Por Leonardo Venta
"Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos”, son declaraciones de Clarice Lispector, una de las voces más notables de la literatura contemporánea, recogidas por Olga Borelli, su gran amiga y secretaria.
Hija de judíos rusos, Lispector nació en Chetsélñik (Ucrania) en la segunda mitad de la década de mil novecientos veinte. Con dos meses de nacida llegó a Alagoas, al nordeste de Brasil y jamás admitió otra patria que la constituida por el país más extenso del subcontinente americano.
La obra de Lispector es la reflexión sobre la palabra, la sublimación del instante y la coronación de lo aparentemente insustancial. "La palabra tiene su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno", expone la gran escritora.
De neutralidad ontológica entre la conciencia y el ser, Lispector reprueba la pedantería académica. "No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente".
Cerca del corazón salvaje (1944), su primera novela, escrita cuando contaba 17 años, le mereció el premio Graça Aranha, pero no es hasta 1961 con la publicación de La manzana en la oscuridad, cuando despierta el interés de la crítica literaria, que la situó, junto con João Guimarães Rosa, en el vértice de la ficción de vanguardia de su país, “antropófaga”, por nutrirse de las vanguardias europeas para engendrar con genuina singularidad lo brasileño.
Novela sin trama, Cerca del corazón salvaje, hilvanada con las hebras del monólogo interior joyciano, es un vistazo femenino, urbano, intuitivo, que emparenta la feminidad con la agudeza. Las mujeres de Lispector alcanzan profundidad en su discurso, pero no por eso dejan de ser femeninas.
A la escritora brasileña le obsesiona la necesidad de comunicarse y, al mismo tiempo, respirar el éter místico del silencio. "Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar", afirma. Luego agrega: "Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto – y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar –. Para escribir tengo que colocarme en el vacío".
Desaloja de todo su sentido a la palabra para liberarla en icáreo intento. "Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido", confiesa. Aprehender lo inaprensible es su gran reto. “Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo (...) palabras hechas de los instantes (...) Quiero como poder coger con la mano la palabra", agrega.
"Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío", apunta Lispector. En Un soplo de vida (1978), su novela póstuma, expresa: "¿Pero dónde están las palabras? Se han agotado los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos”. Herida prematuramente de muerte, en 1977, con apenas 52 años, revela: "Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad".
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