viernes, 25 de mayo de 2018

El “Don Quijote” del Ballet Nacional de Cuba mantiene un baile glorioso, aun sin renovarse

La Kitri de Viengsay Valdés es considerada una de las mejores del mundo. 
Foto cortesía de Nancy Reyes (BNC)


Por Lauren Warnecke 
(Traducción de Leonardo Venta) 
               La última ocasión que el Ballet Nacional de Cuba (BNC) estuvo en Chicago fue en 2003. La primera bailarina Viengsay Valdés tenía 26 años en aquel entonces. Su actuación en el Teatro Auditorium fue vaticinada por Sid Smith, crítico del Tribune, como realmente impresionante. Si bien, el comentario de Smith fue insuficiente; 15 años después, Valdés volvió a deslumbrar a los espectadores que se dieron cita en el teatro situado en East Congress Parkway.
            Una gira nacional que celebra la 70.ª temporada del BNC comienza aquí en Chicago, con tres actuaciones de "Don Quijote" en el Auditorium Theatre. La superestrella Alicia Alonso, de 97 años, permanece al frente de esta agrupación que fundó en La Habana, en 1948, y a la que Fidel Castro dio el nombre de Ballet Nacional de Cuba, en 1959, ofreciéndole un apoyo anual del gobierno cubano.
            El BNC es conocido por entrenar bailarines fenomenales, muchos de los cuales han abandonado Cuba para integrarse a compañías de danza estadounidenses y europeas. De igual relevancia y dedicación para la Alonso ha sido mantener las tradiciones soviéticas del ballet clásico. Ya sea por este enfoque, las inclinaciones típicamente conservadoras de una organización sufragada por el estado o el impacto de las sanciones políticas y económicas a Cuba (posiblemente todo lo anterior), esta agrupación danzaría se ha visto entorpecida de realizar extensas giras e invertir en nuevas producciones, lo que ha originado que sus presentaciones en la escena internacional siempre estén acompañadas de cierto enigma.  
            De esta forma, aunque la puesta del “Don Quijote” de la Alonso, que data de 1988, sea una joya, también carece de los recursos acostumbrados en la escenografía actual. Esto pudiera no ser tan visible, si el reponer los clásicos no estuviera de moda. “El lago de los cisnes” de Christopher Wheeldon, y “La Bayadera” de Stanton Welch son incorporaciones relativamente nuevas a la reputación del Joffrey Ballet, y el año próximo veremos “Whipped Cream” de Alexei Ratmansky –un ballet de 1924 raramente representado, si es que se ha escenificado alguna vez–, rescatado la temporada pasada para el American Ballet Theatre. Al igual que el “Don Quijote” de la Alonso, cada una de estas reposiciones son relativamente fieles al original, aunque tal vez cambie el entorno o se infundan  matices más contemporáneas a la coreografía.
            Por consiguiente, sería propicio hacer una pausa para reconocer que la Alonso estaba adelantada a la tendencia actual, y, que 30 años después, su versión de "Don Quijote" todavía se mantiene. El resuelto cuerpo de baile ejecuta una dinámica coreografía que nos recuerda la destreza técnica de la Alonso y la elegancia palmariamente cubana que ella trajo a los escenarios estadounidenses. Este “Don Quijote” presenta partes que demuestran el gran talento del BNC. La Alonso añade profundidad al argumento, al crear la secuencia de un sueño en la que el soñador caballero andante (Yansiel Pujada) confunde a Kitri (Valdés) con la elusiva Dulcinea (Yiliam Pacheco), un personaje principal de la novela, ausente en la versión original del ballet.
            Pujada y Dairon Darias, encarnando al torpe escudero Sancho Panza, originan frecuentes motivos de regocijo, al igual que Ernesto Díaz como Camacho, un noble francés que contiende por la mano de Kitri. Los trajes espumosos llenos de vuelos (probablemente reconstruidos, pero todavía muy de la década de 1980), así como los estáticos telones de fondo pudieran carecer de modernidad, pero todo eso se compensa con la calidad del material humano.
            En la antesala del grand pas de deux, Kitri y Basilio –el barbero pobre a quien Kitri verdaderamente ama– se casan, luego de que Basilio finge su muerte. (Sí, “Don Quijote” es, a veces, hilarante. De eso se trata). Valdés ejecutó un balance sobre la punta que parecía una eternidad, cambiando posiciones de arabesque a passé développé. Las impresionantes quíntuples pirouettes de Patricio Revé en la variación de Basilio provocaron expresiones de júbilo en el público, incluidas la de esta crítica.
            He visto innumerables representaciones de este grand pas de deux, a menudo extraídas de contexto como una demostración de habilidad técnica en un programa de concierto. Esta obra es notable por su áspera bravura y su toque español, creado originalmente en 1869 por el coreógrafo Marius Petipa, con música de Ludwig Minkus, un compositor judío-austriaco. En esta presentación, luego de transcurridos los tres actos del ballet, nos percatamos que Kitri y Basilio son seres dados a divertirse, personajes relativamente humildes y complejos, extraídos de un capítulo de la novela homónima de 1605, escrita por Miguel de Cervantes.
            La sensibilidad de la versión creada por la Alonso hacia los detalles de Kitri y Basilio, así como la importancia de “Don Quijote” en el repertorio de una compañía cuya cultura ha estado fuertemente influida por el imperialismo español, no deben subestimarse. Las fallas de este ballet no están en la puesta de la Alonso, sino en el tema en sí mismo como un medio para expresar adecuadamente las muchas complejidades de la obra maestra de Cervantes. El lenguaje del ballet clásico, en particular, es principalmente un vehículo que facilita su representación; los personajes y los insustanciales libretos producidos durante este período –escudriñados por los bailarines e infundidos con menos complejidad de la que quizás merecen– seguramente no están a la altura de los significados más profundos de la novela.
          Pero tal vez no sea necesario, porque, ¡santo cielo!, fue emocionante verlo.

