sábado, 15 de julio de 2017
lunes, 3 de julio de 2017
Apuntes sobre el postmodernismo
Por Leonardo Venta
En la actualidad, América Latina emerge como nueva protagonista transcultural, ligada a su
híbrida condición de ‘otredad’ frente al modelo europeizante ancestralmente
dominante. Lo que precisa una reformulación del discurso latinoamericano.
Entiéndase por postmodernismo el
movimiento cultural que se hace ostensible a partir de 1970, adviniendo hasta nuestros días en lo que se denomina la época supermoderna. El postmodernismo se opone al funcionalismo y al
racionalismo modernos; cuestiona, asimismo, todos los valores establecidos;
desafía el discurso oficial y la cultura institucional, y pone en tela de
juicio la racionalidad instituida por la modernidad.
Existen disímiles rasgos distintivos del postmodernismo en el análisis literario, como la ironía, el empleo de un
lenguaje connotativo opaco, el uso de estructuras fragmentadas y acentuadas
disposiciones anticanónicas. Bajo la órbita del escritor postmoderno, se alteran
los roles tradicionales de los personajes. El héroe en la novela, por ejemplo,
es descentrado, marginal, disfuncional.
De la misma forma, el postmodernismo
despliega un estilo ecléctico y paródico que alude, en una suerte de pastiche
(imitación o plagio) a estilos anteriores. Términos claves de este
movimiento son la ironía y el relativismo, que inclusive cuestionan hasta sus
propios valores.
La ironía y la parodia aunque no son
exactamente lo mismo, moran en zonas colindantes. Existe ironía de los
personajes con respecto a los propios personajes, y del narrador en relación
a los personajes. La aludida ironía promueve un acercamiento crítico de carácter intelectual donde el humor se torna sarcástico, ácido, creando una distancia reflexiva entre el espectador y la obra, todo lo contrario a la
risa que armoniza y aúna.
Literariamente, la ironía opera como
un sistema que clausura la esperanza, invitando al lector a replantearse la
realidad, repensarla en calidad de expectativa troncada. Diversos autores
latinoamericanos –moviéndonos dentro de un contexto más cercano– contemplan la
realidad de nuestra zona geográfica como una especia de ironía, dentro de la
que muchos emigramos huyendo de la miseria, los gobiernos oligárquicos y el
terrorismo para terminar expuestos a circunstancias culturales, económicas y
sociales matizadas por la discriminación, la nostalgia por el suelo natal, el
choque cultural con un nuevo medio hostil, y, sobre todo, la desvalorización
emocional que implica el saberse inferior en la escala de valores del nuevo
medio social al que nos hemos incorporado.
El postmodernismo asimismo cuestiona
el matrimonio en su férreo afán de revaluar los valores morales de la
sociedad. Rechaza y desenmascara dicha institución, así como pone en
tela de juicio la sinceridad e integridad de una unión basada en la firma de
unos papeles.
La parodia postmoderna se mofa de la
nostalgia de un pasado glorioso, de esos grandes momentos de imperio, de logros
entendidos como notables en el ayer histórico. Establece un distanciamiento crítico del pasado, lo pulsa como un museo de
inutilidades. Para el
pensamiento postmoderno, los límites no están fijos: lo alto y lo bajo se
pueden mezclar e intercalar en un momento determinado.
El filósofo francés Jean-François
Lyotard llama “grandes narrativas” a ciertos discursos posteriores a la
modernidad, como son la ciencia, la educación y la ideología. La ideología
comprende las subcategorías de los partidos y la religión. El postmodernismo califica
dichas grandes narrativas como fórmulas que justifican el status quo, discursos
funcionales que persiguen manipular nuestras mentes en cierta dirección. El
fascismo demuestra que estas grandes narrativas de la modernidad no conducen al
progreso.
La obra postmoderna tiene una
concepción anticanónica. El tiempo y el espacio, por lo general, aparecen
fragmentados. Una obra que aspira a estimular el pensamiento crítico, precisa
cultivar la ambigüedad, la ambivalencia, el simbolismo, la desfragmentación.
