martes, 5 de julio de 2011

Pintar con el corazón abierto

"El helicón", la más reciente obra de Sixto Silva

Por Leonardo Venta

Pintar para Sixto Silva, nacido en Bayamo, la segunda villa fundada por Diego Velázquez en el archipiélago cubano, es una forma de allegarse anticipadamente al paraíso, en ese inefable sentido de bienaventuranza; es esa placidez del artífice que disfruta a plenitud inmergirse en el arrobador proceso creativo, y concluido éste, embriagarse de su néctar. Es, al mismo tiempo, saberse portador de bienestar para otros.

“A través del móvil más caro de las artes, expresamos lo que consideramos fabuloso desde nuestro punto de vista, asumimos que no estamos a la sombra de ninguna tendencia ni estilo, ni siquiera que somos hijos de ninguna corriente moderna, aun cuando nos alimentemos de la historia del arte”, confiesa el artista bayamense.

Luego agrega: “Pintar es hacerse cómplice del único móvil mágico del alma, saturarse de regocijo y desprenderse de un mundo lleno de problemas, sentirse en un espacio sin conexión con alguna generación o atrapados por una frecuencia postmoderna”.

Silva, que nos honra con vivir en Tampa, desde muy temprano demostró tener talento natural para la pintura por lo que fue seleccionado para cursar sus primeros estudios en la Escuela Elemental de Arte Manuel Cabrera Sánchez en su ciudad natal y más tarde ingresar en la Academia de Artes Plásticas Joaquín Tejada.

En su incesante búsqueda de superación – este artífice que confiesa ‘pintar con el corazón abierto’, sin manual de instrucciones, sin ataduras políticas, sin intermediario y sin la mirada de un crítico desfasado – se licenció en Historia del Arte por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Al preguntarle sobre qué significa ‘pintar con el corazón abierto’, indica con desenfadado lirismo: “Es abrir todas las puertas a la creatividad y naufragar en un mar de colores, matices y trazos”.

Sus méritos artísticos lo llevaron desde pequeño y por muchos años consecutivos a conquistar el primer lugar en competencias locales y provinciales y en dos ocasiones ubicar sus obras en el Salón Nacional de Premiados, en Ciudad de La Habana, honor reservado exclusivamente para los artistas más destacados de la Isla.

El cuadro de Silva que encabeza este artículo, “El helicón”, nos remite al cuento homónimo del libro El ángulo del horror, de Cristina Fernández Cubas. El helicón – un instrumento musical de metal de grandes dimensiones, cuyo tubo, de forma circular, permite colocarlo alrededor del cuerpo y apoyarlo sobre el hombro de quien lo ejecuta – nos sugiere una realidad multidimensional.

Tanto la producción pictórica de Silva como la narración de Fernández Cuba colisionan en un armónico desconcierto, al fundirse en la extrañeza que apunta hacia simbólicos módulos del alma. Marcos, el personaje del cuento de Fernández Cubas disfruta deambular desnudo por su casa arrancando sonidos a su dilatado imponente instrumento musical. En la pintura del bayamense, cuatro figuras hacen algo similar apoyadas en la subjetividad que entrelaza lo fantástico con lo ambiguo.

En “El helicón, los tonos ocres y amarillos resaltan la técnica utilizada para establecer puentes que comunican vivencias y estados de ánimo. Las luces y sombras aplicadas con empastes de colores provocan deslumbrantes efectos especiales que le confieren a la pieza una exquisita factura. Desde el lienzo, nos parece escuchar a duendes que interpretan música de cámara en detenido gesto mítico-fantástico. Cada rostro, cada hermosa deformación de los trazos, cada detalle absurdo, recrea una atmósfera insospechada. La alucinación coquetea con la realidad, lo alegórico con lo idílico, lo pictórico con lo musical y lo literario. La pluralidad de interpretaciones blande un sinfín de preguntas: ¿Qué nos propone el artista con su obra? ¿Existe más de una mirada o interpretación de la misma? Usted tiene la respuesta…

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