo a la vida moderna europea, refugiándose en un mundo más cercano a la naturaleza y a la sencillez ontológica del hombre.
Su vida fue un constante viaje que comienza a los tres años de edad, cuando tiene que trasladarse, en 1851, de Francia a Perú, junto a su familia que huye de la represión de Napoleón III. Trabaja en la construcción del Canal de Panamá; se traslada a Martinica, lugar en el que le seduce la admirable simpleza del exotismo, rasgo que siempre le acompañará en sus trabajos.
En 1891, se retira del llamado ‘mundo civilizado’ hasta su muerte, excepto en el intervalo comprendido entre 1893 y 1895. Se establece en Papeete, ciudad de la Polinesia francesa situada en la costa nororiental de la isla de Tahití, en el sur del océano Pacífico.
Vive de una módica pensión que le envía un marchante de arte de París, hasta su fallecimiento, el 9 de mayo de 1903, en el pueblo de Atuana, isla de Dominica (islas Marquesas). Allí pinta la que ha sido catalogada como su obra maestra, el óleo sobre lienzo “¿De dónde venimos, qué somos, dónde vamos?” (Museo de Bellas Artes, Boston, Estados Unidos).
Sobre esta pieza alegórica, considerada también su testamento pictórico, terminada inmediatamente antes de su malogrado intento de suicidio, en diciembre de 1897, declara Gauguin en una misiva dirigida a su amigo pintor y coleccionista, el bohemio Georges-Daniel Monfreid:
"He de confesarte que mi decisión estaba ya tomada para el mes de diciembre. Pero entonces quería, antes de morir, pintar un gran cuadro que llevaba en la mente y, durante todo el mes, he trabajado día y noche con un ardor inaudito (...). El aspecto es terriblemente zafio (...). Se diría que está sin terminar. Aunque sea cierto que nadie es buen juez de sí mismo, me parece que este lienzo supera no sólo a los anteriores sino también a los que pueda hacer en el futuro. He puesto en él, antes de morir, toda mi energía y tanta pasión dolorida en circunstancias terribles y una visión tan límpida, sin correcciones, que desaparece la prematuridad y surge la vida (...). Las dos esquinas superiores son de un amarillo metálico con la inscripción a la izquierda y mi firma a la derecha, como un fresco con los bordes estropeados puesto sobre una pared. (...). Creo que está bien".
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