Julia Meister y Neal Burks en "Variaciones
Donizetti", de George Balanchine
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Por Leonardo Venta
Si algo alentador
nos dejaron las tres funciones del Next Generation Ballet (NGB), los pasados días 13 y 14 de mayo, ha sido afianzar
nuestra confianza en la buena salud del ballet en Tampa. Ante una acostumbrada
entusiasta audiencia, NGB presentó un nuevo programa, en el cual lo clásico y lo
neoclásico marcharon de la mano.
Composiciones de Ígor Stravinski y Gaetano
Donizetti –que le sirvieran a los coreógrafos Jerome Robbins y George
Balanchine para canalizar amenas inquietudes danzarias por medio de las piezas "Circus
Polka" y "Variaciones Donizetti"– fueron las dos gemas del
repertorio neoclásico que interpretaron los niños y jóvenes estudiantes del NGB, en la Sala Ferguson del Straz Center.
Philip Neal –director artístico de dicha
compañía, a su vez coreógrafo y otrora bailarín principal del New York City
Ballet–, para quien las pasadas
funciones ofrecieron a los bailarines "la oportunidad de explorar una variedad
de estilos, composiciones musicales y coreografías", interpretó al apuesto 'maestro de
ceremonia' en "Circus Polka" –un personaje que el propio Robbins
representara en su estreno–, al mando de un sonriente carrusel de estudiantes del
Conservatorio Patel de Tampa.
Este comienzo stravinskiano nos
pareció propicio para un espectáculo de esta naturaleza, certificado por el entusiasta
desfile de pequeñas figuras danzarias, que, por supuesto, desperezaron
jubilosos aplausos en la audiencia. A petición de Balanchine, Stravinski compuso
la música de "Circus Polka", en 1942, para ser bailada por jóvenes elefantes y
atractivas mujeres –encabezadas por la noruega Vera Zorina, esposa del
coreógrafo– en el espectáculo del circo Ringling Bros. y Barnum & Bailey,
que por cierto ha anunciado su cierre definitivo este mes de mayo tras 146 años
de existencia. Si bien, fue Robbins, quien creó para el "Festival
Stravinski", organizado en 1972 por el New York City Ballet, la coreografía
que presenciamos la velada del pasado sábado, sin la exótica Zorina ni los aludidos
paquidermos.
A propósito de Balanchine, arquitecto
principal del ballet en Estados Unidos, aplaudimos con gusto su composición "Variaciones
Donizetti", estrenada en 1960 por el New York City Ballet. La pieza –arquetipo de su estilo, fraguada de fragmentos de la ópera "Don
Sebastián", de Donizetti– comprende 26 minutos de bravura, libertad en el espacio y movimiento. Acompañados por seis bailarinas –Virginia
Archer, Kendall Baker, Jayden Cappela, Daryn Díaz, Kiyo Miyasato y Miya Mobley–
así como tres bailarines –Devin Hammond, Avery Jarrad y Stephen Myers– las
primeras figuras Julia Meister y Neal Burks arrumbaron las plácidas y ágiles variaciones
de Donizetti, y lo hicieron con gracia, destreza y fluidez, lo que patentiza la
excelente labor de Philip Neal como "répétiteur" autorizado por el 'George
Balanchine Trust', que vela por la fidelidad de las reposiciones de los ballets
del citado coreógrafo. Al mismo tiempo, la exitosa presentación de esta obra patentiza el
valioso entrenamiento que ofrecen los maestros cubanos Ivonne Lemus y Julio
Montano.
Renglón aparte merece –y no empleo una frase cliché– la intervención de la encantadora Meister, que supo combinar la
vitalidad y elocuencia de los movimientos con el gozo de danzar per se, inefable fusión
entre la emoción y la habilidad técnica. Burks, por su parte, deslizó ante
nuestras halagadas miradas sus precoces dotes como bailarín, aunque pudiera favorecerle perfeccionar ciertos detalles de lo que suele definirse como la "técnica
del partenaire": saber cómo
sostener a la compañera, sin olvidar mantener el continuo diálogo escénico de la pareja.
Luego del siempre refrescante
intermedio, presenciamos un agraciado y fluido arreglo coreográfico del tercer
acto de "Don Quijote" –que incluía pinceladas del primero y segundo
acto–, sobre la versión original de Marius Petipa, estrenada el 26 de diciembre
de 1869 en el Teatro Bolshói de Moscú.
La escenografía, cortesía del Ballet
de Alabama, armonizaba meticulosamente con el encantador vestuario facilitado
por el Ballet de Louisiville, así como con la rítmica música de Ludwig Minkus,
transportándonos a la siempre tentadora y quimérica España del siglo XVII.
No nos defraudó el desempeño de Juliette
Jones como Kitri –cuya interpretación de la Reina de las Willis ovacionáramos
hacía justo un año, en aquel histórico estreno de "Giselle" por el
Next Generation Ballet– y la bizarría del estremado Basilio de Ryan McNally en el
nupcial “grand pas de deux” de este ballet, el cual exige la más depurada
técnica académica, precisión en los movimientos y dominio interpretativo.
El desempeño de Jones fue
simplemente encomiable, técnica y artísticamente. Exhibió buen porte y
presencia, sobre todo en el adagio, desplegando un acertado uso del siempre
retador abanico. Nos fascinaron sus piruetas bien elaboradas, amplias
extensiones, así como los habituales desafiantes 32 fouettés de la coda. No
obstante, manifestó destellos de nerviosismo en los primeros momentos del paso a dos.
Por su parte, McNally hizo derroche
de arrojo y exteriorizó seguridad en su interpretación del danzante barbero, arrancando resuellos de aprobación con sus osados saltos y centrados giros.
En el plano grupal, la
incorporación de las seguidillas y el fandango a esta suite, con sus ritmos ternarios y movimientos animados, a mi juicio, fue
uno de los mayores aciertos de esta producción.
El gran entusiasmo del cuerpo de baile, el cuidado riguroso de los más mínimos detalles, la gran fluidez y sincronización al hilvanar las frases coreográficas, entre otros elementos, hicieron de esta experiencia escénica un viaje edificante hacia nuestras más entrañables emociones artísticas en la esfera de la danza clásica.
El gran entusiasmo del cuerpo de baile, el cuidado riguroso de los más mínimos detalles, la gran fluidez y sincronización al hilvanar las frases coreográficas, entre otros elementos, hicieron de esta experiencia escénica un viaje edificante hacia nuestras más entrañables emociones artísticas en la esfera de la danza clásica.
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