Por Leonardo Venta
Emprendimos la semana pasada un viaje literario en el tiempo con motivo del tricentésimo sexagésimo (360) aniversario del natalicio de sor Juana Inés de la Cruz, el 12 de noviembre de 1651, en San Miguel de Nepantla, localidad perteneciente al virreinato de la Nueva España, actual México.
Así, con vuestra fiel complicidad, nos referimos a la ya aludida Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), considerada el primer manifiesto feminista de todos los tiempos, en el que la Fénix de América da contestación al texto del obispo Fernández de Santa Cruz, donde éste la acusa de mundana, la conmina a abandonar las reflexiones teológicas – ocupación reservada sólo para hombres –, y le reclama una mayor santidad y dedicación a la vida monástica.
Sor Juana es poeta por gracia divina, e intelectual por ejercicio y determinación inquebrantable. Desde muy temprana edad, siente gran inclinación por los estudios. Así afirma en la antedicha misiva: “Acuérdome que en estos tiempos, siendo mi golosina la que es ordinaria en aquella edad, me abstenía de comer queso, porque oí decir que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, siendo éste tan poderoso en los niños”.
Es evidente que la Décima Musa entendió, desde muy temprano, la gran desventaja que significaba ser mujer. En la edad cuando se depende de otros para tomar decisiones, le ruega a su madre que la vista de varón para ir a estudiar a la ciudad de México: “…oí decir que había Universidad y escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que, mudándome el traje, me enviase a Méjico”. El que el panorama universitario fuese reservado sólo para hombres, debió significar un hallazgo demoledor para su temprana vocación intelectual.
A través de la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz discernimos la manera en que la sapientísima monja valoraba y ejercía su naturaleza femenina, demoliendo patrones erigidos y diseñados por una sociedad patriarcal. Es así como prefiere prescindir de la holgura de su cabello para obtener un cetro más preciado, el saber: “…que no me parecía razón, que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno”.
Los afeites tradicionalmente loados en la mujer no eran parte de la vanidad femenina de Sor Juana. Estaba consciente de la codificación de objeto, vano, dependiente y carente de inteligencia, que la apreciación masculina le otorgaba a su sexo. No debe confundirse la irreverencia de la monja ante este paradigma con lesbios rasgos de su naturaleza. No obstante, se habla de una masculinidad en Sor Juana que se refleja a través de su posición social e histórica.
Así valora dicha aparente masculinidad Octavio Paz en su texto Sor Juana Inés de la Cruz, o las trampas de la fe: "Los valores de su mundo eran valores masculinos. Niña quiso disfrazarse de hombre para apoderarse de ellos; mujer, extremó la división platónica entre el alma y el cuerpo para afirmar que la primera es neutral. El estado religioso fue la neutralización de su sexualidad corporal y la liberación y transmutación de su libido. En su jerarquía de valores el conocimiento estaba antes que el sexo porque sólo por el conocimiento podía neutralizar o trascender su sexo. Cualesquiera que hayan sido las causas psicológicas de su actitud, toda su vida estuvo dominada por la voluntad de penetrar en el mundo del saber: un mundo masculino”. (continuará…)
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