Una propuesta lineal no compaginaría con la indicada aproximación. En una obra donde no se cree en el matrimonio, ni en la religión, ni en las
convicciones políticas y sociales, ni en ningún otro de los grandes relatos, no puede haber una propuesta progresiva.
No obstante, es inapropiado afirmar
que la postmodernidad sea pesimista, si bien nos obliga a reconsiderar nuestro
optimismo. Un enfoque postmodernista es sobre todo bien informado. No intenta
demostrarnos qué es lo que debemos creer, más bien nos invita a buscar la verdad,
a despertar del sueño fabricado por los grandes relatos: es un nuevo agente. Por
eso se nos antoja pesimista al compararlo con otras aproximaciones
que procuran soluciones. Nos conduce a una ‘libertad total’
ante la realidad, cualquiera que sea su esencia. Antes bien, a esta abrasadora desnudez a la
que se enfrenta el hombre y la mujer, algunos le llaman desesperanza, anarquía.
Un aspecto postmoderno de gran
interés es la celebración de lo local sobre lo universal –en nuestro enfoque lo
latinoamericano–, en contraposición con las grandes ideologías del occidente. La
tradicionalmente exaltada identidad está en crisis por innumerables razones. Se
cuestionan las definiciones tradicionales, se procura desentrañar la esencia de lo que
palpita en el fondo del individuo: ambigua, compleja, descentrada,
contradictoria, propia del héroe que no es héroe, la cual puede significar todo
lo contrario de lo que presume ser.
Otra propuesta interesante es la
hibridación. La revalorización del origen resalta la nostalgia del pasado que
se da a través de contactos bastardos. Esta revalorización se encuentra en los
contextos del teórico del postcolonialismo Homi K. Bhabha. ¿Cómo se aplica ese concepto del hibridismo a América Latina? Los estudios
latinoamericanos, especialmente en Estados Unidos, han suscitado una imagen
nuestra como “otredad”, “minoría”. ¿Hasta qué punto es todo esto cierto? ¿Somos
realmente lo incógnito, lo desconocido? ¿Somos acaso seres inferiores en busca
del llamado “sueño americano” para sentirnos realizados? ¿Nos lo creemos?
Como hemos venido sugiriendo, un sentido de humor
agudo y mordaz condensa el carácter postmoderno en un mundo donde existe una
inversión de valores: aquellos relativamente positivos asumen características
negativas y viceversa. Lyotard responsabiliza a
las tecnologías de la información, con su abrumadora dispersión de materiales
aparentemente anónimos, como responsables, en parte, de la existencia de una
cultura postmoderna.
En el mundo actual se genera una
nueva sensibilidad caracterizada por la fragmentación y dispersión del saber,
la sobresaturación de los efectos que desvirtúan los códigos que antes
establecían lo supuestamente real y válido,
para transformarlos en espectáculos de sí mismos, en imagen de su propio
desvanecimiento.
Se han roto las murallas que intentaban
contener el himeneo entre la cultura popular y la llamada superior. La
información está cada día al alcance de más personas, todos tenemos la
oportunidad de opinar, incluso protegiéndonos en el anonimato detrás de la
pantalla de nuestro ordenador –consideremos las facilidades que provee el
Internet–. Los mensajes, impresionantemente múltiples, trastornan privilegios
de formas o contenidos. Todos los
discursos pugnan por su propio espacio, por su propia verdad, por su propia
voz, coincidiendo, sobreponiéndose en ese Aleph que llamamos ordenador,
computadora o computador.
sábado, 1 de julio de 2017
La versión cubana de “El lago de los cisnes”
"Black and White" (2014), gema del gran fotógrafo cubano-ucraniano Artyom Shlapachenko. En la foto aparece la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba Grettel Morejón en el personaje de Odile |
Por Leonardo Venta
En la Mayor de las Antillas, la pionera en la interpretación de la dualidad Odette-Odile –cisne blanco y cisne negro– fue
Alicia Alonso, cuando todavía era estudiante de danza clásica. Su profesor, el
ucraniano Nicolai Yavorski, el primer director de la Escuela de Ballet de la
Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, fundada en 1931, coreografió
especialmente para ella una versión de “El lago de los cisnes”, cuyo estreno fue
el 10 de mayo de 1937, en el habanero Teatro Auditorium –en la actualidad
Amadeo Roldán– junto a los alumnos de
Pro-Arte y teniendo como partenaire al bailarín invitado Robert Belsky, de los
Ballets Rusos de Montecarlo, quien bailó bajo el pseudónimo de Emilio Laurens.