(Reseña publicada en el Chicago Tribune, el 19 de mayo de 2018)


martes, 22 de mayo de 2018

El Ballet Nacional de Cuba presenta “Giselle” en Tampa

Después de 15 años de ausencia, el Ballet Nacional de Cuba vuelve a Tampa con la gema del ballet romántico “Giselle”, 
la obra más emblemática de su repertorio

Por Leonardo Venta 

“… Daniel Lesur, administrador de la Ópera [de París], se acercó a nuestra gran bailarina: ‘Alicia –le dijo– desde hacía mucho tiempo, desde el siglo pasado, Giselle era una pieza de museo, una cosa muerta. Usted con su genio, la ha revivido, nos la ha restituido. Gracias a usted la vimos esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier’. Creo que nada tendría yo que añadir a estas palabras”.
 Fragmento de la crónica “Como hubiese querido verla Théophile Gautier”, Alejo Carpentier


              ‘’Giselle’’, obra cumbre del ballet romántico, en cuyo rol protagónico la prima ballerina assoluta y directora del mundialmente aclamado Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, una leyenda viva de la danza clásica, debutara el 2 de noviembre de 1943 en el neoyorquino Metropolitan Opera House, llega a Tampa, después de 15 años de ausencia, para una presentación histórica, el miércoles, 23 de mayo, a las 8 p.m., en la Sala Morsani del Straz Center for the Performing Arts.
            Concebido por el poeta Théophile Gautier, el argumento de “Giselle” se inspira en las Lettres de l’Allemagne (Cartas de Alemania) de Heinrich Heine, del siglo XIX, cuyo lenguaje poético, henchido de referencias míticas y paisajes fantásticos, sustentó la imaginación creativa del libretista Saint George, así como la de los coreógrafos Coralli y Perrot, y, finalmente, conllevó a la revisión de Marius Petipa.
            La puesta en escena cubana en el Straz Center –una de sus solamente cuatro presentaciones en Estados Unidos este año, que incluyen el Kennedy Center, en Washington, D.C., y el histórico Auditorium Theatre, en Chicago– cuenta con la versión coreográfica de la Alonso en dos actos sobre la original de Jean Coralli y Jules Perrot.
            Los roles protagónicos serán interpretados por la primera bailarina Sadaise Arencibia (Giselle) y el bailarín principal Raúl Abreu (Albrecht). Además de su presentación el miércoles, la compañía ofrecerá una clase magistral el martes, 22 de mayo.

