viernes, 15 de julio de 2011

Oficiando como escudero (VI)

"Don Quijote a caballo", Edward Hopper, 1904
Por Leonardo Venta

¿Pensaron que me había olvidado de proseguir los relatos de mis andanzas como escudero? En el último episodio les comentaba que mi amo y yo divergíamos en cuanto a nuestra visión de Dulcinea. Para mí es la rústica Aldonza Lorenzo, “que tira tan bien de una barra como el más forzudo zagal (mozo) de todo el pueblo”, y para él es la imagen en que “se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas”. No obstante, les insinué que quizá todo, o algo, cambie. Manténganlo en mente.


Hoy les hablaré, entre otras cosas, sobre el discurso de las Armas y las Letras que mi señor don Quijote imparte en la venta, deslúmbranos. Compara las profesiones del soldado y el letrado al revisitar la tan repetida polémica entre caballeros y clérigos: “Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas; que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen”.


Don Miguel, a quien todos llaman por su apellido, Cervantes, conoce al dedillo lo dicho por don Quijote en este discurso, ya que es soldado y hombre de letras como él . Para mi amo, el fin de la guerra es la paz, y así antepone las Armas a las Letras. No olvidemos que el perfecto caballero renacentista debe ser eficaz en ambos ramos, modelo que establece el célebre tratado El cortesano de Baltazar Castiglione – sobre quien escribiera el señor Atnev hace ya varias semanas –.


Por otra parte, don Miguel no cesa la crítica literaria que había iniciado en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. En los capítulos finales del Primer libro – si convenimos en que se vale del canónigo de Toledo para emitir sus juicios – concluiremos que desfavorece los cuentos disparatados “que atienden solamente a deleitar”, mientras pondera las “fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente”; además, propone que la incursión literaria de carácter fantástico – que el canónigo llama ‘mentira’ – resulta más aprovechable “cuanto más parece verdadera y tanto más agrada, cuanto tiene más de lo dudoso y posible” – afirmación que se acerca a lo que ustedes, lectores del siglo XXI, llaman suspenso.


Al cura, por su parte, le exasperan los anacronismos – incoherencias que resultan de presentar algo como propio de una época a la que no pertenece –, la desfiguración de lo histórico y las invenciones de milagros: “Pues ¿qué si venimos a las comedias divinas? ¡Que de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros del otro!”.


Incluso, se perciben sagaces ataques de don Miguel a su archienemigo Lope de Vega, cuando el canónigo señala: “… véase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio de estos reinos con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias, y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama; y por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren”.


Así llegamos, nosotros y no las comedias de Lope de Vega, al acto mismo de bajar los telones del Primer libro del Quijote, me imagino que dejándolos a ustedes, y a mí, algo desconcertados por la ingeniosidad lúdica de don Miguel. Por un lado, nos dedica un chispeante epitafio a don Quijote y a mí, estando vivitos y coleando: “Aquí yace el caballero / bien molido y malandante / a quien llevó Rocinante / por uno y otro sendero. // Sancho Panza el majadero / yace también junto a él”; así como a Dulcinea: “Reposa aquí Dulcinea, / y, aunque de carnes rolliza, / la volvió en polvo y ceniza / la muerte espantable fea”, con lo que aparenta concluir la historia; no obstante, anuncia “la tercera salida de don Quijote”, que le demorará diez años publicar, en un Segundo libro que a ustedes, paradójicamente, os tomará, Dios mediante, solo pocos días seguir.

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