La
Alonso –después de su estreno como alumna en este ballet– tuvo que
esperar a 1940 para bailar por primera vez el pas de trois del primer acto, junto
a la legendaria Nora Kaye y Leon Danielian, el mismo año en que el neoyorquino
Ballet Theatre exhaló su primer suspiro como compañía.
Cuatro
años después, en la versión que estableciera el American Ballet Theatre, la mítica bailarina cubana se puso el emplumado níveo
tutú de Odette, en el grand pas de deux del segundo acto; y ya para 1948, acompañada por Igor Youskévitch, se
ataviaba con el tutú negro para comenzar a escribir su propia leyenda: la de las irrepetibles bordadas “6” pirouettes de la
variación, los encentrados 32 fouettés y las osadas 'vaquitas' de la coda.
El
21 de marzo de 1941, Irina Barónova y Paul Petrov, como parte de los Ballets
Rusos del Coronel de Basil, bailaron el segundo acto de "El lago de los
cisnes" en el Auditorium de la capital cubana. El 28 de octubre de 1948, el Ballet Alicia Alonso incorporó el segundo acto a su repertorio, con la Alonso y Youskévich en los papeles de Odette y Sigfrido.
Pocos días después, el 31 de octubre, la prestigiosa pareja interpretó el pas de
deux del "Cisne negro". En 1946, Youskévich había iniciado una carrera brillante con el Ballet Theatre. Notables conocedores de la danza clásica han reverenciado su fuerza dramática y
pureza interpretativa. Erik Bruhn, "danseur noble par excellence", dijo que sólo se interesó por el papel de Albrecth después de ver a Youskévich bailarlo. A finales de los años 1940, el gran bailarín ucraniano ya era el partenaire regular de Alicia Alonso.
En 1953, la maître y coreógrafa inglesa Mary Skeaping montó “El lago de los cisnes” para el Ballet Alicia Alonso, según la versión de Nicolai Sergueiev. La première tuvo lugar en el antedicho teatro Auditorium, en 1954, con la Alonso, Royes Fernández y Charles Dickson, en los personajes de Odette-Odile, el príncipe Sigfrido y el hechicero von Rothbart, respectivamente.
En 1953, la maître y coreógrafa inglesa Mary Skeaping montó “El lago de los cisnes” para el Ballet Alicia Alonso, según la versión de Nicolai Sergueiev. La première tuvo lugar en el antedicho teatro Auditorium, en 1954, con la Alonso, Royes Fernández y Charles Dickson, en los personajes de Odette-Odile, el príncipe Sigfrido y el hechicero von Rothbart, respectivamente.
A
la estela de los grandes partenaires que escoltaron a la mítica cubana, se
unieron el bailarín británico de origen irlandés Anton Dolin –con quien tuve el
honor de departir en La Habana de los años setenta–, André Eglevsky, el
mencionado Youskévitch, John Kriza, Erick Bruhn y Royez Fernández, es decir, la
crema de la crema de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo en el olimpo
de la danza clásica.
La
coreografía original de “El lago…”, creada por Marius Petipa y Liev Ivanov, con
el seductor colorido y lirismo orquestal de Piotr Ilich Chaikovski, ha llegado
a nuestros días modificada. Eso implica la necesidad de un excelente trabajo de
reconstrucción del original, una esmerada recreación del estilo y de los modos
expresivos de la época en que fue ideado.
La
Alonso, como parte de su constante esfuerzo por integrar,
preservar y potenciar los elementos definitorios de los grandes clásicos dentro del repertorio
del Ballet Nacional de Cuba, ha retomando detalles originales de este ballet, haciendo énfasis en la
credibilidad y fidelidad a la trama inicial, contrastando los actos primero y
tercero –terrenales– con la atmósfera etérea de los llamados actos blancos.
