viernes, 3 de febrero de 2012

El Martí que renace


Parque "Amigos de José Martí" en Ybor City, Florida, Estados Unidos

Por Leonardo Venta

No hay nada que emocione más a la virtud que el escuchar cuando alguien pronuncia el nombre de José Martí con merecida admiración. Cada año, alrededor de esta fecha, se le nombra y se le lee sin menguar su verdor de “novias palmas que esperan” en amoroso gesto de suspiro de patria. Este 28 de enero de 2012, en el 159 aniversario de su natalicio, no hay excepciones.

El “Parque Amigos de José Martí”, en la ciudad de Ybor, ostenta en el centro una estatua erigida a él, la cual parece elevarse sobre el pedestal para remontarse al firmamento. Ese monumento no está allí por azar, y es que Martí, quien vivió prolíficamente en Estados Unidos los últimos 15 años en sus algo más de cuatro décadas de existencia, encontró refugio en el hogar del matrimonio Pedroso, ubicado en el terreno en que hoy se encuentra este oasis cubano.

Todo lo que se diga sobre Martí corre el riesgo de convertirse en expresión repetida, pues por más de un siglo un holgado inventario de calificativos y oficios nada inflados le adornan: escritor, orador, periodista, pedagogo, embajador, filósofo, dramaturgo, incluso redentor…pues redimir, sacar de esclavitud al cautivo pagando un precio, fue lo que él hizo al inmolarse por Cuba.

Excepcional orador, como lo certifica su coterráneo y contemporáneo Manuel de la Cruz (1861-1896),
“… según los que le oían habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la fuerza que imprimía a sus discursos”, llegó por primera vez a Tampa la medianoche del 25 de noviembre de 1891, y el 26 pronunciaba en el Liceo Cubano el discurso “Con todos y para el bien de todos”.

Allí propone “la fórmula del amor triunfante, alrededor de la estrella de la bandera nueva”, y enardece el ánimo de sus compatriotas hasta el arrebato cuando proclama: “¡Yo no sé qué misterio de ternura tiene esta dulcísima palabra [cubano], ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la naturaleza!”

En el mismo Liceo, Martí pronuncia al siguiente día otro ferviente discurso, "Los Pinos Nuevos”, en una velada en memoria de los ocho estudiantes de medicina fusilados en La Habana colonial, el 27 de noviembre de 1871: “Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio”.

Como escritor, su consagración al sacrificio no impidió que su prosa diáfana, aguda, y su verso elfo, asidos a la justicia, a la verdad y al amor, trazaran la brecha del movimiento modernista en la América española. Rubén Darío, considerado el fundador de dicho movimiento – generalización, a mi juicio, cuestionable – llamó a Martí padre, y lo incluyó en su libro Los Raros. En la primera edición de este texto, publicada en 1886, donde Darío incluye semblanzas de autores por los que sentía gran admiración, especialmente los simbolistas franceses, sólo incluye dos autores hispanoamericanos: Augusto de Armas, poeta cubano residente en París que escribió casi la totalidad de su obra en francés, y José Martí.

Sírvanos de colofón a esta semblanza-conmemorativa, pues sintetiza nuestro sentir, las palabras del investigador literario estadounidense Ivan A. Schulman: “Raras son las figuras literarias cuya excelencia artística corra pareja con una intachable complexión moral y cuyas cualidades personales, lo mismo que su producción literaria, sean fuente perenne de inspiración. La manifestación de este raro conjunto de características en [él] constituye una justificación más – si es que alguna se necesitaba realmente – de la universal reverencia que se le ha tributado”.



Nota: El narrador de este video comete un error al llamar a Ruperto Pedroso, Roberto. La pinareña Paulina Hernández Hernández desde joven se estableció en Florida, donde contrajo nupcias con Ruperto, de quien, a la usanza estadounidense, tomó el apellido Pedroso. Ruperto trabajaba como tabaquero en Tampa. Allí Martí y Ruperto iniciaron una amistad perdurable. La casa de los Pedroso era el lugar donde pernoctaba Martí siempre que visitaba Tampa. Se dice que cuando se encontraba allí, una bandera cubana ondeaba en el frente y a altas horas de la noche podía verse la luz de su ventana todavía encendida.

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