domingo, 30 de mayo de 2010

El descubrimiento de América: ¿Encuentro o Encontronazo?


“El descubrimiento de América por Cristóbal Colón (El sueño de Cristóbal Colón)", óleo sobre lienzo 410 x 284 cm. de Salvador Dalí, 1958-59. Museo Salvador Dalí, St. Petersburg, Florida, Estados Unidos.

Por Leonardo Venta

El 12 de octubre de 1492 el marinero Rodrigo de Triana divisó Tierra, en un hecho que abriría para los españoles y todo el orbe la concepción de un horizonte desconocido, en lo que sería llamado el Nuevo Mundo.

Algunos pensadores han tratado de darle una connotación positiva a este acontecimiento mediante el eslogan “Encuentro de dos mundos”, mientras otros lo impugnan, como lo hace en su libro 1492: el encubrimiento del otro: hacia el origen del “mito de la modernidad” el filósofo argentino, nacionalizado en México, Enrique Dussel.

Dussel aborda el tema de la “conquista espiritual” mediante una pregunta sumamente sugestiva: ¿Encuentro de dos mundos?, que obliga al lector a inquirir si realmente existió tal encuentro. Se lee en su libro el fragmento de un texto de Jerónimo de Mendieta en el que se narra un episodio de la conquista en que ciertos frailes se encuentran inmersos en la destrucción resuelta de la llamada práctica idolatra de los naturales: “(…) Y visto que los frailes con tanta osadía y determinación pusieron fuego a sus principales templos y destruyeron ídolos que ellos hallaron (…)”.

La arbitraria contradicción de la “conquista espiritual” y el “encuentro” de las dos culturas, se refleja en el dominio ejercido por los españoles sobre los nativos, ya conquistados por la violencia, y ahora envueltos en el proceso de sometimiento espiritual, que se llevaba a cabo mediante la imposición de una religión extraña. Al decir de Dussel: “Es un proceso contradictorio en muchos niveles. Se predica el amor de una religión (el cristianismo) en medio de la conquista irracional y violenta”.

Este libro, por otra parte, critica la hipocresía de los usurpadores, manifiesta, entre otras manifestaciones, en la manera que manipulaban la figura de Cristo, símbolo del sufrimiento redentor, para privar a los conquistados de todo derecho y aniquilar su sobrecogido mundo. El autor reconoce en esto el proceso característico de racionalización de la Modernidad: “elabora un mito de su bondad (‘mito civilizador’) con el que justifica la violencia y se declara inocente del asesinato del Otro”.

El mismo Bernal Díaz del Castillo trata de justificar en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España las vilezas cometidas, a través de la tan cacareada necesidad de cristianizar a los aborígenes, valiéndose del testimonio de un fraile franciscano, Toribio Motolinía, que hoy nos avergüenza leer. El cronista español intenta, por una parte, desmentir las denuncias que Bartolomé de las Casas hiciera a la Corona sobre las barbaries perpetradas: “que les hará creer [de las Casas] que es así aquello e otras crueldades que escribe, siendo todo al revés, y no pasó como lo escribe”.

Más adelante afirma Díaz del Castillo: “Yo he oído decir a un fraile francisco de buena vida, que se decía fray Toribio Motolinía, que si se pudiera excusar aquel castigo y ellos [los amerindios] no dieran causa a que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo que fue bueno para que todos los indios de todas las provincias de la Nueva España viesen y conociesen que aquellos ídolos y todos los demás son malos y mentirosos, y que viendo que lo que les había prometido salió al revés, que perdiesen la devoción que antes tenían con ellos”.

Sobreabundan ejemplos en el texto de Enrique Dussel sobre la manipulación de la religión en el proceso de la ocupación. Por un lado, el Papa Alejandro VI es sobornado para que se le otorgase a Fernando de Aragón el dominio 
aprobado por el poder divino– sobre las islas descubiertas. Al mismo tiempo, el autor denuncia este ardid religioso a través del ejemplo de Hernán Cortés, quien arenga a sus hombres a la barbarie utilizando el nombre de la figura más venerada del cristianismo: “(…) y mediante nuestro señor Jesucristo habíamos de vencer todas las batallas y encuentros”. 

