“Retrato de José Martí”, óleo sobre lienzo a tamaño real, obra de Raúl García Huerta y sus alumnos, donado al Centro Histórico Cultural Cubano de Tampa, el 19 de mayo de 1991.
"Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana". José Martí
No hay sonido más agradable al oído
de la virtud que el que se desprende al pronunciar el nombre de José Martí.
Cada año, alrededor de esta fecha, cada buen cubano lo proclama asido al anhelo
de "admirar y hacer admirar" su humilde grandeza. El 28 de enero de
2021, en el 168.° aniversario de su natalicio, nos sumamos a este empeño.
Todo lo que se diga sobre Martí
corre el riesgo de convertirse en expresión repetida, pues por más de un siglo
un holgado inventario de publicaciones y merecidos elogios engalanan su
memoria. Si bien, para aquellos que saben atesorar la dignidad en su esencia
más universal, el sentir martiano se renueva cada día.
En marzo de 1870, con sólo 17 años
de edad, fue condenado a seis años de trabajos forzados por haber escrito una
carta reprobando la conducta anticubana de un compañero de estudios. Este hecho
precisó el inicio de su vía crucis hasta la muerte en Dos Ríos, a la edad de 42
años.
“Cuando muere lo hace en una batalla
para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole
las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el
surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de
su tierra”, afirma el otro José cubano: Lezama Lima.
Sacrificó su bienestar y el de su
familia, así como la continuidad y atención de su carrera literaria por amor a
la libertad. No obstante, su prosa diáfana, aguda, y su verso elfo, asidos a la
justicia, a la verdad y al amor, trazaron la brecha del movimiento modernista
en la América española.
No fue un escritor de torre de
marfil sino un sagrario de amor. La estética de su obra no responde a una
voluntad de estilo estudiado y preconcebido, tal como lo confiesa en el prólogo
a su Ismaelillo, dedicado a su hijo José Francisco: “Tal como aquí te pinto,
tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando
he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte”.
Sus dotes de oratoria –como
certifica su coterráneo Manuel de la Cruz: “… según los que le oían
habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la
fuerza que imprimía a sus discursos”– hinchieron el patriótico espacio del
Liceo Cubano en su primera visita a Tampa, el 26 de noviembre de 1891, al
pronunciar el discurso “Con todos y para el bien de todos”.
Allí expone “la fórmula del amor
triunfante, alrededor de la estrella de la bandera nueva”, y estimula el ánimo
de sus compatriotas hasta el éxtasis cuando proclama: “¡Yo no sé qué misterio
de ternura tiene esta dulcísima palabra [cubano], ni qué sabor tan puro sobre
el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia
como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de
monte la naturaleza!”.
En el mismo Liceo, pronuncia al
siguiente día otro ferviente discurso, "Los Pinos Nuevos”, en una velada
en memoria del fusilamiento por el colonialismo español de ocho inocentes
estudiantes del primer curso de Medicina de la Universidad de La Habana, el 27
de noviembre de 1871. “Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable,
un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro
levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio”,
denuncia la voz conmovida y firme del Apóstol.
Clareó y cortejó, aun tratándose de
artículos periodísticos, la sensible elegancia del lenguaje en su espiración
más pura. Desde sus primeros bostezos literarios hasta el sobrecogedor Diario
que precediera su desaparición física, derrocha lirismo, humilde franca
probidad y primoroso desbordamiento de talento.
Evocar a Martí es palpar el costado
más sublime de las entrañas del género humano, la entereza y la genialidad;
saciar –trémulo hasta las lágrimas– "el hambre y sed de justicia"
presentes en el espíritu de las bíblicas bienaventuranzas, paradigma de una existencia
consagrada al mejoramiento humano, al extremo de inmolarse por esa noble causa. |
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