La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 30 de enero de 2015

"Canto Vital", coreografía de Azari Plisetski para el Ballet Nacional de Cuba


“Canto Vital, coreografía de Azari Plisetski, música de Gustav Mahler – «Rondó final» de su Sinfonía Núm. 5 en Do sostenido –, vestuario de Salvador Fernández, intérpretes: Arián Molina, José Lozada, Osiel Gounod y Yanier Gómez, en la Gran Gala de clausura del Festival Internacional de Ballet de La Habana, el 7 de noviembre de 2012. Este pas de quatre, que experimenta hondamente con las posibilidades expresivas de la danza masculina, aborda las luchas y esperanzadora firmeza del hombre en sus primogenias manifestaciones por la sobrevivencia sobre los elementos de la naturaleza.


  En agosto de 1979, Orlando Salgado, Andrés Williams, Lázaro Carreño y Raúl Barroso interpretan “Canto Vital”, en el Teatro de la Universidad de Río Piedra, en San Juan de Puerto Rico, seis años después de que el 1º de marzo de 1973 los mismos bailarines, a excepción de Jorge Esquivel en lugar de Raúl Barroso, lo interpretaran en su estreno mundial en el Teatro García Lorca de La Habana.  En una visita del desaparecido Anton Dolin a la capital cubana, en la década de los años setenta, me confesó en el vestíbulo del Hotel 'Habana Libre' que “Canto Vital” era su pieza predilecta del repertorio contemporáneo del Ballet Nacional de Cuba.

Ver enlace: http://eciencia.urjc.es/bitstream/10115/6378/4/CB1979_10N1_p_47-49.pdf





domingo, 18 de enero de 2015

Exitosa gala de “Youth America Grand Prix”

Adiarys Almeida en “Don Quijote”

Por Leonardo Venta

               Nunca percibí tan rejuvenecidos el vestíbulo y la sala del Morsani del Straz Center de Tampa como el pasado sábado, 10 de enero de 2015; y es que entre la nutrida concurrencia que acudió a la decimosexta edición de la gala “Youth America Grand Prix”, resaltaban no pocos erguidos torsos y elegantes cuellos de cisne para evidenciar el carácter danzario de la velada. Si Degas hubiese estado presente, algunas de estas bailarinas hubiesen inspirado uno que otro pastel impresionista.
 
              Llegamos justo al comenzar la función; nos escurrimos en una sala casi llena, entorpeciendo con nuestra agitada respiración y torpe paso el conjuro de la música y el seductor movimiento que se disipa en el mismo instante que se crea, mientras el escenario mutaba tonalidades en un embrujo similar al que originan las hadas en su empeño por escoger el color adecuado al traje disneylezco de la Princesa Aurora en “La bella durmiente”.
 
       Si bien, no asistíamos a la puesta de un ballet completo, presenciábamos un derroche de variaciones solistas, pas de deux, pas de trois y números grupales. La carencia de escenografía, como es habitual en los programas de concierto, asentó el peso del espectáculo en la iluminación, el vestuario, la música y, sobre todo, la proyección escénica de los artistas.
 
            Cada mitad de la gala, titulada “Estrellas de hoy se encuentran con las estrellas del mañana”, comenzó con una selección de lo mejor entre los jóvenes competidores del “Youth America Grand Prix”, que tuvo a Tampa como sede de una de las 15 semifinales regionales en Estados Unidos. La intervención de figuras reconocidas en el celaje de la danza, ofreció realce al concierto.
 
            Un programa de esta índole es como un delicioso festín para los sentidos. Hubo desde danza de salón (Ballroom dance), con “Paso doble”, autoría de Donnie Burns y Gaynor Fairweather, con la soberbia interpretación de Denys Drozdyuk y Antonina Skobina; el aporte de dos figuras del Momix, una compañía con un marcado sello de ilusionismo; la sublimidad de un pas de deux al estilo neoclásico de Antony Tudor; hasta encantadores solos, delicados adagios, briosas variaciones y codas en que cada bailarín y bailarina perfilaba sobre el escenario lo mejor de sí.
 
            La primera parte cerró como debía cerrar, con uno de los pas de deux más interpretados del repertorio clásico, “Diana y Acteón”, en que Amar Ramasar, primer bailarín del New York City Ballet, y la suave y elegante Rebecca King hicieron derroche de todo lo que requiere bailarlo. Los foutées de la estadounidense, actual solista del Ballet Nacional Checo, fueron preciosamente bordados. Ramasar conformó con ella una excelente pareja.
“Acqua Flora”, creación de Moses Pendleton, coreógrafo y director de Momix.
              En una creación de Moses Pendleton, coreógrafo y director de Momix, Nicole Loizides hizo de “Acqua Flora” una fusión de la delicada música de Deva Premale y efectos visuales estéticamente inusitados. No nos atrevemos a reprochar los guiños circenses de la pieza y el alejarse cuantiosamente de lo que consideramos danza, por la belleza que prodiga. El cuerpo de Loizides estuvo todo el tiempo cubierto por una  luminosa jaula elástica, en forma de vestuario, que al ella constantemente girar originaba imágenes fantásticas.
"Millennium skiva", coreografía de Moses Pendleton. 
En "Millennium skiva", también de Pendleton, Loizides y Steven Esdras realizaron todo un paso a dos con esquíes de nieve inicialmente adheridos al escenario, creando una ilusión plateada en que dos seres se interrelacionaban de una manera nada habitual.
 
