La novela más célebre de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz (MAC), publicada en 1962, emplea inusitados recursos técnicos narrativos dentro de la novedad que significó el hoy encanecido boom de la literatura latinoamericana de los años sesenta.
Artemio, un caudillo de la Revolución mexicana, desde su lecho de muerte repasa las etapas más importantes de su existencia; reflexiona en cómo sus ideales revolucionarios paulatinamente han sucumbido; así como padece el agónico vacío afectivo que no puede llenar una enorme fortuna fraudulentamente acumulada.
En MAC existe un desplazamiento dado en la relación entre la supuesta disposición cronológica de los hechos enunciados y la disposición artificial del proceso de enunciación que da cuenta de ellos. Para el mismo Fuentes, “la novela imagina un pasado y recuerda un porvenir". Abre en el presente: “YO despierto… Me despierta el contacto de ese objeto frío con el miembro”, y cierra con la extinción del ‘yo’, el ‘tú’ y el ‘él’, especialmente el ‘tú’, que simboliza el subconsciente: “... los tres moriremos… Tú… mueres… has muerto... Moriré”.
Artemio ejercita un monólogo a lo Joyce, indicado, en parte, por el uso del ‘tú’, la manera en que se dirige a su subconsciente: “TÚ ya no sabrás: no conocerás tu corazón abierto”. Este interlocutor en segunda persona es falso, ya que no es alguien distinto al propio enunciador.
El “yo”, por su parte, opera en diferentes niveles: el examen de conciencia del narrador sobre lo que ha sido su vida; motivos recurrentes reflejados desde el inconsciente (como el pedir que abran las ventanas); el tiempo en avance, reflejado en un “yo” presente que se proyecta temporalmente hacia la muerte; y el tiempo detenido del “yo”, al margen del desarrollo de los acontecimientos.
Por su parte, el nivel narrativo del “él”, que complementa al ‘yo’ y al ‘tu’, puede considerarse como parte de un único monólogo interior que se refiere al pasado, paradójicamente, como tiempo que se proyecta evocativamente al futuro: “bostezarás: cerrarás los ojos: bostezarás: tú, Artemio Cruz: él, creerás en tus días con los ojos cerrados”.
El desdoblamiento del enunciante en las tres personas gramaticales se encuentra en perfecta asonancia con el desconcierto agónico que le estremece emocional y físicamente.
La novela registra cambios bruscos, interrupciones imprevistas, así como figurativas y ambiguas repeticiones. Cada fragmento, al integrarse al texto, casi cinematográficamente, dilata el mundo exterior e interno que confluyen en la psiquis enmarañada del protagonista.
Para lograr el efecto de caos, el autor se apoya también en la utilización inapropiada de los signos de puntuación, el uso inusual y normativo de los rasgos sintácticos (empleo constante del punto y seguido, los dos puntos, ausencia de las mayúsculas y el uso continuado de la conjunción copulativa ‘y’, entre otros).
La novela, para la crítica Doris Sommer, profesora de la Universidad de Harvard, es un ataque a la historia romántica de las “ficciones fundacionales” de América Latina; para el ensayista, profesor, poeta y narrador peruano Julio Ortega, “puede leerse como una alegoría irónica de la formación nacional: de su crítica y de la mitología de sus orígenes”; para este servidor es un ejercicio tedioso de lectura que justifica la intención innovadora del autor en su momento.
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