miércoles, 16 de junio de 2010
El nacionalismo
Por Leonardo Venta
Lo que más nos unifica, por lo general, no es nuestra raza, ni nuestro lenguaje, ni nuestra religión, sino esa conciencia moral que llaman ‘nación’. El sentido de nacionalidad - la sensación personal y cultural de pertenecer a un país - es la forma moderna más importante de identificación colectiva. Bajo su nombre, se han transitado catastróficos abismos y elevadas pirámides de amor.
En los estudios culturales, el término ‘nación’ habitualmente se funde con el de “tradición’ y “folclore”. El nacionalismo, caracterizado, ante todo, por el sentimiento de comunidad de una nación, debe ser entendido como un sistema de significación cultural que refleja normas morales y convenciones de conducta, así como la posesión compartida de un extenso legado de memorias.
El vocablo ‘nación’, asimismo, sugiere fidelidad a la patria y a la bandera, observancia fusionada con los sacrificios pasados y la voluntad de volverlos a ejecutar en ese afán ontológico de grandeza y honor. Las naciones, por lo demás, participan en la consolidación de la civilización, estado evolucionado de una sociedad que conserva una unidad histórica y cultural.
Amamos casi inconscientemente a nuestros coterráneos. Sin conocerlos, nos inspiran un hondo sentido de fraternidad. Sus triunfos nos producen gran satisfacción. Sus conquistas las consideramos nuestras.
¿Cómo podríamos explicar, entonces, la popularidad de los Juegos Olímpicos? Los atletas compiten bajo el amparo de una bandera y en las ceremonias de premiación, muchas veces, lloran al escuchar el himno nacional del país que representan. Nosotros también enjugamos lágrimas al contemplarlos emocionados detrás de la pantalla del televisor.
Aborrecemos, por otra parte, a aquellos que consideramos enemigos de nuestros intereses nacionales. Los percibimos como amenazas que se ciernen sobre nosotros. Si pudiéramos escuchar muchas de las conversaciones que se originan a nuestro alrededor, nos asombraríamos al descubrir las variadas actitudes y opiniones que reflejan discrepancias entre los diferentes grupos nacionales.
El sentimiento de nacionalismo, mal orientado, implica exacerbación de falsos valores, como la presunción, el resentimiento y la intolerancia. Sin lugar a duda, el hombre moderno parece estar obsesionado con la idea del orgullo nacional.
El nacionalismo acérrimo adolece de una visión limitada que sólo aprecia los valores propios; induce, asimismo, sentimientos de enemistad y remordimiento, niega la importancia de la diversidad, ignora los derechos, valores y virtudes de los otros. Por otra parte, menosprecia cualquier arte que no sea el nacional; adopta, asimismo, un discurso de perspectivas cerradas y arrebata a los demás la libertad de defender sus propios criterios.
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