Foto: cortesía del Ballet de Orlando |
El entorno más sensible de la danza se replegó en un hondo sentir de duelo, cuando desde las primeras horas del 10 de noviembre de 2005 el mundo recibiera la noticia de la prematura muerte del bailarín Fernando Bujones en el Hospital Jackson Memorial de Miami.
A quien la famosa crítica del New York Times Anna Kisselgoff calificara en 1968 como “el mejor bailarín norteamericano de su generación”, fue diagnosticado de cáncer de pulmón el pasado septiembre, pero fuentes familiares afirmaron que falleció a causa de un melanoma maligno. A raíz del primer temible dictamen, había declarado a la prensa, que el testimonio del ciclista Lance Amstrong, sobreviviente de cáncer por casi nueve años, le alentaría a enfrentar la temible enfermedad. Pero la inescrupulosa muerte le jugó una mala pasada.
Bujones nació el 9 de marzo de 1955 en la ciudad de Miami. Sus padres, cubanos, decidieron regresar a su patria cuando él tenía siete años. Es allí donde comenzó su formación como bailarín, bajo la tutela del Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Alicia Alonso. Retornó con su familia a Miami en 1964. Dos años después recibió una beca para continuar sus estudios de danza en el New York City Ballet. En 1972, a los 17 años, pasó a integrar el elenco del prestigioso American Ballet Theatre, para convertirse en el primer bailarín más joven de la compañía.
Cuando Mikhail Baryshnikov fue nombrado director artístico de dicho grupo danzario en la década de los ochenta, Bujones, producto de discrepancias profesionales con el artista ruso, se vio precisado a abandonar la agrupación en 1985. Bajo el desempeño de una nueva directiva, fue invitado a bailar nuevamente con la compañía neoyorquina en la temporada de 1989-90. Ya en 1987 había ingresado como primer bailarín en el Ballet de Boston.
Los logros alcanzados por el bailarín cubanoamericano son numerosos. Basta señalar que en 1974 ganó la Medalla de Oro del Festival Internacional de Varna, Bulgaria, el más prestigioso concurso de ballet registrado a nivel mundial, convirtiéndose en el primer estadounidense en desplazar el poderío ruso en una competencia internacional de tal magnitud.
Obtuvo otros reconocimientos como el New York Times Award, el Boston's Elliot Norton Award y el Dance Magazine Award. En 1995, en una memorable función que tuviera como escenario el Metropolitan Opera House de Nueva York y junto a la compañía del American Ballet Theatre, Bujones se despidió de su público, el cual le otorgó una emocionante ovación de pie de 20 minutos.
A partir de entonces se dedicó al trabajo coreográfico, la docencia y la dirección artística. Dentro de esta nueva modalidad, en el año 2000, fue nombrado director artístico del Ballet Theater de Orlando, donde se mantuvo trabajando hasta el pasado septiembre, cuando, presionado por la seriedad de la enfermedad que le afectaba, decidió trasladarse a Miami para recibir tratamiento médico.
Se le recuerda por su puro tecnicismo clásico, colosales saltos, amplias y elegantes extensiones, vertiginosos entrechats, perfilada línea, alto sentido de musicalidad, fineza en los movimientos, así como por su versatilidad impar en el desempeño de roles protagónicos, los cuales caracterizó con exquisito y singular estilo.
Fernando Bujones personificó magistralmente encantadores príncipes: el Sigfrido de El lago de los cisnes, el Desiré de La bella durmiente, el enamorado Albretch de Giselle y con el que sueña Clara en el segundo acto de El cascauneces. También fue el romántico poeta de Las sílfides, el brioso Basilio de Don Quijote, el apuesto guerrero Solor de La bayadera y el donoso Franz de Copelia. Actuó en calidad de primer bailarín en los escenarios más importantes: la Ópera de París, el Ballet Stuttgart de Alemania, el Real Ballet de Londres; así como fue aplaudido por reyes y mandatarios. Como partenaire, acompañó a las mejores bailarinas de su tiempo, entre ellas, Natalia Makarova, Carla Fracci y Cynthia Gregory, por mencionar sólo tres diosas de la danza. Bujones paseó su arte alrededor de 34 países y bailó con más de 60 compañías.
Según afirma Kisselgoff, de joven tuvo Fernando Bujones dos ídolos: Erik Bruhn y Rudolf Nureyev, de quienes anhelaba combinar la pureza del primero y la energía del segundo. A la sazón de una representación en 1975 de Bujones en "La bayadera"*, en Nueva York, el reconocido crítico Clive Barnes afirmó que su briosa manera de bailar “mantenía a la audiencia al borde de las butacas”. Para los conocedores del arte de las puntas, Bujones fue uno de los mejores en interpretar el personaje de Solor.
Su carrera artística es un meritorio ejemplo de la excelsitud de los bailarines cubanos en el mundo. Abrió horizontes para muchos otros bailarines hispanos que hoy brillan en escenarios estadounidenses, como el cubano José Manuel Carreño y el español Ángel Corella.
Bujones fue un auténtico exponente del hibridismo cultural en su vida y su carrera. Por antonomasia, soberano de la danza universal, entregó el dinamismo y el brío de su juventud al ballet, así como ofrendó su talento y conocimientos a favor de otros a través de su labor docente y coreográfica.
El Ballet de Orlando tuvo el privilegio de tenerlo como director artístico durante los últimos cinco años de su existencia. A su vez, el público de Tampa tendrá la oportunidad de disfrutar su montaje coreográfico de El cascanueces en el Tampa Bay Performing Arts Center desde el 21 al 23 de diciembre. La audiencia allí presente podrá, junto a la pequeña Clara, pulsar el hechizo del reino de los sueños. Y, quizá, aquellos que alguna vez vieron bailar a Fernando Bujones, recordarán su interpretación principesca en este ballet, y sonreirán, cómplices satisfechos, al reconocer que su memoria aún palpita en el sagrario de la danza.
(Artículo publicado en el semanario Las Américas Herald en noviembre de 2005)
Nota al pie: "La bayadera" es un ballet de temática oriental en que la figura masculina, el príncipe Solor, es el eje de la pieza, en contraste con el papel complementario de porteur que tradicionalmente ha desempeñado el hombre en la danza clásica.
Bujones, una deidad de la danza universal.
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