sábado, 2 de abril de 2011

Mi homenaje al héroe-artista


Por Leonardo Venta

El jueves, 24 de marzo de 2011, dentro del marco de las instalaciones del edificio “The Towers at Westshore”, en Tampa, se exhalaron coloridos hálitos festivos en la inauguración de la exhibición de pintura “Un soplo de primavera”, organizada por la Coalición Hispana de Artistas, entidad fundada en el 2007 y que agrupa a decenas de músicos, escritores, bailarines y cultivadores de la plástica.

La velada – animada con los arpegios de guitarra del dúo “Duende” (integrado por emociones-cuerdas que acarician y presionan Dean Johanesen y Joe Matsagos), el embrujo de la bella voz de Lily Cortés, arropada en el atavío de las deidades mayas de la abundancia –, contó en su aspecto más formal con la ceremonia de posesión de la nueva directiva de la Coalición.

Entre irrebatibles suspiros de imágenes creadas por quince artistas procedentes de siete países iberoamericanos, centrados en la prometedora aunque breve “primavera” que los organizadores proclamaron con el poético título de la muestra; entre los tentadoramente pródigos hors d’oeuvres y los vivaces lagrimosos refrescos, que transitaban inquietos en estrenadas, o repetidas, charlas de insospechadas apetencias; entre la familiar camaradería que ofrecen los espacios de nobles ciudades como Tampa; entre los pronunciados nombres, se erguía meritoriamente el de José Murani.

La Coalición anunció oficialmente en este evento la nueva beca “José Murani” para alumnos de escuelas secundarias superiores interesados en continuar sus estudios universitarios de tiempo completo en el campo de las artes visuales. Por otra parte, los pintores Zoe Otero de González, Ismael González y Elsa Granado de Obediente recibieron el reconocimiento a la excelencia.

Residente en Tampa desde el año 2001, José Murani siempre mostró grandes aptitudes para la pintura. Como todo cubano apasionado por las artes plásticas, anheló estudiar en la Academia de San Alejandro de La Habana, uno de los grandes mitos positivos de la cultura de la Isla, pero su familia no poseía los recursos para costearle ese sueño.

Mas las artes nunca desfallecen en su propósito de perpetuar la devoción de sus prosélitos, y este axioma lo ejemplifica muy bien la octogenaria fructífera existencia de Murani. Autodidacta, como Van Gogh, su vocación de luz tropical recorre su obra con radiante espíritu, como el de la Isla grande que retiene bajo la pupila de la memoria afectiva.

Murani ha devuelto a los colores su dimensión más sonora, para atravesar mares con su arte hasta llegar a Europa. España e Italia han auscultado atentas las vibrantes modulaciones de su curtido pincel sobre el lienzo, y la Tampa martiana, por derecho propio, lo ha enamorado y retenido, para brindarle frecuentados tributos.

Pero detrás del éxito, hay un hombre humilde que sueña y enfrenta temibles pruebas. Murani, a sus 84 años, es una especie de caballero andante del siglo XXI, que sostiene una estoica batalla contra el cáncer por cuatro años, ante el que no ha cedido su grandeza humano-artística. En el 2010, a raíz del devastador terremoto de Haití, creó una obra alegórica inspirada en dicha tragedia. La donó a la Coalición para a través de ese medio ayudar a las víctimas de la catástrofe. Después de realizarse una rifa con la obra donada, los fondos recaudados fueron entregados a la Fundación Clinton/Bush para los damnificados.

Nuestro héroe-artista ha logrado lo que equivale a la mayor ovación de pie que pueda recibir un artesano de la plástica: revelar su alma en múltiples exhibiciones personales y colectivas, adquirir reconocimientos que sólo tantean toscamente la grandeza del artífice. De mi parte, un inusual aplauso para José Murani, a la vasta medida, por establecer algún digno precedente, del que le otorgó literalmente el Stravinsky amigo a la obra del pintor Raúl Milián en una visita a La Habana.

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