"San Jerónimo en penitencia", obra de El Greco, circa 1605. Su iconografía nos remite al hombre que tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín |
Por Leonardo Venta
Los estudios
comparativos entre el griego, el latín, el sánscrito y otras lenguas han
determinado que todas proceden de una lengua primitiva común, denominada
indistintamente aria, indogermánica e indoeuropea.
Esta lengua primitiva se habló por
un pueblo remoto que habitaba probablemente la región centro-oriental de
Europa. Se expandió más allá de la India y Ceilán, hasta Bretaña y España,
habiendo ocupado toda la superficie de Europa, desde Escandinavia a Grecia e
Italia.
Al esparcirse, derivó en una
multitud de sistemas lingüísticos. De esa forma, hacia el año 3 000 a.C. las
diferencias entre sus hablantes fueron tan marcadas, que a pesar de su origen
común, ya no se entendían entre sí. El tronco indoeuropeo que agrupa las
lenguas bajo sus raíces comprende los siguientes grupos: hitita, tocario,
indo-iranio, griego, itálico, céltico, germánico, báltico, eslavo, albanés y
armenio.
El latín pertenece a la rama
itálica, conjuntamente con otros dialectos que se hablaban en Italia en el
primer milenio a.C.; el umbro (en la Umbría, junto al Mar Adriático); el osco
(en la Campania y en la Italia inferior); el volsco, el peliñano, el marso y
otros, en zonas de la Italia central. De
ellos, con excepción del latín, no existe ningún indicio literario, excepto
algunas inscripciones de la época precristiana, sobre todo del osco y el umbro.
El latín –que proviene del dialecto
que en sus inicios se hablaba en la región del Lacio, en la cuenca inferior del
río Tíber, donde se erigió la ciudad de Roma a mediados del siglo VIII a.C. –
ha dejado grandes huellas literarias, así como imprimió monumental influencia
en la cultura helénica, cuyo pueblo fue conquistado por los romanos. Es célebre
la frase del poeta lírico y satírico romano Quinto Horacio Flaco: “La Grecia
conquistada conquistó a su fiero vencedor”.
Hacia el siglo III a.C., Roma ya
había conquistado toda la península Itálica.
Sucesivamente fue apoderándose de los países que rodean el Mediterráneo
hasta formar el imperio más grande que existió en la antigüedad, y el latín fue
su lengua oficial y medio de comunicación entre gran parte de los pobladores
del vasto territorio que dominaba, aunque el griego y el vascuence (o euskera) resistieron
la expansión del idioma romano.
Por supuesto, toda lengua está
sometida a cambios. No es el mismo latín el que hablaban los primeros
habitantes de Roma que el que leemos en las Catiliniarias de Marco Tulio
Cicerón; en el poema didáctico De Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas),
de Tito Lucrecio Caro; en las Epístolas de Horacio, abogando por la moderación,
incluso en lo referente a la virtud; así como en la Eneida de Virgilio, una
epopeya mitológica en doce libros que relata las peripecias del héroe Eneas,
desde la caída de Troya hasta su victoria militar en Italia.
El latín, en sus comienzos era una
lengua sin pulimento. De esa etapa, se conservan solamente algunas
inscripciones y fragmentos de himnos religiosos y de leyes. Si bien, al recibir
el influjo de la cultura helénica, tras los conflictos bélicos que enfrentaron
a Roma y Cartago en los siglos III y II a.C. por el dominio del mar
Mediterráneo, se va refinando hasta alcanzar la brillantez que caracteriza a lo
más pulido de su cosecha literaria. Dicha depuración, distanció la lengua
hablada (o popular) de la escrita. Esta última se acrisoló cuantiosamente hasta
llegar a su cénit en la época de los autores antes mencionados. Posteriormente se
contaminó con expresiones y neologismos procedentes de las provincias, así como
del latín vulgar.
En tanto, el latín popular (sermo
vulgaris), que comprendía el "sermo
militaris" o habla de los soldados, "el sermo cotidianus"
hablado por comerciantes, esclavos y habitantes de otros pueblos, que
aprendieron el latín de los que hablaban el "sermo plebeius", fue
transformándose, originando numerosas modalidades dialécticas. Las invasiones
de los bárbaros y el consiguiente desplome del Imperio, originó la ruptura de
su unidad idiomática.
Es entonces, cuando el latín se
transforma en las diferentes naciones antes dominadas por Roma, y adquiere
propiedades disímiles, aunque emparentadas: las lenguas neolatinas, romances o
románicas. Estas lenguas son, de oriente a occidente: el rumano, el rético o retorrománico,
el italiano, el sardo, el francés, el provenzal, el catalán, el español y el
gallego-portugués, del cual provienen el gallego y el portugués (que formaron una
unidad lingüística durante la Edad Media).
El latín escrito sobrevivió la
sombría Edad Media. Aunque literariamente no fue un período tan oscuro como tradicionalmente
se le ha calificado. Desde sus inicios, este intervalo de la historia europea, que
duró aproximadamente diez siglos, procuró la conservación y sistematización del
conocimiento del pasado y se copiaron y comentaron las obras de autores
clásicos.
En el Medioevo se consolida gran
parte de la liturgia cristiana que ha pervivido hasta nuestros días, se escriben edictos, leyes, y otros
documentos públicos en lo que se ha llamado "bajo latín". Sin embargo, a este contexto
histórico-cultural eurocéntrico pertenecen los escritos de San Agustín, el
máximo pensador del cristianismo del primer milenio y, según el filósofo,
sacerdote, editor y ensayista italiano Antonio Livi, "uno de los más
grandes genios de la humanidad", y San Jerónimo, célebre latinista, a
quien le debemos la Vulgata, traducción de la Biblia al latín, y la primera
historia de la literatura cristiana: Varones ilustres (De viris illustribus).
A la llegada del Renacimiento, período
de la historia europea caracterizado por un renovado interés en el pasado
grecorromano clásico, trajo consigo una vivificación del latín. No únicamente
se procuró rescatar el latín en su más genuino esplendor sino que los célebres
autores latinos fueron imitados. Sus manuscritos fueron objeto de meticuloso
estudio, y la imprenta, recién inventada, propició la propagación de sus obras.
Es una etapa que rechaza el latín usado en la Edad Media y en la que se imitan
los modelos del latín clásico: Cicerón para la prosa y Virgilio, Horacio y
Ovidio para la poesía. El latín renace como expresión de la ciencia y la
cultura.
El latín clásico será siempre objeto
de estudio entre aquellos que poseen una visión cultural de largo alcance, pues
facilita un acercamiento cualitativo al mundo antiguo. Su conocimiento es
también útil para descifrar el significado que se tiende tras la etimología de numerosos
términos científicos escritos en latín y, sobre todo, escudriñar las raíces del
hermoso y entrañable idioma en que nos expresamos, como las de otras lenguas
romances y, ¿por que no?, las del inglés, que cuenta con un número significativo
de voces empleadas por los antiguos romanos, y constituyen un pasaporte
imprescindible para entrar con pie derecho en el ámbito de la cultura universal.
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