             Y si es cierto que lo mejor siempre se deja para último, así lo justifica la intervención de las parejas formadas por Stella Abrera, solista del American Ballet Theatre, y Sascha Radetsky, ex solista de dicha compañía; así como Adiarys Almeida, artista independiente, y Brooklyn Mack, del Washington Ballet, al contrastar respectivamente la sutileza neoclásica del paso a dos “Leaves Are Fading (Las hojas se marchitan)”, trabajo casi póstumo de Antony Tudor, con la bravura, el clasicismo y las exigencias técnicas del Grand pas de deux de “Don Quijote”, creado por Marius Petipa sobre música de Ludwig Minkus.
 
             “Las hojas se marchitan” es un bálsamo, corona de suavidad y pureza, en que el lenguaje artístico de la pareja trasluce una grisácea nacarada atmósfera, superponiendo la tosquedad mundanal para remitirnos a un idilio escénico, introspectiva evocación del amor que ha envejecido: fusión de cuerpos en una especie de poesía de la danza. Abrera y Radetsky, esposos fuera del escenario, lograron transmitir admirablemente la magia afectiva de esta pieza.
Adiarys Almeida y Brooklyn Mack, en bastidores, la noche de la gala.
Foto: cortes
ía de 
Adiarys Almeida.
La briosa Adiarys Almeida cerró la gala con Brooklyn Mack, del Washington Ballet. Ya habíamos visto su Odette-Odile, junto a Taras Domitro, en el Jackie Gleason de Miami Beach, en febrero de 2008, a raíz del debut en Estados Unidos del bailarín cubano y actual astro del San Francisco Ballet.
 
            Anticipamos que tanto Almeida como Mack sacarían chispas al sumamente retador pas de deux de “Don Quijote”. Así fue. La Kitri de Almeida (se aprecia el “sello” de la escuela fundada por Fernando y Alicia Alonso) se impuso desde que entró a escena con su lucido abanico para desafiar cada reto que exigía el adagio. La variación fue pulida; la coda, fascinante, con fouettés y triples piruetas intercaladas, algo poco común. Fue un “Don Quijote” de lujo, técnica y artísticamente.
 
  Finalizada la velada, bajo una lluvia de aplausos, los invitados hicieron una fugaz demostración retrospectiva de lo bailado, en la que el joven cubano Reynaldo Vergara (sólo lleva tres meses viviendo en Estados Unidos) nos dejó boquiabiertos con los osadísimos cabrioles dobles correspondientes al pas de deux de “Las llamas de París”. 
          

miércoles, 14 de enero de 2015

Un concierto con Manuel Barrueco


Puerto Rico y Cuba juntan composición y guitarra

Por Leonardo Venta

"A pesar de que no toco la guitarra, a mí siempre me ha fascinado la idea de escribir para el instrumento. Cuando Manuel Barrueco me hizo la propuesta de componer "Concierto Barroco", no tuve duda alguna en hacer un concierto inspirado en la obra de Alejo Carpentier. Para mí la relación con Manuel no está basada en nuestro origen caribeño, a mí me interesa Manuel, el artista. Él es quizás el más grande guitarrista de la segunda mitad del siglo XX. Yo he tenido la buena fortuna de contar con sus dedos para mi trabajo como compositor".
                                                           Roberto Sierra
“Hay una expresión que me encanta, la cual dice que uno escoge de quien se enamora; y cuando me preguntan por qué escogí la guitarra, respondo: porque es un instrumento muy importante en la cultura cubana. No es nada extraño para un cubano tocar la guitarra”, afirma Manuel Barrueco.
Sí, es uno de los instrumentistas más importantes de nuestra época. Se comenta – en cualquier idioma, en cualquier latitud – de su estilo elegante, de su impar seductor lirismo. Se le tilda de ‘músico superior’.

No hay escenario célebre que no le reconozca. Los acerados cristales del real londinense domo Albertiano han destilado decimonónica cálida humedad al escuchar los acordes de su instrumento de mástil largo con trastes y cuerdas.

La hermosa sala del Musikverein de Viena ha detenido su refinado aliento, enternecida, ante la pauta más simple en que puede vibrar una de las seis cuerdas que revisten su caja de resonancia en forma de ocho.

