Dominique Luckie y Julia Meister, en el Segundo Acto de "Giselle'. Foto: Cortesía de Soho Images |
Por Leonardo Venta
Había mucha
expectación. Se hablaba de un gran reto. Era la primera vez en Tampa, y una de
las raras ocasiones en la historia de la
danza clásica, que bailarines de una compañía conformada por estudiantes, en su
pubertad e infancia, afrontaban el desafío de bailar "Giselle", el
más grande ballet romántico, y al decir del célebre crítico inglés Harnold
Haskell, una puesta que "hace o deshace la reputación de una
bailarina", y que, a nuestro juicio, lustra o empaña el nombre de
cualquier institución danzaria.
Realizar con gracia la transición
entre lo terrenal y lo etéreo, articular todo un dilatado minucioso lenguaje
escénico, ingeniar una atmósfera creíblemente irreal, seducir al público –que
quién sabe se enfrentaba por primera vez a la magia de este gema decimonónica–,
armonizar lo austero y lo dramático, evitar a toda costa lo sobreactuado –el
fatal cliché–, desplegar una rigurosa técnica en que soñadores entrechats,
bordados giros, saltos con buen "ballon", entre otros elementos, complementen los
dificultosos requerimientos interpretativos –no sólo para los protagonistas
sino también para el cuerpo de baile–, desperezando en el asistente una variada
y amplia gama de emociones, cuya catarsis, al decir de Theophile Gautier,
humedezca los ojos del espectador, son sólo algunos de los elementos que
articulaban la amplia armazón de este desafío sobre puntas para Next Generation
Ballet.
Las dos veladas a las que asistí en
la Sala Ferguson del Straz Center, el viernes 6 y el sábado 7 de mayo de 2016,
fueron estupendas. Ellie Borick y Julia
Meister me impresionaron favorablemente en sus respectivos debuts en el papel
de Giselle, sobre todo en el segundo acto. Ellie Borick arrancó en mí las
lágrimas a las que se refería Gautier. Julia Meister simplemente me extasió.
Ella nació para bailar. A pesar de su juventud, Dominique Luckie, en Albrecht,
fue un legítimo danseur noble.
Juliette Jones interpretó una Reina
de la Willis impresionante. Se le percibía ingrávida, hermosa, con convincente
disposición autoritaria, como lo requiere el personaje. El Hilarión de Néstor
García, sobre todo en la función del viernes, fue sumamente conmovedor. Un
"bravísimo" en tono bien alto para Ivonne Lemus. Sabemos sobre su
arduo trabajo en la realización de este proyecto. Llegue a ella, a Julio
Montano, a Philip Neal, y a todos los integrantes de Next Generation Ballet
nuestra más sincera felicitación.
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