Sadaise Arencibia
y Raúl Abreu, en el segundo acto de "Giselle". Foto cortesía de Nancy
Reyes
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Por Leonardo Venta
La noticia de una
función única del Ballet Nacional de Cuba (BNC), el pasado 23 de mayo en Tampa –después
de quince años de ausencia– hubo de originar numerosas interrogantes entre los
amantes de la danza clásica en nuestra ciudad. ¿Vendría Alicia Alonso, la mítica
casi centenaria directora y fundadora de la caribeña agrupación? ¿Estaría la
puesta en escena de "Giselle" –la obra más emblemática de su
repertorio– a la altura de las expectativas generadas? ¿Sería capaz el BNC de
llenar un miércoles la Sala Morsani del Straz Center, con capacidad para 2610 espectadores?
Dos 'no' encabezan nuestro pas de trois de respuestas, a los que se
suma un complaciente 'sí' en forma de desinente majestuosa cola. No vino Alicia
Alonso a Tampa, pero sí viajó al Kennedy Center, con el fin de participar junto
a su amada compañía en la clausura del sin precedentes festival “Artes de Cuba:
de la isla para el mundo”, dentro del marco de los setenta años de la fundación
del BNC y el cuadragésimo aniversario de su histórica primera gira por Estados
Unidos, que comenzó precisamente en el aludido washingtoniano templo de las
artes. El haber sobrepasado ampliamente las expectativas generadas en su
presentación en Tampa, constituye el encomiástico 'no' que da contestación a la
segunda pregunta. Para cumplimentar la placentera solitaria respuesta
afirmativa, basta exponer que hubo lleno total en la Sala Morsani.
Catalizar con virtuosa elegancia la
transición entre lo terrenal y lo etéreo, modular todo un dilatado meticuloso
lenguaje escénico, ingeniar una atmósfera creíblemente irreal, armonizar lo cotidiano
con lo extraordinario, desplegar una rigurosa técnica en que soñadores
entrechats, bordados giros, saltos con buen "ballon", entre otros
elementos, complementen los dificultosos requerimientos interpretativos –no
sólo para los protagonistas sino también para el cuerpo de baile, cuya
sincronización rayó en la perfección, especialmente en el segundo acto–,
desperezando en los asistentes una variada y amplia gama de emociones, cuyos efectos
purificadores y liberadores humedecieron numerosas pupilas, son sólo algunos de los numerosos
elementos que, acoplados con genialidad poco común, originaron la prolongada efusiva
ovación de pie que recibió la prestigiosa compañía.
Esta "Giselle" –coreografía
de Alicia Alonso, sobre la original de Jean Coralli y Jules Perrot, con música
de Adolphe Adam y diseños de Salvador Fernández– tuvo un entrañable sentido
para mí. Desde el sosegado regazo de mi butaca de ensueños, crecí arrullándola,
suspirándola, en el célebre Gran Teatro de La Habana, cuando respondía al
nombre de Teatro García Lorca. Allí emulaban afablemente en mis sentidos los
atributos de las cuatro joyas que bautizara el reconocido crítico británico Arnold
Haskell: la agraciada serenidad de Mirta Plá, la dramática delicadeza de
Josefina Méndez, el inigualable virtuosismo de Aurora Bosch y el musicalísimo
perfil danzario de Loipa Araújo.
En esta ocasión, el más romántico de
los ballets –insignia del amor inmortal– fue protagonizado por la primera
bailarina Sadaise Arencibia, cuya fluida suavidad en el segundo acto –en su
calidad de willi– se identifica particularmente con un tema en el cual la danza
en sí hilvana la trama central, exhibiendo por otra parte una habilidad
dramática de tal eficacia que en la escena de la locura del primer acto me obligó en varias
oportunidades a secar mis humedecidos lentes. A pesar de su juventud, 20 años,
el bailarín principal Raúl Abreu, en Albrecht, fue un legítimo danseur noble. Asimismo,
proyectó un acertado dramatismo y arrancó aplausos de la próvida audiencia con
sus saltos de efecto visual suspendido en forma de tijera.
Claudia García, a mi juicio, merece
punto y aparte. Interpretó una Reina de la Willis impresionante. Se le percibía
ingrávida, firme, virtuosa, con contundente disposición autoritaria, como lo
requiere el personaje. El Hilarión de Ernesto Díaz proyectó amorosa
virilidad, aportando valiosos destellos dramáticos a la escena
final del primer acto, al superar plenamente los típicos estereotipos banales que
sobreabundan en la representación de este personaje.
Quedamos maravillados con el
desempeño del cuerpo de baile. ¡Un mayúsculo bravo para las willis en el
segundo acto! Fueron componentes decisivos de la magia que crea este ballet, valiéndose
de sus exquisitos arabesques y románticos torsos sutilmente inclinados, así
como un trabajo minucioso, sincronizado y sumamente coherente en todos los
detalles del estilo, la técnica y la acción dramática.
La función que acabamos de presenciar confirma
la excelente reputación que mantiene el Ballet Nacional de Cuba alrededor del
mundo. Advertíamos el éxito que tendría su reaparición en Tampa; y, consumada
esta memorable presentación, nos aventuramos a parafrasear a Daniel Lesur,
otrora administrador de la Ópera de París, transmutando sus palabras de elogio
a Alicia Alonso, en 1972, a todos los integrantes de la actual agrupación
danzaría cubana: El Ballet Nacional de Cuba con su genio, ha revivido
"Giselle", nos la ha restituido. Gracias a esta compañía la vimos
esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier.
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