jueves, 18 de julio de 2019

Las relaciones del amor con la literatura y las demás artes

"Paolo y Francesca de Rímini" (1819), óleo sobre lienzo de Jean Auguste Dominique Ingres
                                                                  Por Leonardo Venta

             Sagrado alimento del alma, el amor, junto a la muerte, es una de las grandes inquietudes que agitan al ente racional. A pesar de constituir un sentimiento universal, resulta difícil precisarlo. Su naturaleza subjetiva así lo determina.
            El diccionario, entre sus variadas acepciones, lo define como “el sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
            Según Platón, el amor es regido por dos principios: “el deseo intuitivo del placer” y “el deleite reflexivo del bien”. Aristóteles, por su parte, lo determina acompañado de placer y dolor. El amor suscita dicha para unos y desventura para otros, o una mixtura de ambos estados emocionales.
La historia de Paolo y Francesca fue inmortalizada por Dante Alighieri en el quinto canto de La Divina Comedia, el más colosal poema épico de la lengua italiana, la última gran obra literaria de la Edad Media, el primer fruto grandioso del Renacimiento y uno de los más venerados de las letras universales.
Se cree que Dante comenzó a escribir La Divina Comedia alrededor de 1307 y que la finalizó poco antes de su muerte en 1321. La obra, escrita en verso, es una narración de sentido alegórico, es decir, una representación simbólica de ideas abstractas por medio de figuras o atributos. En este libro se describe el imaginario viaje de Dante a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. 
En su viaje sobrenatural, Dante hace de Virgilio, su guía en el Infierno y la mayor parte del Purgatorio, tropezándose con personajes mitológicos, históricos o contemporáneos. Éstos, en gran parte, sufren castigos por causa de sus transgresiones, evaluadas por el propio barómetro del escritor y un patrón universal de valores morales. Asimismo, las virtudes de algunos personajes son admiradas y ennoblecidas, así como sus caídas (amorosas).
Francesca da Rímini (fallecida hacia 1285) fue una noble italiana que se enamoró del hermano de su marido. Contrajo matrimonio arreglado con Giovanni Malatesta de Rímini. Sin embargo, se hizo amante del hermano menor de Giovanni, Paolo. Al descubrirlo su marido, los asesinó.
En el texto alighierano, mientras la pareja ojeaba amorosamente un libro en que se narraba la historia adúltera de Lanzarote y Ginebra –en una época en que los matrimonios, por lo general, se celebraban por motivos económicos o políticos– fueron sorprendidos y ultimados por Gianciotto.
Dante inmortaliza el amor de esta pareja compadeciéndose de su castigo, soslayando y justificando su transgresión. Desde la óptica del poeta, prosista, teórico literario, filósofo y pensador político florentino, Dios les concede a Paolo y Francesca –incluso en el infierno– el amarse eternamente.
En Francesca no cabe otro sentimiento que no sea el del amor, pasión que la arroja al pecado. Es la mujer indefensa ante el mundo que la inculpa maldiciente. Sin embargo, el lector, con la ayuda de Dante, la contempla con piedad, como si compartiera con Federico García Lorca la verdad de estos versos: “Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo por vena de coral o celeste desnudo”.   
Francesca no pudo "conducir su deseo por vena de coral", fue arrojada al sombrío piélago de la desventura. No obstante, junto a su Paolo, ayudó a escribir uno de los más hermosos y apasionantes pasajes amorosos de la literatura universal, inspirando además otras obras literarias, como el poema "Historia de Rímini" (1816), del poeta, ensayista y crítico literario inglés James Henry Leigh Hunt (1784-1859), así como el drama Francesca da Rímini (1902), del novelista, poeta y dramaturgo italiano Gabriele D'Annunzio (1863-1938).
De la misma forma, la historia de Francesca nutrió el genio de los pinceles franceses de Jean Auguste Dominique Ingres y Alexandre Cabanel, incluso fue inspiración de la marmórea pareja abrazada en la escultura de Auguste Rodin "El beso", al igual que de la fantasía orquestal de Chaikovski "Francesca de Rimini" (1876), la cual despereza cada uno de los poros del célebre texto literario con enternecedores recursos sonoros y expresivos.

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