En su versión del primer acto, entre otros recursos, no desestima el
metateatro. En los actos segundo y cuarto, caracterizados por su pureza incorpórea,
hace énfasis en la línea recta: triángulos, diagonales y cruces en filas. A su
vez, los cisnes cubanos se distinguen por las bien pronunciadas muñecas de las manos quebradas, sugiriendo
la pequeña cabeza de la idealizada ave de plumaje blanco, cuello largo y
flexible.
En
la representación cubana del "Cisne negro" resalta un retador rigor técnico,
algo de esperar en un montaje realizado por una autoridad del virtuosismo como lo
ha sido Alicia Alonso. Una peculiaridad admirable en esta versión es la famosa secuencia
de "sautés arabesque sur le pointe en penché", conocida en el argot balletístico de
la Isla como ‘vaquitas’, o saltos sobre la punta avanzando hacia atrás.
En
la puesta de la compañía caribeña, el tradicional cuarto acto es sustituido por un epílogo
que lo enlaza al tercero, sin la necesidad de interrupciones, lo que confiere
fluidez al desarrollo de una trama en la que el hechizo edificante del amor y
el bien prevalecen sobre las fuerzas del mal. “Se trata de rescatar la esencia
del romanticismo y el clasicismo –ha afirmado la Alonso–, haciéndolos viables
para el público de hoy, lo cual, a mi juicio, es la mejor forma de respetar los
clásicos”.
A
esta excepcional mujer, alma de la llamada escuela cubana de ballet, le debemos además el
estreno como pieza de concierto del adagio del segundo acto de “El lago de los
cisnes". No solía representarse de manera aislada. Si bien, durante una visita
en 1975 del Ballet Nacional de Cuba al Teatro de la Ópera de Maracay,
Venezuela, la Alonso decidió bailarlo. “… al llegar allí con
mi compañía encontré tal entusiasmo por verme bailar y recibí tantas y tan
cariñosas solicitudes para que lo
hiciera, que debí buscar una solución", leemos en Alicia Alonso:
"prima ballerina assoluta", imagen de una plenitud (testimonios y
recuerdos de la artista). "Y ésta fue incluir, como parte del concierto,
el adagio del segundo acto de 'El lago de los cisnes', ballet que personalmente
no bailaba desde hacía cerca de tres años, a causa de mi reciente operación de
los ojos (…) al disponerme a bailarlo aisladamente, con toda la atención puesta
sobre este adagio, debí replantearme de inmediato su interpretación y resolver
algunos aspectos que no me habían dejado totalmente satisfecha antes”, agrega en el mencionado texto. Aquellos que tuvimos el privilegio de verla interpretar
esta gema de tules y suspiros danzarios, teniendo ella más de cincuenta años de edad, estamos
precisados a admitir la genialidad antológica de su interpretación, fuera de
los límites de toda concepción humana.
La
excepcional acogida a su representación de este adagio, a una edad en que casi
todas sus contemporáneas tenían que conformarse con mirarla desde una butaca, le
obligó a seguir bailándolo en programas de conciertos. El tempo de la
música se tornó más lento con el propósito de enfatizar la amorosa expresividad
romántica entre la princesa cisne y su noble pretendiente. “He podido observar
que en los últimos años ha surgido la tendencia en algunos intérpretes a
incluir este fragmento en conciertos y a bailarlo en un tempo más lento, lo
cual me ha hecho muy feliz, al comprobar que mi intención ha sido comprendida”,
afirma la imperecedera Odette cubana.
Al
exponer su concepción del Cisne negro, la Alonso confiesa la intensa
sensualidad que encierra el personaje dentro de la expresión clásica. Aunque
aclara que “en ningún caso Odile es una 'femme fatale' a la manera
hollywoodense, error en que incurren algunas intérpretes”. Otro contraste que
pespunta con extremo refinado cuidado en la puesta cubana es el momento en que
Odile se separa del Príncipe súbitamente, segundos después de haber
experimentado un compartido efluvio de sensual ternura en el adagio, reafirmando –a través de la instintiva evasión– su
condición maléfica, al mismo tiempo que –el soplo idílico que le precediera– sugiere vulnerabilidad ante los
pronunciamientos amorosos del noble acompañante.