Según ellos, Dios es el que justifica la brutalidad y en eso descansa la conciliación espiritual de estos hombres con sus propias conciencias, al menos desde la mirada de la historia oficial, aceptada como válida hasta no hace mucho.
Hernán Cortés representa al hombre moderno que subyuga al Otro, a quien considera inferior, así como a la mujer de la que se sirve, tanto sexualmente como en su calidad de sirvienta, intérprete e informante; tal es el caso de la india Malinche, eficaz instrumento en las manos de los españoles.

Los ocupadores, al mismo tiempo, glorifican su propósito virulento en nombre de la falacia de la Modernidad y la prepotencia de un cosmos eurocéntrico. Cortés ilustra magistralmente dicho elemento enaltecido, a través de su ávido afán de obtener riquezas, poder y gloria, en contraste con el componente invadido: primitivo, rústico e inferior.

Para Dussel, el hecho histórico de la Conquista es la culminación de la dominación persona-persona, política, militar, no de reconocimiento e inspección, sino el avasallamiento total, mediante la fuerza, de los habitantes de los territorios ocupados: “No es ya la “theoría”, es ahora la “praxis” de dominación”. El aborigen es visto como un elemento “negativo, pagano, satánico e intrínsecamente perverso”, hecho que justifica 
según esta mentalidad oprobiosa– su exterminio.

El carácter de la experiencia de la Conquista es determinado por la doblez y la impudicia de los opresores, quienes consumaron una especie de expiación y expulsión de espíritus demoníacos de los 
aborígenes, a la manera de un exorcismo brutal, donde el exorcista debía ser realmente el exorcizado, por su maldad incuestionable. El semiótico y crítico literario Zvetlan Todorov comenta al respecto en La conquista de América. El problema del Otro: “el Dios de los españoles [en este caso los ocupadores] es más bien un auxiliar que un Señor, es un ser al que, más que gozar de él, se usa”.

Por otro lado, afirma Dussel: “En el mejor de los casos los indios eran considerados ‘rudos’, ‘niños’, ‘inmaduros’ (Unmündig) que necesitaban de la paciencia evangelizadora”. Esa perspectiva responde al concepto “emancipador” de la Modernidad que encubre un mito cuyos lineamientos proponen el carácter defectivo del no-europeo.

El “Encuentro” es la invención irónica de una supuesta armonía entre el colonizador y el colonizado, completamente inexistente hasta nuestros días. No hay avenencia donde pulula el desprecio, donde la cultura amerindia no posee la misma significación que la europea, donde la condición de criollo se identifica, en su necesidad de aceptación social, con el lado de ultramar y subestima su origen americano.

El sufrimiento antiguo del mal llamado indio, así como su dolor actual, no puede ser olvidado por eslóganes que niegan su realidad histórica, y consolidan la continuación –enmascarada
– de una modalidad más sofisticada de opresión ideológica. Nuestra sensibilidad se rebela ante los infaustos hechos que definieron el carácter de la Conquista, pero aún más ante la tentativa de encubrirlos. No fue un encuentro. Más bien, un encontronazo funesto, en el que los amerindios tuvieron todas las de perder. ¿Habríamos de encubrir esta verdad?

4 comentarios:

  1. Interesante. Este tipo de opiniones y publicaciones son bien escasas en otras formas o medios de comunicación. Lamentablemente en los colegios difunden una posstura tradicional y evitan el debate. Felicitaciones por su publicación.

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  2. Permítame citarlo en mi blog. Espero contar con su permiso

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  3. Señor Chipana,
    Estuve examinando su muy interesante y útil publicación, y para mi sería un honor que usted incluyera mi artículo "El descubrimiento de América: ¿Encuentro o Encontronazo?"
    , y cualquier otro, en su publicación. Gracias por seguir mi blog. Es un privilegio. Yo, por mi parte, ya soy seguidor del suyo.
    Cordialmente,
    Leonardo Venta

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  4. mucha verdad hay en este escrito, le felicito, samuel alvarez

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