viernes, 28 de mayo de 2010

La Storni, entre la realidad y la fantasía


Por Leonardo Venta

A la Storni, como le llamaba Horacio Quiroga, se le mitifica, se le imagina como criatura, casi deidad poética, que desciende incorpórea al fondo apacible de las aguas. De esa concepción idealizada surge la canción “Alfonsina y el mar”, compuesta por los argentinos Ariel Ramírez y Félix Luna, célebre sobre todo por la interpretación que hizo de ella Mercedes Sosa.

Se cuenta que en la ciudad de San Juan, Argentina, un día de 1898, una niña de 6 años salió corriendo con un libro escolar entre sus manos que sustrajera de un comercio. Más tarde, aquella pequeña, ya con un nombre literario establecido, Alfonsina Storni, llamaba al objeto de su hurto “lo pirateado”.

A muy corta edad, Alfonsina ya calzaba las chinelas de la poesía: “A los doce años escribo mi primer verso… Hablo con él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse…”.

El diario La Capital, de Rosario, ciudad del centro de Argentina, promueve un concurso literario al que Alfonsina, con sólo 11 años, se presenta con un poema que fue rechazado y que contiene un significativo trazo biográfico: “Y por las calles, yo, la miserable, / fui con el sucio libro sobre el pecho. / Era la hora en que las otras niñas / entraban al colegio / con sus trajes azules, con sus libros / limpios y nuevos”.

Se hace maestra, mientras se estremece, soltera embarazada, en medio de un torbellino en que los hijos ilegítimos constituyen anatemas. Alfonsina, seducida por un hombre mayor que ella, fue arrastrada hacia una relación sobre la que prefirió siempre guardar silencio.

Renuncia a su empleo de maestra y se instala en Buenos Aires. “En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos”, rememora su hijo Alejandro. Un año después de nacido éste, publica sus primeros trabajos en la revista “Caras y Caretas”.

Su primer libro fue La inquietud del rosal (1916), una colección de versos. A merced de esta publicación, Alfonsina comienza a frecuentar los círculos literarios masculinos. Le sigue un segundo libro, El dulce daño (1918), de honda intensidad poética.

Después se sucedieron tempestuosas vivencias en aquel Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX; y con ellas, poemas como aquel de “... me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar”, en que lanza un abierto reto al llamado sexo fuerte: “Y cuando hayas puesto / en ellas [las carnes] el alma / que por las alcobas / se quedó enredada. Entonces, buen hombre, preténdeme blanca, / preténdeme nívea, / preténdeme casta”.

En su último libro, Mascarilla y Trébol (1938), reformula su poesía y, para muchos críticos, la de su época. En un entorno en que la mujer estaba maniatada intelectualmente, Alfonsina afrontó dicho desafío. De ella dijo Federico de Onís: “...es la más feminista de las poetisas mayores de esta época: todas ellas, como mujeres, expresan inevitablemente, cada una a su modo, sentimientos femeninos; pero Storni ve además su feminidad como problema no sólo individual, sino social".

Mortalmente enferma, en la madrugada del 25 de octubre de 1938, Alfonsina salió de su casa, sola, para no regresar. En su habitación había dejado una trémula nota de despedida. Ese mismo día, al amanecer, dos jóvenes notaron flotando sobre la superficie de la playa La Perla, en Mar del Plata, el cuerpo inerte de una mujer.



Voy a dormir
(Poema de Alfonsina Storni)

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...


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