José Martí dedicó parte de su cautivante prosa al análisis de las artes plásticas
|
Por Leonardo Venta
El impresionismo se originó en el siglo XIX de las discrepancias de un
grupo de artistas con los temas clásicos y las fórmulas artísticas reconocidas
por la Academia Francesa de Bellas Artes.
Su primer objetivo fue conseguir una representación espontánea y libre del mundo. Se le define también como una corriente pictórica que representa su objeto según la impresión que la luz produce a la vista, y no de acuerdo con la supuesta realidad objetiva.
Su primer objetivo fue conseguir una representación espontánea y libre del mundo. Se le define también como una corriente pictórica que representa su objeto según la impresión que la luz produce a la vista, y no de acuerdo con la supuesta realidad objetiva.
José Martí, el apóstol cubano, apasionado
conocedor del arte, en su crónica de 1886 sobre la exhibición de los pintores
impresionistas en Nueva York, afirma: “Quieren copiar las cosas, no como son en
sí por su constitución y se las ve en la mente, sino cómo en una hora
transitoria las pone con efectos caprichosos la caricia de la luz”.
Ya en 1874, Claude Monet había exhibido su
cuadro “Impresión, sol naciente”, que dio su nombre al impresionismo. Por su parte, Theodore Duret, uno de los primeros defensores del
movimiento impresionista, publicó en
1878 su alegato “Les peintres impressionnistes”. En 1879, salió a la luz “L’impressionisme dans le
roman”, un ensayo del crítico literario francés Ferdinand Brunetière.
Los impresionistas tendieron
su singular talento hacia la pintura al aire libre y los temas de la vida
cotidiana. Su principal propósito fue crear una representación espontánea del
contexto, y con ese fin se centralizaron en los efectos que produce la luz
natural sobre los objetos.
Los cuadros impresionistas se realizan
técnicamente a partir de manchas de colores, las cuales se erigen como puntos
de una policromía más vasta. Por ello, al observar los lienzos es necesario
tomar cierta distancia, para percibir el contraste entre las luces, las sombras
y las figuras.
Los precursores lindantes del
impresionismo fueron los ingleses John Constable y J.M.W. Turner. Monet y
Pissarro se inspiraron en la atmósfera y los efectos difusos de luz
característicos de la pintura de Turner. Los pintores de la Escuela de Barbizon
fueron también antecedentes del movimiento impresionista francés. Camille
Corot, calificado en ocasiones como padre del impresionismo, interpretaba los
fugaces cambios lumínicos en una serie de temas pintados a diferentes horas del
día.
Aunque las huellas del
impresionismo francés de finales del siglo XIX trascendieron, el trabajo con la
luz natural tenía otros antecedentes. En el siglo XVII, Jan Vermeer había
utilizado fuertes contrastes de luces y sombras en sus lienzos. Diego Velázquez
en el mismo siglo y Francisco de Goya, a finales del siglo XVIII, consiguieron
la impresión lumínica mediante la supresión de sombras accesorias y el establecimiento
de zonas de luz en menoscabo de la transparencia de los contornos.
José Martí calificó a los
artistas que presentaron sus obras en la neoyorquina Exposición de los pintores
impresionistas, en 1886 como “los pintores fuertes, los pintores varones, los
que cansados del ideal de la Academia, frío como una copia, quieren clavar
sobre el lienzo, palpitante como una esclava desnuda, a la naturaleza”.
Leemos en el tomo 13 de las Obras
Completas de Martí: “Sobre una pintura impresionista, no se puede decir otra
cosa que: 'Aquí hay talento'. Este elogio no debe satisfacer a los verdaderos
artistas. Si existe talento, debe producir grandes obras. Cuando imitamos,
imitamos a menudo lo malo. En pintura, como en literatura, los americanos
mantienen sus ojos celosos sobre las glorias europeas. Les gruñimos, pero
permanecemos esclavos de ellas. Mientras esta admiración servil nos domine,
nunca seremos capaces de producir nada meritorio del Nuevo Continente”.
El concepto de impresionismo
en la literatura es aun más difícil identificar que en la pintura. Se dice que
los escritores impresionistas son aquellos que eluden las descripciones particularizadas
de las impresiones para concretarse en las sensaciones en sí mismas. La pintura
impresionista, como es obvio, se concreta en las sensaciones visuales, pero la
literatura la supera al representar y analizar las agitaciones de todos los
sentidos.
El impresionismo en la literatura
funde y profundiza la experiencia de las emociones internas con las externas. El
mundo físico se representa a través de las impresiones, mientras los
sentimientos y pensamientos son representados metafóricamente.
En la única novela escrita por
José Martí, Amistad Funesta, que fue
publicada por primera vez en 1885, en varias entregas del periódico bimensual
de Nueva York El Latino Americano, aparecen rasgos de este movimiento tan
pictórico como literario. El profesor Manuel Pedro González, un ferviente
estudioso de la obra martiana, considera que "en ella se funden y aplican
con arte refinado por primera vez en una narración hispana los procedimientos
de la estética parnasiana, la simbolista y la impresionista".
Alejo Carpentier es uno de los
primeros en reconocer el alcance, pionero para su tiempo, de la crítica
martiana con respecto a la pintura impresionista. La ensayista y crítica de
arte Adelaida de Juan explora el vínculo entre Martí y el impresionismo en su
ensayo "Pintar como el Sol Pintura: José Martí y la pintura impresionista
francesa".
Martí, que propone a Renoir
como el gran artífice del movimiento impresionista francés, se refiere a sus
cultivadores de la siguiente manera: "Quieren pintar en el lienzo plano
con el mismo relieve con que la naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren
reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz
fugaz los enciende y reviste. Quieren, por la implacable sed del alma, lo nuevo
y lo imposible".
En Amistad funesta, luces y
sombras captan lo físico para brindarle una connotación sensorial que tiene mucho
de cuadro impresionista. Comprobemos lo antedicho en el siguiente fragmento del
mencionado texto martiano: “Y allá, en la
penumbra del corredor, como un rayo de luz diese sobre el rostro de
Juan, y de su brazo, aunque un poco a su zaga, venía Lucía, en la frente de él,
vasta y blanca, parecía que se abría una rosa de plata: y de la de Lucía se
veían sólo, en la sombra oscura del rostro, sus dos ojos llameantes, como dos
amenazas”. Martí, además, utiliza imágenes poéticas elaboradas con sensaciones
para representar el cosmos espiritual de sus personajes. Si bien, el elevado espíritu
del escritor ubica las impresiones en un nivel superior valiéndose de su
indiscutible genio creador.