viernes, 21 de diciembre de 2018

El mejor regalo de Navidad

"El Nacimiento de Jesús" (1302-1305), de Giotto di Bondone, es un punto de inflexión en la evolución de la rígida estilización medieval hacia el renacimiento florentino.

Por Leonardo Venta

            Cuando nos disponemos a celebrar la Navidad, retomamos el recurrente empeño de idearnos una experiencia feliz. Cada persona esgrime un dictamen diferente sobre la felicidad. Para Sócrates, "no se encuentra en la búsqueda de más, sino en el desarrollo de la capacidad para disfrutar de menos”. El novelista y filósofo ruso Liev Nikoláievich Tolstói concuerda con el pensador griego al escribir: “Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo".
            La arbitrariedad, con sus veleidosas desinencias, no constituye el fundamento que nos ha motivado a hurgar en los entresijos de este tema. La sociedad actual ha vaciado la Navidad de su verdadero significado religioso, desvirtuando la profundidad de su mensaje y celebración. Cristo, epítome del Amor, es su razón y esencia.
            Es posible dar la impresión de ser felices cuando no lo somos. La dicha navideña –que no tiene nada que ver con el consumismo que cada año prolifera en la conmemoración del nacimiento de Jesucristo– pudiera ser espejismo de un principio de amor y fraternidad que hemos damnificado con nuestra indolencia y malas acciones durante todo el año.
            No son los regalos ni las fiestas ni las bulliciosas manifestaciones de cordialidad la esencia del misterio de la Navidad, sino el ejercicio de virtudes y valores que nos identifican con la Segunda Persona de la Trinidad. Santo Tomás define la virtud como un “hábito operativo bueno". Una disposición habitual y firme a hacer el bien debe ser uno de los ornamentos de nuestros arbolitos navideños.
            Cuentan los biógrafos de San Francisco de Asís, que en el mes de diciembre de 1223, en una localidad italiana de la provincia de Rieti, región de Lazio, el Santo de los santos se lamentaba de que la observancia de la Navidad había sido ensombrecida por el consumismo. Angustiado, congregó a varios amigos, junto con algunos animales, y recreó la escena del pesebre, conocida como la Natividad.
            La experiencia de Rieti fue singular y edificante, y a lo largo de los años esa práctica –a la que se agregaron los villancicos– se integró a la celebración del nacimiento del Mesías, oficializada en el año 345 por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno, padres y doctores de la Iglesia Primitiva. Aunque hay quienes consideran que la celebración del 25 de diciembre es el resultado de la degeneración que sufrió el cristianismo a manos del paganismo, sigue siendo la fiesta más importante del año eclesiástico cristiano.
            Sin embargo, no todo los rituales navideños son de origen pagano. En 1742, Georg Friedrich Händel estrenó en Dublín el oratorio "El Mesías", con su célebre coro 'Aleluya'. Como sugiere el título, la composición recorre el nacimiento de Jesús, su muerte y  resurrección. Una de las piezas más populares de la sección de Navidad es "Porque un niño nos es nacido", que se basa en dos versículos del libro de Isaías: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz".
            Policromos compromisos, disimulados estreses, embriagados efugios, desiguales obsequios, producciones de "El cascanueces" integran la nutrida lista de elementos que aderezan esta celebración. Para lenitivo de quien escribe esta nota, no todo es consumismo en las festividades decembrinas; hay padres, que a pesar de tener medios para comprar costosos obsequios, precisan a sus hijos a intercambiar presentes confeccionados por ellos mismos, sin gran valor material, pero con una significación emocional edificante.
            La Navidad es el tiempo propicio para fijar la mirada en "el iniciador y perfeccionador de nuestra fe", cuyas enseñanzas nos exhortan a amarnos los unos a los otros, perdonarnos al igual que Él nos perdona; fraternizar –con amor de madre a hijo– en tiempos favorables y de conflictos; así como cuidar de aquellos que, por la razón que sea, necesiten nuestro auxilio.
            No importa cuánto anhelemos la paz, vivimos en un mundo amenazado constantemente por la violencia, la división y la codicia. Queremos ser honestos, pero la impudicia constantemente nos tiende emboscadas. Procuramos repartir buenas acciones; sin embargo, nos dejamos atrapar por los afanes de la vida y así procrastinamos –o anulamos– dichos buenos propósitos. Necesitamos perdonar, pero no lo hacemos. Afirmamos proponernos el bien ajeno, pero nos deslizamos hacia el egoísmo, la manipulación, la enfermiza competitividad, la xenofobia, el racismo, los prejuicios y el pernicioso orgullo.
            No es el costoso regalo, ni el humilde gesto de cumplido, ni la entrañable cena de Nochebuena, ni el rencuentro con ese distante ser amado, ni la magia que desvanece el desaliento para transformarlo en esperanza, ni la ociosa lágrima que se sublima en tierno detenido gesto, celebrar la Navidad es atesorar la más meritoria de todas las dádivas: Jesucristo, cuyo nacimiento celebramos para que –según establece Tito 3:7– "justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna".  

jueves, 20 de diciembre de 2018

Un toque navideño en el Museo Henry B. Plant



Cada año, la cálida atmósfera de unas vacaciones navideñas al estilo victoriano sobrecoge el antiguo hotel y hoy Museo Henry B. Plant –el símbolo arquitectónico más representativo de Tampa–, localizado en el 401 W Kennedy Boulevard, Tampa, Florida 33606. Sus lujosas habitaciones están engalanadas con adornos decimonónicos navideños, árboles de Navidad y juguetes de la época. La exhibición abre todos los días, de 10 a 8 p.m, hasta el próximo 23 de diciembre. Para más información, por favor, llamar al 813 254 1891 o visitar la página www.plantmuseum.com.

domingo, 9 de diciembre de 2018

La magia del Cascanueces regresa a Tampa


 Gillian Yoder y su partenaire Luke Yee, bailarines principales del New York City Ballet, 
en el Grand pas de deux de "El cascanueces". Foto: cortesía del Straz Center

Por Leonardo Venta 

             Diferentes versiones coreográficas de “El cascanueces” se presentan en numerosos escenarios del mundo esta época del año. Varias producciones tendrán lugar en Manhattan (incluyendo “The Yorkville Nutcracker”, “The Knickerbocker Suite” y “Nut/Cracked”); en Brooklyn, se bailará el singular lúdico arreglo coreográfico de Alexei Ratmansky para el American Ballet Theatre (ABT); y, el recién concluido mes de noviembre fue el estreno de la película “El cascanueces y los cuatro reinos”, adaptación de Disney del relato de uno de los ballets clásicos más célebres, protagonizado por Mackenzie Foy, Keira Knightley y Helen Mirren, y que en corto tiempo ha originado una extensa sarta de críticas negativas.
            Al francés Marius Petipa, que llegó a ser director de coreografía del Ballet Imperial Ruso en el siglo XIX, le debemos el perfeccionamiento de la danza clásica con argumento largo y completo que ha sobrevivido hasta nuestros días. “El cascanueces”, “La bella durmiente” y “El lago de los cisnes” –todos de Petipa– son magníficos ejemplares de este tipo de producciones.
            Creado en 1892, al enfermarse Petipa, “El cascanueces” pasó a manos de su asistente ruso Lev Ivanov. Basado en el cuento de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, este ballet en dos actos narra una historia de Nochebuena, donde la pequeña Clara recibe como regalo de su tío Herr Drosselmeyer un cascanueces con aspecto de soldado, el cual la conducirá por parajes de ensueños.
            Si no hubieran suficientes razones para asistir ininterrumpidamente cada temporada a la puesta de este ballet-cuento de hadas, los seductores matices orquestales de Chaikovski son sobrados motivos melódicos para hacerlo. Entre las muchas producciones de “El cascanueces”, la del genio George Balanchine (1954, revisada en 1964) sigue siendo la más popular. Todo espectador neófito, sin importar su edad, en su primer suspiro de puntas, se quedará boquiabierto ante la colosal creciente gradación del árbol de Navidad en el primer acto, el céfiro sosiego de los copos de nieve al caer, o la Clara que desde su adormecido lecho se deslumbra con soldados de juguete que cobran vida, y principescos moradores de exóticos paisajes remotos.
            El cascanueces balanchiniano, a pesar de tener su hogar en Nueva York, no es exclusivo de la ciudad que nunca duerme. Estas fiestas decembrinas será interpretado por el Ballet de Alabama, el Miami City Ballet, el Oregon Ballet Theatre y el Ballet de Pensilvania, entre otros. Con una producción mucho más ecléctica y espacialmente colindante, el Ballet de Orlando, sitiado por Disney, los Estudios Universales y Sea World,  presentará también su “Cascanueces” en el Bob Carr Performing Arts Centre, bajo la dirección artística de Robert Hill, desde este viernes, 7 de diciembre, a las 7:30 p.m., hasta el domingo, 16, a las 2 p.m.
            Por su parte, “Next Generation Ballet” (NGB), del Conservatorio Patel, bajo el comando artístico de Philip Neal, se ataviará de llamativos accesorios teatrales, coloridos tules y armoniosos brocados para sus presentaciones en el Carol Morsani Hall del Straz Center for Performing Arts, el  viernes, 21 de diciembre, a las 7 p.m.; el sábado, 22, a las 7 p.m. y una función de matinée a las dos de la tarde; para concluir el domingo, 23, a la 1 y 6 p.m. Los artistas invitados Tiler Peck y Tyler Angle –bailarines principales del New York City Ballet– interpretarán los papeles del Hada del Azúcar y su caballero (el sábado y el domingo), así como Katia Carranza y Renán Cerdeiro, artistas de igual rango provenientes del Miami City Ballet (el viernes), junto con los galardonados jóvenes bailarines del Next Generation Ballet. Las actividades previas al espectáculo incluirán fotos familiares con el divertido Santa Claus y villancicos en vivo.