Odile
evoluciona gradualmente en su intensidad interpretativa, partiendo de una
cierta mesura, recelo arrogante –en búsqueda de la aceptación de todos en la
fiesta de palacio, y especialmente de Sigfrido–, hasta desplayarse en la siniestra célebre refinada
burla, al finalizar el tan aplaudido pas de deux.
La
versión cubana sortea el peligro de la sobreactuación en la representación de
Odile, así como equilibra el imperioso virtuosismo técnico –que corre siempre
el riesgo de transformarse en maniobra circense– con los desafiantes
requerimientos interpretativos del difícil papel. Además procura integrar los
elegantes matices de Odile –alejándola de la caricatura y los aspectos
efectistas– a la técnica, la música y la interpretación de un personaje, que
según la muy conocedora Alonso, tampoco es un demonio puro.
La Gaceta cumple 95 Años
Roland Manteiga y Jimmy Carter, en "La Tropicana Café" de la floridana ciudad de Ybor, durante la campaña presidencial de 1976
|
Por Leonardo Venta
En 1920, la
ciudad de Ybor contaba con 12 mil tabaqueros. Junto a ellos despuntaron también
los lectores, que, como el nombre lo indica, leían y comentaban a los torcedores
de tabaco –en horas laborales– los diferentes diarios y las obras más notables
de la literatura universal. En ocasiones, se las ingeniaban para hacer
traducciones improvisadas al español de textos en inglés.
El inmigrante cubano Victoriano
Manteiga, al segundo día de su llegada a Estados Unidos, en 1913, comenzó a
trabajar como lector en una fábrica de tabacos de West Tampa. Ese mismo
Victoriano, 9 años más tarde, fundaba La Gaceta, semanario que celebra esta semana su onomástico número 95 con una voluminosa tirada aniversario.
Ya para la fecha en que se fundó La
Gaceta –la única publicación trilingüe (español, inglés e italiano) de Estados Unidos y, a su vez, la
más antigua en manos de dueños minoritarios– Victoriano y su esposa Ofelia
compartían la alegría de su pequeño Roland de 2 años.
Victoriano le había propuesto al
doctor José Ramón Avellanal fundar un periódico en español. El solidario
galeno, a pesar de lo incierta que parecía esta empresa, apoyó a Manteiga.
Avellanal contactó a las impresoras de Mascunana y, en ese mismo año, el 22 de
mayo de 1922, los esfuerzos combinados de ambos hombres cristalizaron en la
primera edición de La Gaceta.
Desde su primer bostezo, el
periódico le brindó más importancia a la calidad de lo publicado que a la
cantidad de ejemplares. Victoriano pronto se granjeó el respeto de la comunidad
de Tampa. Mas no todo fue color de rosa. En octubre de 1929, la Gran Depresión
estalla a nivel mundial. Si bien, el enorme espíritu de sacrificio de la familia
Manteiga preservó el periódico.
Una década después, el estallido de
la Segunda Guerra Mundial trajo cambios drásticos para las floridanas ciudades de Tampa e
Ybor. Se colmaron de gran fervor patriótico. La circulación del periódico y el
número de sus páginas se duplicó. El pequeño Roland, ya todo un hombre, integró
las fuerzas militares estadounidenses que se dirigieron a la conflagración bélica.
A su regreso, se reintegró más
activamente a las labores en el periódico. Es durante esta etapa que el diario
pasó a ser bilingüe, para más tarde convertirse en una publicación trilingüe. Sin
embargo, con la naciente popularidad de la radio y la televisión muchos
lectores dejaron de subscribirse a esta publicación. Así describía Roland
Manteiga esta difícil etapa: “Usted tiene una publicación pequeña y tiene que
idear maneras para existir y subsistir… Es realmente un negocio muy duro. Yo
recuerdo a principios de los años cincuenta cuando tuvimos que dejar de ser un
diario, para convertirnos en un semanario.
No puedo enumerar los años en que ganaba 5, 6, 7 dólares semanales. Es
un gran sacrificio… Trabajar 14 horas diarias no era un práctica
desacostumbrada”.
