lunes, 3 de julio de 2017

Apuntes sobre el postmodernismo

El texto La condición postmoderna: Informe sobre el saber, de Jean-François Lyotard (1979) propone una pluralidad de pequeñas narrativas que compiten entre sí, reemplazando el totalitarismo de las metanarrativas, que históricamente impedían que otros discursos fuesen escuchados
Por Leonardo Venta

            En la actualidad, América Latina emerge como nueva protagonista transcultural, ligada a su híbrida condición de ‘otredad’ frente al modelo europeizante ancestralmente dominante. Lo que precisa una reformulación del discurso latinoamericano.
            Entiéndase por postmodernismo el movimiento cultural que se hace ostensible a partir de 1970, adviniendo hasta nuestros días en lo que se denomina la época supermoderna. El postmodernismo se opone al funcionalismo y al racionalismo modernos; cuestiona, asimismo, todos los valores establecidos; desafía el discurso oficial y la cultura institucional, y pone en tela de juicio la racionalidad  instituida por la modernidad.
            Existen disímiles rasgos distintivos del postmodernismo en el análisis literario, como la ironía, el empleo de un lenguaje connotativo opaco, el uso de estructuras fragmentadas y acentuadas disposiciones anticanónicas. Bajo la órbita del escritor postmoderno, se alteran los roles tradicionales de los personajes. El héroe en la novela, por ejemplo, es descentrado, marginal, disfuncional. 
            De la misma forma, el postmodernismo despliega un estilo ecléctico y paródico que alude, en una suerte de pastiche (imitación o plagio)  a estilos anteriores. Términos claves de este movimiento son la ironía y el relativismo, que inclusive cuestionan hasta sus propios valores.
            La ironía y la parodia aunque no son exactamente lo mismo, moran en zonas colindantes. Existe ironía de los personajes con respecto a los propios personajes, y del narrador en relación a los personajes. La aludida ironía promueve un acercamiento crítico de carácter intelectual donde el humor se torna sarcástico, ácido, creando una distancia reflexiva entre el espectador y la obra, todo lo contrario a la risa que armoniza y aúna.
            Literariamente, la ironía opera como un sistema que clausura la esperanza, invitando al lector a replantearse la realidad, repensarla en calidad de expectativa troncada. Diversos autores latinoamericanos –moviéndonos dentro de un contexto más cercano– contemplan la realidad de nuestra zona geográfica como una especia de ironía, dentro de la que muchos emigramos huyendo de la miseria, los gobiernos oligárquicos y el terrorismo para terminar expuestos a circunstancias culturales, económicas y sociales matizadas por la discriminación, la nostalgia por el suelo natal, el choque cultural con un nuevo medio hostil, y, sobre todo, la desvalorización emocional que implica el saberse inferior en la escala de valores del nuevo medio social al que nos hemos incorporado.
            El postmodernismo asimismo cuestiona el matrimonio en su férreo afán de revaluar los valores morales de la sociedad. Rechaza y desenmascara dicha institución, así como pone en tela de juicio la sinceridad e integridad de una unión basada en la firma de unos papeles.
            La parodia postmoderna se mofa de la nostalgia de un pasado glorioso, de esos grandes momentos de imperio, de logros entendidos como notables en el ayer histórico. Establece un distanciamiento crítico del pasado, lo pulsa como un museo de inutilidades. Para el pensamiento postmoderno, los límites no están fijos: lo alto y lo bajo se pueden mezclar e intercalar en un momento determinado. 
            El filósofo francés Jean-François Lyotard llama “grandes narrativas” a ciertos discursos posteriores a la modernidad, como son la ciencia, la educación y la ideología. La ideología comprende las subcategorías de los partidos y la religión. El postmodernismo califica dichas grandes narrativas como fórmulas que justifican el status quo, discursos funcionales que persiguen manipular nuestras mentes en cierta dirección. El fascismo demuestra que estas grandes narrativas de la modernidad no conducen al progreso.
            La obra postmoderna tiene una concepción anticanónica. El tiempo y el espacio, por lo general, aparecen fragmentados. Una obra que aspira a estimular el pensamiento crítico, precisa cultivar la ambigüedad, la ambivalencia, el simbolismo, la desfragmentación. Una propuesta lineal no compaginaría con la indicada aproximación. En una obra donde no se cree en el matrimonio, ni en la religión, ni en las convicciones políticas y sociales, ni en ningún otro de los grandes relatos, no puede haber una propuesta progresiva.
            No obstante, es inapropiado afirmar que la postmodernidad sea pesimista, si bien nos obliga a reconsiderar nuestro optimismo. Un enfoque postmodernista es sobre todo bien informado. No intenta demostrarnos qué es lo que debemos creer, más bien nos invita a buscar la verdad, a despertar del sueño fabricado por los grandes relatos: es un nuevo agente. Por eso se nos antoja pesimista al compararlo con otras aproximaciones que procuran soluciones. Nos conduce a una ‘libertad total’ ante la realidad, cualquiera que sea su esencia. Antes bien, a esta abrasadora desnudez a la que se enfrenta el hombre y la mujer, algunos le llaman desesperanza, anarquía.
            Un aspecto postmoderno de gran interés es la celebración de lo local sobre lo universal –en nuestro enfoque lo latinoamericano–, en contraposición con las grandes ideologías del occidente. La tradicionalmente exaltada identidad está en crisis por innumerables razones. Se cuestionan las definiciones tradicionales, se procura desentrañar la esencia de lo que palpita en el fondo del individuo: ambigua, compleja, descentrada, contradictoria, propia del héroe que no es héroe, la cual puede significar todo lo contrario de lo que presume ser.
            Otra propuesta interesante es la hibridación. La revalorización del origen resalta la nostalgia del pasado que se da a través de contactos bastardos. Esta revalorización se encuentra en los contextos del teórico del postcolonialismo Homi K. Bhabha. ¿Cómo se aplica ese concepto del hibridismo a América Latina?  Los estudios latinoamericanos, especialmente en Estados Unidos, han suscitado una imagen nuestra como “otredad”, “minoría”. ¿Hasta qué punto es todo esto cierto? ¿Somos realmente lo incógnito, lo desconocido? ¿Somos acaso seres inferiores en busca del llamado “sueño americano” para sentirnos realizados? ¿Nos lo creemos?
           Como hemos venido sugiriendo, un sentido de humor agudo y mordaz condensa el carácter postmoderno en un mundo donde existe una inversión de valores: aquellos relativamente positivos asumen características negativas y viceversa. Lyotard responsabiliza a las tecnologías de la información, con su abrumadora dispersión de materiales aparentemente anónimos, como responsables, en parte, de la existencia de una cultura postmoderna.
            En el mundo actual se genera una nueva sensibilidad caracterizada por la fragmentación y dispersión del saber, la sobresaturación de los efectos que desvirtúan los códigos que antes establecían lo supuestamente real y válido,  para transformarlos en espectáculos de sí mismos, en imagen de su propio desvanecimiento.
           Se han roto las murallas que intentaban contener el himeneo entre la cultura popular y la llamada superior. La información está cada día al alcance de más personas, todos tenemos la oportunidad de opinar, incluso protegiéndonos en el anonimato detrás de la pantalla de nuestro ordenador –consideremos las facilidades que provee el Internet–. Los mensajes, impresionantemente múltiples, trastornan privilegios de formas o contenidos. Todos los discursos pugnan por su propio espacio, por su propia verdad, por su propia voz, coincidiendo, sobreponiéndose en ese Aleph que llamamos ordenador, computadora o computador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario