Por Leonardo Venta
"Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera".
Fragmento de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, novela de Miguel de Cervantes Saavedra
El cuarto jueves de noviembre se conmemora en Estados Unidos el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day), ocasión en que la mayoría de las familias estadounidenses se reúne alrededor de la mesa para celebrar. Aunque hay quienes evaden el origen religioso de esta festividad, la misma se fundamenta en la gratitud al Dios judeo-cristiano por sus bondades.
` En 1621, después de que los peregrinos puritanos de Plymouth Rock (actual Massachusetts) recogieran la primera cosecha, el gobernador William Bradford proclamó un día de acción de gracias y oración. Luego se impuso en Nueva Inglaterra la costumbre de celebrar cada año la acción de gracias después de la cosecha.
En 1863, en medio de la Guerra Civil, el presidente
Abraham Lincoln designó esa festividad para todo el país. Sin
embargo, no se establece de manera oficial por el Congreso hasta
1941, en plena II Guerra Mundial, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt.
No es nuestro propósito enfocarnos en el consabido origen
de esta celebración sino en su propia esencia: la gratitud, dando como
establecido que se arrebuja en una devoción absoluta a la soberanía del Dios de
Jacob, en darle las gracias por su cuidado o provisión, así como en el amor al prójimo.
La gratitud es un don inefable. Su antítesis, el
desagradecimiento, induce desilusión. "Entre los pecados mayores que los
hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el
desagradecimiento", certifica el personaje protagónico de El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha. Pierre-Marc-Gaston de Lévis, conocido como el
duque de Lévis-Mirepoix, expresó: "La ingratitud no basta para desanimar a
la caridad, pero sirve de pretexto al egoísmo".
Existe una gran diferencia entre dar las gracias y
el estar agradecido. Dar las gracias pudiera formar parte de una simple norma
de urbanidad, carente de sinceridad. El legítimo agradecimiento va más allá de
la mera cortesía. Algunos desconocen las dádivas recibidas, o las
retribuyen con prisa para no quedar moralmente endeudados. “Demasiado
apresuramiento en pagar un favor ya es una muestra de ingratitud”, afirma el
filósofo y moralista galo François de la Rochefoucauld. Los peores pagan con la
traición. Llamamos Judas a alguien que ha cometido una traición, fundamentándonos
en el episodio bíblico del apóstol que entrega a Jesucristo al Sanedrín, por 30
monedas de plata. Cuando consideró las consecuencias de su acción, se suicidó quizá agobiado por los remordimientos.
Hay quienes reciben favores como si se les pagara
una deuda. Pero no sólo están expuestos a equivocarse en ese sentido los
que reciben dádivas. Existen dadores, aunque se lea extraño, que pueden hacer
más mal que bien al brindar ayuda. Dar para resaltar una generosidad
inexistente, humillando al que recibe, es un acto despreciable. Ofrecer una
mano para conseguir algún tipo de disimulado beneficio, es igualmente reprochable.
Ciertas personas, después de ayudar, le echan en cara al "beneficiado" la
ayuda otorgada, lo comentan en cualquier esquina, o emiten comentarios despectivos
e imprudentes que violan la intimidad y buena imagen del receptor del aludido
favor.
No existe dádiva más preciada que la desinteresada,
fomentada en la relación vencedor-vencedor, a traves de la cual se benefician ambas
partes. Debe causar la misma satisfacción dar que recibir. Uno de los grandes
desafíos para nuestra altivez es aceptar que alguien nos ofrezca ayuda. Por eso,
debemos saber cómo y cuándo pedir y dar. Toda ayuda que rebaje la dignidad y
estima personal de quien la recibe, es perniciosa.
Cuando ofrecemos, no debemos esperar nada a cambio y
realizarlo con alegría, tal como lo sugiere el apóstol Pablo: "Cada uno
debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por
obligación, porque Dios ama al que da con alegría" (2 Corintios 9:7).
Por otra parte, debemos estar agradecidos por todo
lo que tenemos. El filósofo griego Epicteto dijo: “Sabio es el hombre que no se
entristece por las cosas que no tiene, sino que se regocija por las que tiene”.
Incluso, aunque parezca contradictorio, aquellos que creemos en un Dios amoroso,
debemos agradecerle las aparentes pérdidas y derrotas. El personaje bíblico Job
así lo demostró: "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré
allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito".
De las muestras de ingratitud aprendemos: nos profundizan en la búsqueda de
la humildad, nos obligan a redoblar nuestros esfuerzos, a cultivar nuestra
paciencia, a pulir nuestra templanza, a alcanzar mansedumbre, a mirar hacia
adentro, así como a sensibilizarnos ante la desgracia ajena. Comúnmente, el que otorga favores espera algo
a cambio. Sin embargo, no siempre se reciben muestras genuinas de
agradecimiento. El escultor francés Auguste Rodin, célebre por la gran fuerza
psicológica de su obra, enuncia un lenitivo para aquellos que hemos sufrido las
zarpadas del desagradecimiento: "Saluda a la ingratitud como una
experiencia que enriquecerá tu alma".
Asimismo, debemos recibir favores con gozosa humildad.
"Y cuando sea necesario, vayan por limosna. Y no se avergüencen, sino más
bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente,
puso su faz como roca durísima, y no se avergonzó", comenta San Francisco
de Asís, quien entendía el pedir como una virtud que genera la alegría y nutre
la humildad, postulado que tuvo en bien plasmar en la Primera Regla que escribió para regir la orden religiosa que
fundara.
Aunque no nos lo propongamos, siempre recibiremos
favores; de la misma forma, nos veremos involucrados en situaciones que nos
precisen a otorgar ayuda. Cuando expresamos nuestra gratitud nos encauzamos en
las cosas buenas que hacen los demás, lo que nos edifica espiritualmente. En el
Nuevo Testamento, el apóstol Pablo aborda el tema de la gratitud al menos en 46
ocasiones. Pero quizá su exhortación más precisa la podemos leer en la 1.ª Epístola
de Tesalonicenses 5:18: “Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de
Dios en Cristo Jesús para con vosotros”.
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