viernes, 29 de enero de 2021

En el 168.° aniversario del natalicio de José Martí

Por Leonardo Venta

“Retrato de José Martí”, óleo sobre lienzo a tamaño real, obra de Raúl García Huerta y sus alumnos,
donado al Centro Histórico Cultural Cubano de Tampa, el 19 de mayo de 1991.


"Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana".

               José Martí


No hay sonido más agradable al oído de la virtud que el que se desprende al pronunciar el nombre de José Martí. Cada año, alrededor de esta fecha, cada buen cubano lo proclama asido al anhelo de "admirar y hacer admirar" su humilde grandeza. El 28 de enero de 2021, en el 168.° aniversario de su natalicio, nos sumamos a este empeño.

            Todo lo que se diga sobre Martí corre el riesgo de convertirse en expresión repetida, pues por más de un siglo un holgado inventario de publicaciones y merecidos elogios engalanan su memoria. Si bien, para aquellos que saben atesorar la dignidad en su esencia más universal, el sentir martiano se renueva cada día.

            En marzo de 1870, con sólo 17 años de edad, fue condenado a seis años de trabajos forzados por haber escrito una carta reprobando la conducta anticubana de un compañero de estudios. Este hecho precisó el inicio de su vía crucis hasta la muerte en Dos Ríos, a la edad de 42 años.

            “Cuando muere lo hace en una batalla para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra”, afirma el otro José cubano: Lezama Lima.

            Sacrificó su bienestar y el de su familia, así como la continuidad y atención de su carrera literaria por amor a la libertad. No obstante, su prosa diáfana, aguda, y su verso elfo, asidos a la justicia, a la verdad y al amor, trazaron la brecha del movimiento modernista en la América española.

            No fue un escritor de torre de marfil sino un sagrario de amor. La estética de su obra no responde a una voluntad de estilo estudiado y preconcebido, tal como lo confiesa en el prólogo a su Ismaelillo, dedicado a su hijo José Francisco: “Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte”.

            Sus dotes de oratoria –como certifica su coterráneo Manuel de la Cruz: “… según los que le oían habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la fuerza que imprimía a sus discursos”– hinchieron el patriótico espacio del Liceo Cubano en su primera visita a Tampa, el 26 de noviembre de 1891, al pronunciar el discurso “Con todos y para el bien de todos”.

            Allí expone “la fórmula del amor triunfante, alrededor de la estrella de la bandera nueva”, y estimula el ánimo de sus compatriotas hasta el éxtasis cuando proclama: “¡Yo no sé qué misterio de ternura tiene esta dulcísima palabra [cubano], ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la naturaleza!”.

            En el mismo Liceo, pronuncia al siguiente día otro ferviente discurso, "Los Pinos Nuevos”, en una velada en memoria del fusilamiento por el colonialismo español de ocho inocentes estudiantes del primer curso de Medicina de la Universidad de La Habana, el 27 de noviembre de 1871. “Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio”, denuncia la voz conmovida y firme del Apóstol.

            Clareó y cortejó, aun tratándose de artículos periodísticos, la sensible elegancia del lenguaje en su espiración más pura. Desde sus primeros bostezos literarios hasta el sobrecogedor Diario que precediera su desaparición física, derrocha lirismo, humilde franca probidad y primoroso desbordamiento de talento.

            Evocar a Martí es palpar el costado más sublime de las entrañas del género humano, la entereza y la genialidad; saciar –trémulo hasta las lágrimas– "el hambre y sed de justicia" presentes en el espíritu de las bíblicas bienaventuranzas, paradigma de una existencia consagrada al mejoramiento humano, al extremo de inmolarse por esa noble causa.



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