sábado, 19 de noviembre de 2011

Desde el filo de mi butaca

Fernando Bujones, al centro, con el Ballet de Orlando (foto: cortesía del Ballet de Orlando)

Por Leonardo Venta

“Es verdad que los amados por los dioses mueren jóvenes, pero no antes de haber devuelto al mundo, multiplicados, los dones con que fueron enviados a él".
Eurípides

Justo ayer recordaba – como quien despierta de un brumoso sueño a la orilla de un encantado lago – de la manera que Fernando Bujones, vencedor de múltiples lides contra las fuerzas del mal para salvar cautivos cisnes sobre el escenario, sucumbiera el 10 de noviembre de 2005 en el Hospital Jackson Memorial de Miami, a los cincuenta años, a causa de una fatal emboscada montada por el maléfico cáncer.

Bujones – destacado por la crítica de danza del New York Times, Anna Kisselgoff, como “el mejor bailarín norteamericano de su generación” – nació el 9 de marzo de 1955 en la ciudad de Miami. Sus padres, cubanos, decidieron regresar a su patria cuando él tenía siete años. Es allí donde comenzó su formación como bailarín con el Ballet Nacional de Cuba. Retornó con su familia a Miami en 1964. Dos años después recibió una beca de la Fundación Ford para continuar sus estudios en el New York City Ballet. En 1972, a los 17 años, pasó a integrar el elenco del prestigioso American Ballet Theatre, para convertirse en el bailarín principal más joven en la historia de la compañía.

En 1974, cuando Mijaíl Baryshnikov asume la dirección artística del ABT se inicia un dilatado capítulo de desavenencias entre los dos bailarines, que culmina en 1985 con la renuncia del cubano-americano a continuar en la agrupación neoyorquina. De esa época data la célebre frase de Bujones: "Baryshnikov tiene la publicidad, pero Bujones tiene el talento".

Cuando el ABT pasó a manos de una nueva directiva artística, Bujones fue invitado a bailar con la compañía en la temporada 1989-90. Ya en 1987 había ingresado como primer bailarín en el Ballet de Boston. Su presentación el 14 de enero de 1990 en la gala de los 50 años del ABT en el Metropolitan Opera House fue soberbia. Más admirable resultó su aparición en 1995 en el mismo escenario neoyorquino, junto a sus compañeros del American Ballet Theatre para despedirse de su público entre vítores y una ovación de pie que duró alrededor de veinte minutos, entre numerosas salidas y entradas al escenario.

A partir de su retiro como bailarín, se dedicó al trabajo coreográfico, la docencia y la dirección artística. En esta nueva modalidad, fue nombrado director artístico del Ballet de Orlando en el año 2000, compañía a la que confirió nuevo aliento. Allí se mantuvo impartiendo vida hasta septiembre de 2005, cuando presionado por la gravedad de su enfermedad, decidió trasladarse a Miami para recibir tratamientos médicos.

Bujones será recordado por su excepcional virtuosismo, armónica elegante línea, envidiables extensiones, vertiginosos entrechats , elevados jetés, bordados encentrados giros, delicado oído musical, aire principesco, contagiosa bravura, inexplicable encanto escénico e ingente versatilidad en el desempeño de roles protagónicos.

Según Kisselgoff, de joven tuvo Fernando Bujones dos ídolos: Erik Bruhn y Rudolf Nureyev, de quienes anhelaba combinar la pureza del primero con la energía del segundo. A raíz de una representación suya de La bayadera en Nueva York, otro reconocido crítico, Clive Barnes, afirmaba que su briosa manera de bailar “mantenía a los espectadores al filo de sus asientos”. Hoy, seis años después de su temprana desaparición física, su memoria aún me mantiene al filo de mi butaca.

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