Por Leonardo Venta
Don Quijote, su caballo Rocinante, mi jumento y yo – en pelota y temeroso de la Santa Hermandad, probablemente, el primer cuerpo policial europeo –, bajo la arremetida de cuantiosas piedras lanzadas por los ingratos galeotes (forzados remadores en las galeras) que mi amo hubo liberado, y cuyas manos no se daban a abasto para arrojarlas sobre nosotros, nos entramos por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba, para no ser hallados por la Hermandad si nos buscase. “Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndoles aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba”.
Ya adentrados en Sierra Morena, la imagen del enloquecido Cardenio, salvaje criatura trastornada por los influjos del deseo, se pasea ante nuestros ojos brincando de peña en peña. Su prototipo, sin lugar a duda, es el encantador Merlín, cuya locura lo extirpa del espacio natural, para refugiar su perturbación en el bosque de Caledonia. El mismo Michel Foucault, ese chiflado brillante filósofo suicida francés del siglo XX, sostiene que el loco “tiene su verdad y su patria sólo en esa extensión estéril entre dos países que no puede ser suya”. Tanto Cardenio como don Quijote habitan dicha incomprendida extensión, que, a mi simple juicio, no necesariamente tiene que ser estéril, y en cierta medida, todos los inadaptados e incomprendidos ocupan.
El enloquecimiento de Cardenio, contado por él mismo, lo provoca la traición de su mejor amigo, don Fernando, y la cuestionable flaqueza emocional de su amada Luscinda, quien obligada por sus padres a casarse con don Fernando, en lugar de suicidarse como había hecho voto, se desmaya. Cardenio asiste a la boda de su propia prometida con otro hombre, pero no resiste el impacto. De esa manera huye para esconder su pena en la sierra. Afortunadamente, después de varios incidentes que omito por falta de espacio, Cardenio descubre que Luscinda sí lo amaba, y todo se resuelve entre éste, Luscinda, don Fernando y Dorotea, a la usanza de las intrigas amorosas renacentistas.
Usted tendrá la oportunidad de ser testigo de similares deleitosos enredos pasionales al de los protagonistas de Sierra Morena, esta vez, entre dos parejas de nobles amantes shakespeareanos, Lisandro, Hermia, Demetrio y Helena, además de disfrutar del agraciado marco de una época de grandes logros culturales, de luz y regreso al clasicismo, de amor y magia, dentro de los melódicos rasgos mendelsonianos, este sábado, 14 de mayo, a las 7:30 pm., en la sala Fergunson del Straz Center for the Performing Arts, con la puesta en escena de Sueño de una noche de verano, interpretada por el Next Generation Ballet, que dirige Peter Stark.
¡Ah!… en esta puesta, hay una grata sorpresa para los amantes del ballet en Tampa, hasta me atrevería a calificarla de “histórico acontecimiento”: el prometedor bailarín Nieser Zambrana, de sólo 21 años, que en diciembre de 2010 abandonara las filas del Ballet Nacional de Cuba en una gira por Canadá, hará su debut en Estados Unidos en el papel de Puck, un pícaro y travieso duendecillo, responsable de toda clase de encantamientos, al servicio de Oberón, el Rey de las Hadas.
Los contemporáneos don William y don Miguel comparten rasgos; hasta se especula que el gran autor teatral inglés no sólo leyó el Quijote, sino que escribió, inspirado en el Cardenio del español, la obra teatral The History of Cardenio, de la que existen registros de su representación y cuyo manuscrito fue probablemente destruido en el incendio del londinense teatro The Globe. Si bien, con la licencia de ambos genios literarios, y cuanto encantador exista, nos vemos este sábado, no en El Globe, sino en el Straz Center de Tampa.
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