Fotografía inédita de la primera bailarina Sadaise Arencibia en el segundo acto de “Giselle”, 
cortesía del artista fotográfico Artyom Shlapachenko

            En la heroína de esta gema danzaria se combinan los dos grandes tipos de bailarinas. En el primer acto, es la campesina terrenal. Sin embargo, destella un implícito presagio etéreo desde el fondo de esa caracterización tan francamente humana. A su vez, tiene que hacer gala de una férrea técnica clásica y un variado prisma de emociones. Atraviesa sentimientos que van desde el amor ingenuo y la dicha compartida a la desilusión, la impotencia, la locura y la muerte.
            En el segundo acto, se transforma en un espíritu alado para hilvanar la más sublime poesía de la danza. Según el ya extinto Arnold Haskell, uno de los críticos más substanciales de la danza clásica, existe un fuerte lazo dramático entre el primer y el segundo acto. Giselle, transformada en espectro de los bosques, o willis, supera los obstáculos que le tiende el desamor y la muerte, pero, al mismo tiempo, se debate entre su nueva naturaleza espectral, sujeta a las exigencias de Myrta, la vengativa reina de las willis, y su inmenso amor por el príncipe Albrecht.
            En este espacio, he recogido impresiones de Ivonne Lemus, maître del Next Generation Ballet y otrora bailarina del Ballet Nacional de Cuba, la propia Sadaise Arencibia, que en 2009 fue promovida al rango de primera bailarina, así como de Judy Lisi, presidenta ejecutiva del Straz Center.
            “Todavía no se sabe si Alicia Alonso vendrá con la compañía. Encontrarme con ella y Pedro Simón, su esposo, en Tampa, sería muy emotivo para mí. Yo viví muy en el seno del Ballet Nacional de Cuba”, nos comenta Lemus. “Van a venir muchos bailarines que yo conozco, así como otros nuevos. Tengo que verla [Alicia Alonso], estar con ella, tocarla, darle las gracias por todo. Si no hubiera sido por Alicia, yo no fuera maître hoy. Ninguno de nosotros hubiéramos sobrevivido en este arte sin la formación que hemos recibido de Alicia”, agrega con contagiosa franqueza.
            En 2016, alrededor de esta fecha, Next Generation Ballet estrenó “Giselle” en el Straz Center, con tres funciones que evidenciaron la reputación que ha ido consolidando esta joven compañía, de la cual Lemus ha sido impulso vital por casi once años. Al respecto nos comenta: “Cuando yo monté este ballet a Next Generation Ballet, me remonté a Cuba con la mente, porque la escuela cubana de ballet le otorga a cada personaje de 'Giselle', por simple que sea, una estupenda precisión y profundidad en la caracterización”.
            Por otra parte, hemos sido sumamente afortunados al conseguir declaraciones desde La Habana de la primera bailarina que nos deleitará con la interpretación de un personaje que –al decir de Haskell– “hace o deshace la reputación de una bailarina”.


Imagen inédita de un pulido arabesque penché de Sadaise Arenciba en el ‘promenade’ 
del segundo acto de “Giselle”, cortesía del artista fotográfico Artyom Shlapachenko
               “Tengo varios roles favoritos, pero de los que he bailado mis preferidos son Carmen y Giselle”, nos confiesa Sadaise. “Para mí, bailar Giselle en esta gira significa un honor inmenso por varios motivos”, reflexiona cuando tratamos de indagar la trascendencia que tiene para ella esta su primera presentación en Tampa.
            “Giselle es el ballet ícono de Alicia Alonso, con el que se reveló como gran estrella, precisamente en Estados Unidos cuando era aún muy joven”, agrega la talentosa bailarina cubana. “Es una de las obras que más prestigio le ha dado al Ballet Nacional de Cuba como compañía, no sólo por lo que representa Alicia en “Giselle” para el mundo, sino también por las características de la versión. Además, este 2018 se cumplen 40 años de la primera vez que nuestra compañía actuó en Estados Unidos. Entonces, es una gran responsabilidad y un orgullo para mí ser la Giselle aquí”, añade para concluir su razonamiento.
            Desde otro ángulo, Judy Lisi, presidenta ejecutiva del Straz Center, también nos comenta sobre la histórica función que se nos avecina. “Cuando pienso en el Ballet Nacional de Cuba interpretando “Giselle” en el Straz Center –la obra más importante en la carrera de su directora artística Alicia Alonso– la frase que primero me viene a la mente es: ‘una oportunidad única en la vida’. Tendremos el privilegio de aplaudir a algunos de los mejores bailarines del mundo, formados bajo el legado de la prima ballerina assoluta cubana. Son sus descendientes directos. Ella les ha transmitido la impecable técnica del ballet clásico con el inconfundible y emotivo sello artístico cubano, el cual ninguna otra agrupación del mundo posee”, afirma. “Nos ha tomado tres años de ardua labor el traer a esta distinguida compañía, y cada paso que realicen sus bailarines sobre el escenario de la Sala Morsani nos certificará que el esfuerzo que hemos realizado en traerlos ha valido la pena”, concluye.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Andy García celebró su cumpleaños 62

