La cálida mañana del miércoles, 9 de mayo, Henry Adams, director general adjunto de marketing y comunicaciones de la orquesta floridana, arriba al aeropuerto José Martí; le acompañan dos reporteros de Bay News 9: Tony Rajek y Verónica Cintrón. Ese mismo día, Jeff Multer realiza su primer ensayo junto a la OSN en el Teatro Nacional de Cuba. Cuando la tarde comienza a dilatar su tramoya de mar, brisa, diáfanos colores y acechantes sombras, los visitantes realizan un paseo por el Castillo del Morro, a la entrada de la bahía, con esencia a vaivén de agua y cantos marineros.
Ensayos y camaradería
El concertino de la Orquesta de la Florida, Jeff Multer, junto a su similar de la Orquesta Sinfonica Nacional de Cuba, Augusto Diago, ensayan en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba. Foto: cortesía de Henry Adams
Jueves, viernes y sábado – desde horas de la mañana hasta ya bien arrinconado el mediodía – se repiten los edificantes necesarios ensayos, en tanto el violín de Jeffrey se empeña en lanzar reverentes guiños a sus colegas isleños.
Jeffrey imparte clases
El habanero Instituto Superior de Arte (ISA), una gema arquitéctonica
El cuarto día de la semana – “Jovis dies” – Jeffrey ofrece su primera clase magistral en el Conservatorio Amadeo Roldan, edificio de fachada neoclásica, interior ecléctico, y solemne exterior manierista. Su última clase la imparte el lunes, 13 de mayo, en el Instituto Superior de Arte (ISA, por sus siglas en español) – Cubanacán – una sutileza arquitectónica donde el espacio fluye; se integra al éxtasis de la naturaleza caribeña; asila la luz de un bruñido sol tropical; se tiende magnificente sobre la falda del surrealismo, para sorprender con el sagaz salto de un inaprensible insubordinado gesto, henchido de metáforas culturales que abrazan la tradición colonial y la cultura negra en Cuba.
Disfrutando La Habana
Jeff Multer y Michael Pastriech departen con el artista gráfico e impresor Ibrahim Miranda, notorio por haber transcrito a la plástica el genio poético de José Lezama Lima.
Foto: cortesía de Henry Adams
El sábado, finalizado el ensayo, los visitantes no deponen su feraz apetito habanero. Se dirigen al estudio del artista gráfico e impresor Ibrahim Miranda, notorio por haber transcrito a la plástica el genio poético de José Lezama Lima. A la caída del sol, como rescindiendo de un salto el ancestral reposo sabático, Henry y Michael acuden a una cita con la danza, otro de los gestos culturales más significativos de 'la cubanía', para el erudito Fernando Ortiz, “cubanidad plena, sentida, consciente y deseada”.
Esta vez, la ‘cubanía-española’ – ¿si cabe el término? –, que da al cubano un vibrante matiz – a la par de la herencia africana – agasajó a sus vecinos estadounidenses con una fascinante función de danza ibérica ofrecida por la Compañía de Irene Rodríguez, directora artística, primera bailarina, maître y coreógrafa, licenciada en arte teatral y directora general de dicha agrupación.
Después de catar el embrujo español de una cálida noche habanera, Henry y Michael regresan a su casi centenario acicalado hotel, para caer en los brazos de Somnus, en vísperas del concierto del domingo.
Antesala al concierto
El sábado, finalizado el ensayo, los visitantes no deponen su feraz apetito habanero. Se dirigen al estudio del artista gráfico e impresor Ibrahim Miranda, notorio por haber transcrito a la plástica el genio poético de José Lezama Lima. A la caída del sol, como rescindiendo de un salto el ancestral reposo sabático, Henry y Michael acuden a una cita con la danza, otro de los gestos culturales más significativos de 'la cubanía', para el erudito Fernando Ortiz, “cubanidad plena, sentida, consciente y deseada”.
Esta vez, la ‘cubanía-española’ – ¿si cabe el término? –, que da al cubano un vibrante matiz – a la par de la herencia africana – agasajó a sus vecinos estadounidenses con una fascinante función de danza ibérica ofrecida por la Compañía de Irene Rodríguez, directora artística, primera bailarina, maître y coreógrafa, licenciada en arte teatral y directora general de dicha agrupación.
Después de catar el embrujo español de una cálida noche habanera, Henry y Michael regresan a su casi centenario acicalado hotel, para caer en los brazos de Somnus, en vísperas del concierto del domingo.
Antesala al concierto
Vista del Convento de San Francisco de Asís y la populosa Plaza Vieja, en La Habana Vieja, que actualmente sirve de local/sitio para conciertos y festivales de música. Foto: cortesía de Henry Adams
Amanece la híbrida urbe con sus rumores cotidianos de insomnes tambores solariegos, soneras claves, rumberas caderas mulatas, lacrimosas señoriales tendederas, amodorrados transeúntes – con la cruda de la noche anterior a cuestas – sin tener en cuenta que es domingo, mucho menos Día de las Madres – aplastados por la máxima maslowiana: resolver, inventar, inventar… soñar, si se puede. En tanto, otro tipo de mañaneros comienza a llegar a la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, en busca del néctar de un concierto que se ofrece demasiado temprano – las once de la mañana – para el trasnochador espíritu habanero.
Se ensancha la armonía
Jeffrey Multer Foto: Thomas Bruce
Comienza el concierto. El barroco europeo se pone guayabera y smoking americano. Todas las miradas se vuelven hacia Jeffrey Multer, todos los oídos se aguzan para escuchar su interpretación del menudo admirable instrumento; para sopesar su pasión, entrega y virtuosismo; los músicos de la OSN repasan con admiración, cada vez que la lectura del pentagrama se los permite, su semblante, sus entregados gestos. Jeffrey, a la par que ejecuta el violín, guía a sus colegas cubanos desde su estrado musical a la usanza de los conciertos barrocos del siglo XVII y primera mitad del XVIII.
El programa incluye la “Entrada de la Reina de Saba”, del oratorio “Salomón” (1749), de Händel; “Danzas folklóricas rumanas” (1915), de Bartók; y la “Suite orquestal núm. 3 en re mayor BWV 1068”, de Bach. En la segunda mitad, el artista invitado, en calidad de solista, acompañado de la OSN, bajo la batuta de Pérez Mesa, ejecuta el “Concierto para violín en re menor, opus 47” (1903), de Sibelius.
Epílogo
Cesa la música. El público, consciente del momento histórico que vive, ofrece una ovación de pie. Los aplausos cobran entrañable relevancia. Las emociones afloran, aúnan, consuelan, sanan, liberan, edifican; a la salida del teatro, miradas fraternales de aprobación, y fuertes estrechones de manos profieren expectativas de un mañana mejor.
excelente reportaje, poetico...
ResponderEliminarsimplemente hermoso
ResponderEliminarGracias por este blog, una verdadera joya artistica.
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