domingo, 28 de mayo de 2017

"Maestros de la danza", otra exitosa producción del Next Generation Ballet

     
Julia Meister y Neal Burks en "Variaciones Donizetti", de George Balanchine
       
Por Leonardo Venta

            Si algo alentador nos dejaron las tres funciones del Next Generation Ballet (NGB), los pasados días 13 y 14 de mayo, ha sido afianzar nuestra confianza en la buena salud del ballet en Tampa. Ante una acostumbrada entusiasta audiencia, NGB presentó un nuevo programa, en el cual lo clásico y lo neoclásico marcharon de la mano.
            Composiciones de Ígor Stravinski y Gaetano Donizetti –que le sirvieran a los coreógrafos Jerome Robbins y George Balanchine para canalizar amenas inquietudes danzarias por medio de las piezas "Circus Polka" y "Variaciones Donizetti"– fueron las dos gemas del repertorio neoclásico que interpretaron los niños y jóvenes estudiantes del NGB, en la Sala Ferguson del Straz Center.
            Philip Neal –director artístico de dicha compañía, a su vez coreógrafo y otrora bailarín principal del New York City Ballet–, para quien las pasadas funciones ofrecieron a los bailarines "la oportunidad de explorar una variedad de estilos, composiciones musicales y coreografías", interpretó al apuesto 'maestro de ceremonia' en "Circus Polka" –un personaje que el propio Robbins representara en su estreno–, al mando de un sonriente carrusel de estudiantes del Conservatorio Patel de Tampa.
            Este comienzo stravinskiano nos pareció propicio para un espectáculo de esta naturaleza, certificado por el entusiasta desfile de pequeñas figuras danzarias, que, por supuesto, desperezaron jubilosos aplausos en la audiencia. A petición de Balanchine, Stravinski compuso la música de "Circus Polka", en 1942, para ser bailada por jóvenes elefantes y atractivas mujeres –encabezadas por la noruega Vera Zorina, esposa del coreógrafo– en el espectáculo del circo Ringling Bros. y Barnum & Bailey, que por cierto ha anunciado su cierre definitivo este mes de mayo tras 146 años de existencia. Si bien, fue Robbins, quien creó para el "Festival Stravinski", organizado en 1972 por el New York City Ballet, la coreografía que presenciamos la velada del pasado sábado, sin la exótica Zorina ni los aludidos paquidermos.
            A propósito de Balanchine, arquitecto principal del ballet en Estados Unidos, aplaudimos con gusto su composición "Variaciones Donizetti", estrenada en 1960 por el New York City Ballet. La pieza –arquetipo de su estilo, fraguada de fragmentos de la ópera "Don Sebastián", de Donizetti– comprende 26 minutos de bravura, libertad en el espacio y movimiento. Acompañados por seis bailarinas –Virginia Archer, Kendall Baker, Jayden Cappela, Daryn Díaz, Kiyo Miyasato y Miya Mobley– así como tres bailarines –Devin Hammond, Avery Jarrad y Stephen Myers– las primeras figuras Julia Meister y Neal Burks arrumbaron las plácidas y ágiles variaciones de Donizetti, y lo hicieron con gracia, destreza y fluidez, lo que patentiza la excelente labor de Philip Neal como "répétiteur" autorizado por el 'George Balanchine Trust', que vela por la fidelidad de las reposiciones de los ballets del citado coreógrafo. Al mismo tiempo, la exitosa presentación de esta obra patentiza el valioso entrenamiento que ofrecen los maestros cubanos Ivonne Lemus y Julio Montano.
            Renglón aparte merece –y no empleo una frase cliché–  la intervención de la encantadora Meister, que supo combinar la vitalidad y elocuencia de los movimientos con el gozo de danzar per se, inefable fusión entre la emoción y la habilidad técnica. Burks, por su parte, deslizó ante nuestras halagadas miradas sus precoces dotes como bailarín, aunque pudiera favorecerle perfeccionar ciertos detalles de lo que suele definirse como la "técnica del partenaire":  saber cómo sostener a la compañera, sin olvidar mantener el continuo diálogo escénico de la pareja.
            Luego del siempre refrescante intermedio, presenciamos un agraciado y fluido arreglo coreográfico del tercer acto de "Don Quijote" –que incluía pinceladas del primero y segundo acto–, sobre la versión original de Marius Petipa, estrenada el 26 de diciembre de 1869 en el Teatro Bolshói de Moscú.
            La escenografía, cortesía del Ballet de Alabama, armonizaba meticulosamente con el encantador vestuario facilitado por el Ballet de Louisiville, así como con la rítmica música de Ludwig Minkus, transportándonos a la siempre tentadora y quimérica España del siglo XVII.
            No nos defraudó el desempeño de Juliette Jones como Kitri –cuya interpretación de la Reina de las Willis ovacionáramos hacía justo un año, en aquel histórico estreno de "Giselle" por el Next Generation Ballet– y la bizarría del estremado Basilio de Ryan McNally en el nupcial “grand pas de deux” de este ballet, el cual exige la más depurada técnica académica, precisión en los movimientos y dominio interpretativo.
            El desempeño de Jones fue simplemente encomiable, técnica y artísticamente. Exhibió buen porte y presencia, sobre todo en el adagio, desplegando un acertado uso del siempre retador abanico. Nos fascinaron sus piruetas bien elaboradas, amplias extensiones, así como los habituales desafiantes 32 fouettés de la coda. No obstante, manifestó destellos de nerviosismo en los primeros momentos del paso a dos. 
            Por su parte, McNally hizo derroche de arrojo y exteriorizó seguridad en su interpretación del danzante barbero, arrancando resuellos de aprobación con sus osados saltos y centrados giros. 
          En el plano grupal, la incorporación de las seguidillas y el fandango a esta suite, con sus ritmos ternarios y movimientos animados, a mi juicio, fue uno de los mayores aciertos de esta producción.
          El gran entusiasmo del cuerpo de baile, el cuidado riguroso de los más mínimos detalles, la gran fluidez y sincronización al hilvanar las frases coreográficas, entre otros elementos, hicieron de esta experiencia escénica un viaje edificante hacia  nuestras más entrañables emociones artísticas en la esfera de la danza clásica.

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