Andy García junto a la actriz española Inés Sastre en "La ciudad perdida" (2005)
Por Leonardo Venta

Uno de los actores más reconocidos del cine estadounidense, Andy García, cumplió 62 años el pasado 12 de abril. Si me viese precisado a escoger un nombre para encumbrar culturalmente el saludable orgullo cubano en este prolongado aliento de exilio, articularía, sin pensarlo mucho, el de este precursor del auge latino en el cine estadounidense (aunque Oscar Hijuelos, el feliz Pulitzer de Literatura 1990, lo califique –digo, el vocablo ‘latino’– como un desacertado y prejuicioso intento sajón de restarle méritos a nuestros García, González y Hernández, sólo por mencionar algunos de los apellidos castellanos más comunes.
“Yo no soy un actor latino, sinceramente. Todo el mundo sabe que amo mi cultura y siempre he dicho que soy cubano, pero yo no me considero un actor latino, ni quiero que me consideren ni me clasifiquen de esa manera. Uno tiene que clasificar a todos los actores igual”, expuso García durante una conferencia de prensa sobre la película "The Pink Panther 2", en 2009.
El habanero Andrés Arturo García y Menéndez; o, quién sabe, el intenso Vincent Corleone de  "El Padrino III" de Francis Ford Coppola –que le valió una nominación al Oscar–; o, simplemente, Andy García, fue durante la década de los ochenta –por no comprometer la de los noventa– el galán absoluto hispano en Hollywood. Sí, este gran actor, fervoroso amante de la música de su tierra, consagrado también como director de cine independiente, deslumbró a la meca del cine antes que muchos otros  latinos lo hubiesen soñado.
Tenía 5 años cuando salió de su amada Cuba, en 1961, para instalarse con su familia en Miami, en calidad de exiliado. Si bien, el embrujo habanero nunca dejó de ceñir sus emociones. García, en más de una ocasión, ha confesado conservar todos los afectos aglutinados hacia su amada tierra, como si hubiese presagiado el no regreso y sintiérase obligado a retener –como un Marcel Proust de nuestros días– el efímero (e insondable) tiempo perdido.
Al célebre actor parece nunca haberle afectado la vanidad, fruto casi invariable del estrellato, ni el saberse admirado. Más bien, le incita un amor y hondo respeto hacia sus raíces. Produjo y dirigió en 1993 el documental “Como su ritmo no hay dos”, con el cual ayudó a revitalizar la carrera del entonces casi olvidado músico cubano Israel López 'Cachao'.
Andy García perfila sus papeles y traza su rumbo artístico más por el amor a su carrera y a sus principios ideológicos que por el dinero que pueda obtener. Comparte su cariño con María Victoria, compañera de muchos años, y sus cuatro hijos, cuya privacidad protege con entrañable celo. Es sumamente austero en la esfera pública, alejado de los escándalos y frivolidades que acechan a las celebridades. Así, se ha granjeado un respeto envidiable, no sólo por su talento y carisma como artista, sino también por su integridad.
             Se preparó durante 16 años para honrar a su entrañable Cuba, con el tesón arrollador de un titán enamorado. En 2005, estrenó "La ciudad perdida”, en la que debutó como director de largometraje de ficción y, al mismo tiempo, fungió como protagonista. La cinta, basada en un excelente libreto del Premio Cervantes  Guillermo Cabrera Infante, es un poema heroico al amor, a la ciudad perdida, que bien puede ser La Habana, o cualquier otro entrañable rincón de nuestras nostalgias.