Alicia Alonso en el Metropolitan Opera House de Nueva York, el 29 de septiembre de 1977. Foto: Louis Peres. |
Por Leonardo Venta
“… Daniel Lesur, administrador de la Ópera [de
París], se acercó a nuestra gran bailarina: ‘Alicia –le dijo– desde hacía mucho
tiempo, desde el siglo pasado, Giselle era una pieza de museo, una cosa muerta.
Usted con su genio, la ha revivido, nos la ha restituido. Gracias a usted la
vimos esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier’. Creo que nada
tendría yo que añadir a estas palabras”.
Fragmento
de la crónica “Como hubiese querido verla Théophile Gautier”, Alejo Carpentier
El jueves, 17 de octubre de 2019, alrededor
de las 11 de la mañana, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del
Hoyo –dicho de una manera más sucinta, Alicia Alonso o la Giselle eterna– falleció
a los 98 años en el habanero Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas
(CIMEQ) debido a un fallo cardíaco..
El sábado, desde las 9 de la mañana,
miles de personas acudieron a rendir un último tributo a la prima ballerina assoluta en el Gran Teatro que lleva su nombre
en la capital cubana.
Ubicado en el centro del vestíbulo,
su ataúd fue cubierto con una nívea tela de encaje y flores del mismo color,
como símbolo de pureza y del llamado ballet romántico al que pertenece su icónica
interpretación del etéreo personaje de Giselle en el segundo acto. Había además
vivaces arreglos florales –significando, quizá, su gran estima a una existencia
que presagiara alcanzaría los 200 años– diseminados por la escalinata de mármol
coronada por una enorme bandera cubana
Cuatro fotografías suyas de gran
formato parecerían contemplar con serena aprobación a dos hileras de jovencitos
de la Escuela Nacional de Ballet que custodiaban con solemnidad el féretro,
mientras una orquesta en vivo ejecutaba en la planta alta piezas como el "Ave
María" (Schubert), "La bella Cubana" (José White), el Intermezzo
de "Cavalleria rusticana" (Mascagni) y selecciones de "El lago
de los cisnes" (Chaikovski) y "Giselle" (Adams), bajo cuyos
compases y una prolongada emotiva ovación, sacudida con gritos de "Bravo,
Alicia" y "Única", partía en una tarde gris del amado teatro
hacia el panteón familiar en la Necrópolis de Cristóbal Colón.
Ya en el cementerio, continuaron los
aplausos y los “¡Bravo, Alicia!”, para sosegarse momentáneamente con el
designio de escuchar las palabras de despedida del duelo por Eusebio Leal. “Dichosa
tú, que al entrar en este descanso, en ese provisorio silencio de sombras, te
libras de ellas por la grandeza de tu voluntad férrea, tantas veces demostrada
(…) la muerte se convierte en un carro de gloria para los que han alcanzado
como tú la fama y el amor de un pueblo", se le escuchó decir al conmovido e
inspirado historiador de La Habana, amigo entrañable de la gran bailarina. José Lezama Lima dijo sobre nuestra Giselle eterna en 1949: “Una bailarina
como Alicia Alonso nos comprueba que existen entre nosotros miríadas de
irisaciones, de metáforas, de reflejos, de ideas, de nacimientos y presagios,
que pueden tener momentáneamente una evidencia, alcanzando forma y esplendor al
ser danzados”.
“Cuando baila en París –escribe Lezama en Fiesta de Alicia Alonso– nos hace recordar una de las más grandes épocas del ballet, y soñamos que desde un palco la contemplan Proust, Matisse o Braque. Si algún día Alicia Alonso se decidiese a mostrar la historia de sus gestos, de sus movimientos, qué deliciosa novela proustina no tendríamos”.
“Cuando baila en París –escribe Lezama en Fiesta de Alicia Alonso– nos hace recordar una de las más grandes épocas del ballet, y soñamos que desde un palco la contemplan Proust, Matisse o Braque. Si algún día Alicia Alonso se decidiese a mostrar la historia de sus gestos, de sus movimientos, qué deliciosa novela proustina no tendríamos”.
Expresa el poeta y crítico cubano Gastón Baquero, a raíz de una
interpretación de Giselle, protagonizada por la Alonso en el Teatro Monumental
de Madrid: “… lo único que se me ocurre es parodiar una frase de mi querido
Raymond Chandler, y decir: es una bailarina, una bailarina capaz de hacer que
un obispo rompa a pedradas una vidriera para mirar por un agujero”.
Leemos en "Saludo y homenaje a Alicia Alonso", de Eliseo Diego, uno
de los representantes más notables del grupo Orígenes: “Siempre te vi volar
toda ya un hada, / cisne, paloma y mil y más criaturas, / tramando tus divinas
aventuras / sobre el borde insaciable de la nada”.
La investigadora literaria y poetisa Fina García Marruz en su “Alicia
Alonso en el país de la danza”, dice: “A las verdaderas danzarinas se las
reconoce tanto por su identificación con la gracia más natural y ondulante como
por su modo de incorporar al movimiento la quietud y convertir el reposo
también en algo danzario, en un secreto del movimiento. Cuando Alicia, después
de un prodigioso giro, reposa, toda su figura alcanza una peculiar plenitud. La
diestra bailarina puede imitar sus giros de mariposa en la luz, pero no la
difícil madurez de su gracia en el reposo”.
Cintio Vitier, la gran figura de la crítica erudita cubana –en ocasión del
develamiento de una placa conmemorativa en el Gran Teatro de La Habana, el 2 de
noviembre de 1998, en la gala realizada el día del quincuagésimo aniversario del
debut de Alicia en el personaje que inmortalizara–, afirma: “Por ella Giselle
se convirtió en una muchacha cubana bailando sola en el patio de su casa el
misterio unitivo de las islas, el hechizo de la Isla más entrañable y herida;
el patio cubano se convirtió en escenario universal; todas las muchachas
cubanas se alzaron con Giselle hasta el patio de la gloria. De la gloria
sencilla, la gloria amorosa de todos, la gloria cubana, por cuya gracia le
damos gracias, Alicia señora nuestra”. Afirma, el mismo Vitier, en la revista
Cuba en el Ballet, los números de enero-agosto de 1997: “El secreto de las
nueve Musas es que son, o pueden ser, una sola. Esto no lo aprendimos en ningún
tratado antiguo ni moderno sino viendo bailar a Alicia Alonso”.
Quien escribe esta nota –desde su insomne plañidero teclado, sobrecogido
por la nostalgia del Gran Teatro de La Habana y la solemnidad misteriosa del lezamiano
tokonoma de Zapata y Calle 12– le ofrece también una última prolongada ovación
de pie a la Giselle eterna.
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