domingo, 7 de febrero de 2016

Apuntes sobre la lengua latina

"San Jerónimo en penitencia", obra de El Greco, circa 1605. Su iconografía nos remite al hombre que tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín

Por Leonardo Venta

Los estudios comparativos entre el griego, el latín, el sánscrito y otras lenguas han determinado que todas proceden de una lengua primitiva común, denominada indistintamente aria, indogermánica e indoeuropea.

     Esta lengua primitiva se habló por un pueblo remoto que habitaba probablemente la región centro-oriental de Europa. Se expandió más allá de la India y Ceilán, hasta Bretaña y España, habiendo ocupado toda la superficie de Europa, desde Escandinavia a Grecia e Italia.

     Al esparcirse, derivó en una multitud de sistemas lingüísticos. De esa forma, hacia el año 3 000 a.C. las diferencias entre sus hablantes fueron tan marcadas, que a pesar de su origen común, ya no se entendían entre sí. El tronco indoeuropeo que agrupa las lenguas bajo sus raíces comprende los siguientes grupos: hitita, tocario, indo-iranio, griego, itálico, céltico, germánico, báltico, eslavo, albanés y armenio.

     El latín pertenece a la rama itálica, conjuntamente con otros dialectos que se hablaban en Italia en el primer milenio a.C.; el umbro (en la Umbría, junto al Mar Adriático); el osco (en la Campania y en la Italia inferior); el volsco, el peliñano, el marso y otros, en zonas de la Italia central.  De ellos, con excepción del latín, no existe ningún indicio literario, excepto algunas inscripciones de la época precristiana, sobre todo del osco y el umbro.

     El latín –que proviene del dialecto que en sus inicios se hablaba en la región del Lacio, en la cuenca inferior del río Tíber, donde se erigió la ciudad de Roma a mediados del siglo VIII a.C. – ha dejado grandes huellas literarias, así como imprimió monumental influencia en la cultura helénica, cuyo pueblo fue conquistado por los romanos. Es célebre la frase del poeta lírico y satírico romano Quinto Horacio Flaco: “La Grecia conquistada conquistó a su fiero vencedor”.

     Hacia el siglo III a.C., Roma ya había conquistado toda la península Itálica.  Sucesivamente fue apoderándose de los países que rodean el Mediterráneo hasta formar el imperio más grande que existió en la antigüedad, y el latín fue su lengua oficial y medio de comunicación entre gran parte de los pobladores del vasto territorio que dominaba, aunque el griego y el vascuence (o euskera) resistieron la expansión del idioma romano.

     Por supuesto, toda lengua está sometida a cambios. No es el mismo latín el que hablaban los primeros habitantes de Roma que el que leemos en las Catiliniarias de Marco Tulio Cicerón; en el poema didáctico De Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas), de Tito Lucrecio Caro; en las Epístolas de Horacio, abogando por la moderación, incluso en lo referente a la virtud; así como en la Eneida de Virgilio, una epopeya mitológica en doce libros que relata las peripecias del héroe Eneas, desde la caída de Troya hasta su victoria militar en Italia.

     El latín, en sus comienzos era una lengua sin pulimento. De esa etapa, se conservan solamente algunas inscripciones y fragmentos de himnos religiosos y de leyes. Si bien, al recibir el influjo de la cultura helénica, tras los conflictos bélicos que enfrentaron a Roma y Cartago en los siglos III y II a.C. por el dominio del mar Mediterráneo, se va refinando hasta alcanzar la brillantez que caracteriza a lo más pulido de su cosecha literaria. Dicha depuración, distanció la lengua hablada (o popular) de la escrita. Esta última se acrisoló cuantiosamente hasta llegar a su cénit en la época de los autores antes mencionados. Posteriormente se contaminó con expresiones y neologismos procedentes de las provincias, así como del latín vulgar.

     En tanto, el latín popular (sermo vulgaris),  que comprendía el "sermo militaris" o habla de los soldados, "el sermo cotidianus" hablado por comerciantes, esclavos y habitantes de otros pueblos, que aprendieron el latín de los que hablaban el "sermo plebeius", fue transformándose, originando numerosas modalidades dialécticas. Las invasiones de los bárbaros y el consiguiente desplome del Imperio, originó la ruptura de su unidad idiomática.

     Es entonces, cuando el latín se transforma en las diferentes naciones antes dominadas por Roma, y adquiere propiedades disímiles, aunque emparentadas: las lenguas neolatinas, romances o románicas. Estas lenguas son, de oriente a occidente: el rumano, el rético o retorrománico, el italiano, el sardo, el francés, el provenzal, el catalán, el español y el gallego-portugués, del cual provienen el gallego y el portugués (que formaron una unidad lingüística durante la Edad Media).

     El latín escrito sobrevivió la sombría Edad Media. Aunque literariamente no fue un período tan oscuro como tradicionalmente se le ha calificado. Desde sus inicios, este intervalo de la historia europea, que duró aproximadamente diez siglos, procuró la conservación y sistematización del conocimiento del pasado y se copiaron y comentaron las obras de autores clásicos.

     En el Medioevo se consolida gran parte de la liturgia cristiana que ha pervivido hasta nuestros  días, se escriben edictos, leyes, y otros documentos públicos en lo que se ha llamado "bajo latín".  Sin embargo, a este contexto histórico-cultural eurocéntrico pertenecen los escritos de San Agustín, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y, según el filósofo, sacerdote, editor y ensayista italiano Antonio Livi, "uno de los más grandes genios de la humanidad", y San Jerónimo, célebre latinista, a quien le debemos la Vulgata, traducción de la Biblia al latín, y la primera historia de la literatura cristiana: Varones ilustres (De viris illustribus).

     A la llegada del Renacimiento, período de la historia europea caracterizado por un renovado interés en el pasado grecorromano clásico, trajo consigo una vivificación del latín. No únicamente se procuró rescatar el latín en su más genuino esplendor sino que los célebres autores latinos fueron imitados. Sus manuscritos fueron objeto de meticuloso estudio, y la imprenta, recién inventada, propició la propagación de sus obras. Es una etapa que rechaza el latín usado en la Edad Media y en la que se imitan los modelos del latín clásico: Cicerón para la prosa y Virgilio, Horacio y Ovidio para la poesía. El latín renace como expresión de la ciencia y la cultura.

     El latín clásico será siempre objeto de estudio entre aquellos que poseen una visión cultural de largo alcance, pues facilita un acercamiento cualitativo al mundo antiguo. Su conocimiento es también útil para descifrar el significado que se tiende tras la etimología de numerosos términos científicos escritos en latín y, sobre todo, escudriñar las raíces del hermoso y entrañable idioma en que nos expresamos, como las de otras lenguas romances y, ¿por que no?, las del inglés, que cuenta con un número significativo de voces empleadas por los antiguos romanos, y constituyen un pasaporte imprescindible para entrar con pie derecho en el ámbito de la cultura universal. 

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