viernes, 1 de junio de 2018

El Ballet Nacional de Cuba sigue encumbrando a "Giselle"

Sadaise Arencibia y Raúl Abreu, en el segundo acto de "Giselle". Foto cortesía de Nancy Reyes

Por Leonardo Venta

        La noticia de una función única del Ballet Nacional de Cuba (BNC), el pasado 23 de mayo en Tampa –después de quince años de ausencia– hubo de originar numerosas interrogantes entre los amantes de la danza clásica en nuestra ciudad. ¿Vendría Alicia Alonso, la mítica casi centenaria directora y fundadora de la caribeña agrupación? ¿Estaría la puesta en escena de "Giselle" –la obra más emblemática de su repertorio– a la altura de las expectativas generadas? ¿Sería capaz el BNC de llenar un miércoles la Sala Morsani del Straz Center, con capacidad para 2610 espectadores?
            Dos 'no' encabezan nuestro pas de trois de respuestas, a los que se suma un complaciente 'sí' en forma de desinente majestuosa cola. No vino Alicia Alonso a Tampa, pero sí viajó al Kennedy Center, con el fin de participar junto a su amada compañía en la clausura del sin precedentes festival “Artes de Cuba: de la isla para el mundo”, dentro del marco de los setenta años de la fundación del BNC y el cuadragésimo aniversario de su histórica primera gira por Estados Unidos, que comenzó precisamente en el aludido washingtoniano templo de las artes. El haber sobrepasado ampliamente las expectativas generadas en su presentación en Tampa, constituye el encomiástico 'no' que da contestación a la segunda pregunta. Para cumplimentar la placentera solitaria respuesta afirmativa, basta exponer que hubo lleno total en la Sala Morsani.
           Catalizar con virtuosa elegancia la transición entre lo terrenal y lo etéreo, modular todo un dilatado meticuloso lenguaje escénico, ingeniar una atmósfera creíblemente irreal, armonizar lo cotidiano con lo extraordinario, desplegar una rigurosa técnica en que soñadores entrechats, bordados giros, saltos con buen "ballon", entre otros elementos, complementen los dificultosos requerimientos interpretativos –no sólo para los protagonistas sino también para el cuerpo de baile, cuya sincronización rayó en la perfección, especialmente en el segundo acto–, desperezando en los asistentes una variada y amplia gama de emociones, cuyos efectos purificadores y liberadores humedecieron numerosas pupilas, son sólo algunos de los numerosos elementos que, acoplados con genialidad poco común, originaron la prolongada efusiva ovación de pie que recibió la prestigiosa compañía.
          Esta "Giselle" –coreografía de Alicia Alonso, sobre la original de Jean Coralli y Jules Perrot, con música de Adolphe Adam y diseños de Salvador Fernández– tuvo un entrañable sentido para mí. Desde el sosegado regazo de mi butaca de ensueños, crecí arrullándola, suspirándola, en el célebre Gran Teatro de La Habana, cuando respondía al nombre de Teatro García Lorca. Allí emulaban afablemente en mis sentidos los atributos de las cuatro joyas que bautizara el reconocido crítico británico Arnold Haskell: la agraciada serenidad de Mirta Plá, la dramática delicadeza de Josefina Méndez, el inigualable virtuosismo de Aurora Bosch y el musicalísimo perfil danzario de Loipa Araújo.
        En esta ocasión, el más romántico de los ballets –insignia del amor inmortal– fue protagonizado por la primera bailarina Sadaise Arencibia, cuya fluida suavidad en el segundo acto –en su calidad de willi– se identifica particularmente con un tema en el cual la danza en sí hilvana la trama central, exhibiendo por otra parte una habilidad dramática de tal eficacia que en la escena de la locura del primer acto me obligó en varias oportunidades a secar mis humedecidos lentes. A pesar de su juventud, 20 años, el bailarín principal Raúl Abreu, en Albrecht, fue un legítimo danseur noble. Asimismo, proyectó un acertado dramatismo y arrancó aplausos de la próvida audiencia con sus saltos de efecto visual suspendido en forma de tijera.
       Claudia García, a mi juicio, merece punto y aparte. Interpretó una Reina de la Willis impresionante. Se le percibía ingrávida, firme, virtuosa, con contundente disposición autoritaria, como lo requiere el personaje. El Hilarión de Ernesto Díaz proyectó amorosa virilidad, aportando valiosos destellos dramáticos a la escena final del primer acto, al superar plenamente los típicos estereotipos banales que sobreabundan en la representación de este personaje.
      Quedamos maravillados con el desempeño del cuerpo de baile. ¡Un mayúsculo bravo para las willis en el segundo acto! Fueron componentes decisivos de la magia que crea este ballet, valiéndose de sus exquisitos arabesques y románticos torsos sutilmente inclinados, así como un trabajo minucioso, sincronizado y sumamente coherente en todos los detalles del estilo, la técnica y la acción dramática.
      La función que acabamos de presenciar confirma la excelente reputación que mantiene el Ballet Nacional de Cuba alrededor del mundo. Advertíamos el éxito que tendría su reaparición en Tampa; y, consumada esta memorable presentación, nos aventuramos a parafrasear a Daniel Lesur, otrora administrador de la Ópera de París, transmutando sus palabras de elogio a Alicia Alonso, en 1972, a todos los integrantes de la actual agrupación danzaría cubana: El Ballet Nacional de Cuba con su genio, ha revivido "Giselle", nos la ha restituido. Gracias a esta compañía la vimos esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier. 

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