viernes, 13 de marzo de 2015

“Campos de Soria”

Antonio Machado y su esposa Leonor Izquierdo, fallecida a los 18 años de edad, víctima de la tuberculosis

Por Leonardo Venta
 
El largo poema “Campos de Soria” está dividido en nueva partes en las que Antonio Machado, su autor, describe la hermosa y fría tierra soriana – a más de mil metros de altitud, lo que la convierte en una de las poblaciones más frías de España – a tono con el sentir patético del yo poético: “¡Soria fría! (…) Soria, ciudad tan castellana / ¡tan bella! bajo la luna”. El amplio margen que ofrece el simbolismo del único satélite natural de la Tierra puede interpretarse como el lado inasequible de la naturaleza, la espiritualidad intimista que ilumina la oscuridad, o un conocimiento interior de gran subjetividad intuitiva.

A la descripción de los paisajes se ciñen sus pobladores: “¡Gentes del alto llano numantino / que a Dios guardáis como cristianas viejas, / que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza! (…) y los caminos / ya ocultan los viajeros que cabalgan / en pardos borriquillos / ya al fondo de la tarde arrebolada / elevan las plebeyas figurillas, que el lienzo de oro del ocaso manchan”. Nótese como los humanos son minimizados, casi aplastados, ante la grandiosidad del entorno. No obstante, las sombras que proyectan estas ‘figurillas que cabalgan’, diminutas ante el rigor de la naturaleza, cobran dimensiones monumentales en su abandono: “Bajo una nube de carmín y llama, / el oro fluido verdinoso / del poniente, las sombras se agigantan”.  El yo poético exalta un paisaje humanizado: “Por las colinas y las selvas calvas [sin vegetación alguna] (…) tardes de Soria, mística y guerrera (…) ¡Campos de Soria / donde parece que las rocas sueñan / conmigo vais! (…) alborotando en blancos torbellinos / la nieve silenciosa”.

Asimismo, despunta el paisaje con triste y amoroso sentir intimista: “Oh, sí, conmigo vais, campos de Soria”. El hablante lírico, más que describir, dialoga con el paisaje y sus gentes: “agria melancolía / de la ciudad decrépita / me habéis llegado al alma / ¿o acaso estabais en el fondo de ella?”. A dicho diálogo – estrategia discursiva que prescinde del narrador e introduce al lector directamente en el contexto – se refiere el ensayo “La generación del 98: Intimismo y dialogicidad en la poesía de Antonio Machado”, escrito por José Jesús de Bustos Tovar: “…hemos de entender [la oralidad en la poesía de Machado] en el marco de una gradualidad que comprende, desde la pura dialogicidad, explícita o implícita, hasta la inscripción del tono coloquial en el lenguaje poético”.

 Según de Bustos, “la poesía de Machado responde a una necesidad interna del yo en hacerse presente ante su otro yo”, lo cual se manifiesta a través del desdoblamiento de la propia individualidad; pero, además, el hablante poético necesita referirse al otro, al lector, “para que el propio yo se haga explícito”. El empleo de la forma interrogativa, no como pregunta, aunque eso aparente, sino como una forma de exteriorización enfática del yo poético – “¿o acaso estabais en el fondo de ella?” – le imparte honda carga emotiva al poema. De Bustos se refiere a cómo en algunas composiciones de Machado, “el núcleo del poema se construye cediendo la enunciación en primera persona del poeta a la tercera persona evocada”. Esta técnica es palmaria en “Campos de Soria”, al enunciar los elementos de la naturaleza: “¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras almas llenas (…) álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! // ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria”. La estructura enunciativa en forma dialógica funde el pensamiento con la emoción. El hablante lírico se integra totalmente a la descripción y más que referirse al lector, desde una distancia enunciativa, se abriga, y le abriga, de Soria y su gente.

El poema, a pesar de las características conceptuales que lo identifican plenamente con el término ‘desastre’, tan usado para definir a la generación del 98, lanza algunos guiños esperanzadores para España, a través de la imagen de “la niña que piensa que en los verdes prados / ha de correr con otras doncellitas / en los días azules y dorados, cuando crecen las blancas margaritas”. Nótese como las tonalidades sombrías se tornan coloridas, y la pureza del color blanco se proyecta hacia un horizonte vago pero esperanzador.

Asimismo, el yo poético, desde el presente que le vulnera – la enfermedad y muerte temprana de su esposa Leonor Izquierdo, cuyo restos reposan en Soria – y el literal aire helado de la región, evoca un pasado halagüeño: “¡Álamos del amor que ayer tuvisteis / de ruiseñores vuestras ramas llenas; – para raudamente lanzar un nuevo lánguido consolador respiro – álamos que seréis mañana liras / del viento perfumado en primavera / álamos del amor cerca del agua / que corre y pasa y sueña, / álamos de las márgenes del Duero, / conmigo vais, mi corazón os lleva! ”. Los álamos – ¿postrados por el crudo invierno?, ¿talados? (al igual que la existencia de la esposa del poeta), ¿aplastados bajo la bota adversa del histórico ‘desastre’ de 1898? – se transformarán en instrumentos efectivos y afectivos, acariciantes liras del viento en primavera.

El sentir de “Campos de Soria” despereza en nosotros el de “A un Olmo Seco”, otra admirable creación machadiana: “Antes que te derribe, olmo del Duero, / con su hacha el leñador, y el carpintero / te convierta en melena de campana, / lanza de carro o yugo de carreta; / antes que rojo en el hogar, mañana, / ardas de alguna mísera caseta, / al borde de un camino; / antes que te descuaje un torbellino / y tronche el soplo de las sierras blancas; / antes que el río hasta la mar te empuje / por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. // Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.




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