La viuda de Roland Manteiga, Peggy,
quien a sus 84 años todavía se mantiene activa en este semanario, en una
oportunidad me confesó: “Me casé con Roland en 1960. Fue una época cuando la crisis con Castro
aterrorizó a muchas personas. Muchos anunciantes retiraron sus anuncios y no
teníamos suficiente dinero para sufragar los gastos. Tuve que incorporarme a
trabajar en el periódico para ayudar a mi esposo. Trabajé por cinco años sin
recibir salario. Por eso amo tanto a esta publicación y la considero tan mía. Todavía
me emociono cuando vengo a trabajar”.
El
fuerte espíritu de lucha de Roland, similar al de su padre Victoriano, le permitió
mantener con vida el negocio. Fundó su columna “As We Heard It (Tal como
lo hemos oído)". Con este espacio fijo, que
creció en popularidad, La Gaceta se convirtió en un importante eje político de
la ciudad, el cual todavía mantiene. Líderes mundiales y nacionales han visitado sus
oficinas en numerosas ocasiones.
Con la muerte de Roland Manteiga, en 1998, su
hijo Patrick heredó la dirección del semanario, así como la columna “Tal como
lo hemos oído”, siguiendo fielmente las pisadas de sus predecesores. Bajo esta
nueva disposición, La Gaceta continúa siendo un negocio familiar en que laboran
la esposa y la madre de Patrick, Angie y Peggy, respectivamente.
Sin embargo, el reto que encara
Patrick Manteiga es quizá mayor que el de sus antecesores. Las corporaciones
que poseen y controlan los grandes medios de información en Estados Unidos
–prensa, radio y televisión– constituyen un peligro para los negocios más pequeños. Patrick está consciente de esta realidad.
–prensa, radio y televisión– constituyen un peligro para los negocios más pequeños. Patrick está consciente de esta realidad.
En una vista realizada el 30 de
abril de 2007 en Tampa, ante la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), el
señor Manteiga declaró: “Yo represento una especie en peligro en esta era
moderna de las comunicaciones. Mi familia posee un pequeño periódico… A través
de los años hemos visto como pequeñas publicaciones han sido absorbidas por las
grandes conglomeraciones. Han perdido su propia voz editorial y han dejado de
enfocarse en las comunidades a las que deben sus servicios”.
Para el editor en español de La
Gaceta, Gabriel Cartaya, esta casi centenaria publicación tiene una
significación especial. “La Gaceta es un patrimonio cultural de la ciudad de
Tampa, no sólo porque es fuente imprescindible donde encontrar casi cien años de
su historia, sino, también, porque en sus páginas han encontrado espacio los
acontecimientos más importantes de la nación y de la humanidad”, nos ha confesado.
Por otra parte, entre las distinguidas
personalidades de nuestra comunidad, el honorable juez Emiliano J. Salcines –quien
ha conocido a los tres directores de este periódico, Victoriano, Roland y
Patrick– ha resaltado la importancia histórica de La Gaceta., como "fuente
de una valiosa cantidad de documentos históricos de nuestra ciudad que se
encuentran en el departamento de colecciones especiales de la Universidad del
Sur de la Florida”.
Al preguntarle al señor Patrick
Manteiga cuál es la fórmula que ha permitido que su publicación haya
sobrevivido por tantos años, afirma: “Mi padre y mi abuelo entraron en este
negocio por amor a la comunidad, por amor al periodismo. Si usted se dedica a
este tipo de negocio solamente por amor al dinero, fracasará. Este periódico ha
sobrevivido por el respeto y la dignidad que se le otorga a la publicación en
sí, y a la comunidad que representa".
Al formularle, privadamente, la
misma pregunta a la señora Manteiga, nos ofrece una respuesta similar: “El
periódico ha sobrevivido por tantos años por la calidad del mismo. Me refiero a
la calidad de los escritos, las historias, la editorial. Una cosa que mi esposo comparte con el legado
de sus precursores es el fuerte compromiso con la comunidad latina, por encima
de cualquier beneficio monetario”.