La perfecta acústica del Concertgebouw de Ámsterdam, se ha detenido a calar con esmero el embelesado conjuro entre artista e instrumento. Le ha sonreido la espaciosa sala de la Philharmonie de Berlín; le ha gritado ¡olé! el monumental Teatro Real de Madrid, y ha intercambiado miradas de complicidad con los animados palcos del Palau de la Música de Barcelona.

El Japón de Toru Takemitsu le ama. Los rasgados ojos de Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong le reclaman. México, Brasil, Colombia, Costa Rica y, sobre todo, Puerto Rico le recuerdan su amado y distante (en el tiempo) Santiago “de cintura caliente y gota de madera”, al decir de Federico García Lorca.

Estados Unidos, generoso abrigo de la diáspora cubana, conoce cada costado del hombre y el artista, desde Miami, donde emigrara en 1967 con su familia, pasando por Los Ángeles, la siempre afanada afamada Nueva York, hasta la ciudad de Baltimore, en el estado de Maryland, donde ejerce como profesor y reside con su esposa Asgerdur.

Para acercaros a Manuel Barrueco, el artista, he escarbado todo el espacio y el tiempo que me ha sido posible en vísperas a sus conciertos en el Straz Center de Tampa, el 16 de mayo; en el Mahaffey de Saint Petersburg, el 17; y en Clearwater, el 18, junto a la prestigiosa Orquesta de la Florida.

El programa incluye el “Concierto Barroco” del gran compositor puertorriqueño Roberto Sierra, creado a petición de Barrueco, e inspirado en la novela homónima de Alejo Carpentier. En la composición de Sierra, la música tropical se apropia de los aportes del barroco europeo para reformularlos y brindarle un nuevo perfil.

El concierto, bajo la batuta del director invitado de origen rumano Cristian Marcelaru, lo completan “Jeu de Cartes (Juego de cartas)” de Igor Stravinsky, y la “Sinfonía patética” de Chaikovski, que dirigiera el gran compositor ruso en su estreno en San Petersburgo, el 16 de octubre de 1893, nueve días antes de su muerte.

Desde su hogar en Baltimore, vía telefónica, el gran guitarrista Manuel Barrueco nos abrió una ventana para divisar un tanto su horizonte artístico y humano. Alleguémonos confiadamente:

¿Con cuál movimiento musical te identificas?

– Me gusta todo tipo de música y todo eso desemboca en lo que cultivo: la guitarra clásica.

¿Otra faceta tuya como guitarrista?

– Una faceta del guitarrista clásico, por lo general, ha sido el desarrollo del instrumento, de asegurarse de que otros compositores escriban música para guitarra.

¿Cuál es la sala de concierto donde más te ha impresionado interpretar la guitarra?

– En el Lincoln Center de Nueva York hay una serie que se llama “Great Performers (Grandes Intérpretes)”. Toqué hace dos años un par de veces allí. Tocar en ese lugar me impresionó, quizá porque viví en Nueva York, pero de momento que estuviera tocando en la serie “Grandes Intérpretes” me impresionó.

¿Era la primera vez que tocabas en el Lincoln Center?

– No, ya había tocado allí varias veces. Si bien, ésta era la primera vez que lo hacía en la serie de “Great Performers”, sin acompañamiento de orquesta.

¿Qué opinas de haber trabajado con la Orquesta de la Florida en 2009?

– Me gusta el ambiente de la orquesta, muy bonito. Me agradó haber trabajado con Daniel Binelli; es un músico estupendo.

Sé que has trabajado con Plácido Domingo. ¿Qué puedes decirnos de esa experiencia?

– Yo hice un disco con él. En el disco toqué dos conciertos con guitarra y orquesta de Rodrigo y él fue el director; en ese disco también hay como cuatro canciones que él canta y yo le acompaño.

¿Planes?

 – Ahora mismo estoy terminando un disco titulado “China West”, con un dúo que se llama “Beijing Guitar Duo”, integrado por dos mujeres chinas que se llaman Meng Su y Yameng Wang. Hay un movimiento importante con la guitarra en China. Hay muchos jóvenes talentos que están surgiendo, y ellas son fantásticas. Su maestro en China las trajo una vez a Hong Kong, cuando yo estaba tocando allá, para que yo las escuchara y para trabajar con ellas, y en la actualidad llevan como 6 u 8 años estudiando conmigo.

¿Qué no has logrado que te gustaría lograr?

 – Seguir mejorando y seguir haciendo proyectos interesantes. A mí me gusta experimentar. El último disco que hice fue una obra llamada “Medea”, de un compositor flamenco que se llama Manolo SanLúcar. En realidad es un ballet, coreografía de SanLúcar, para el Ballet Nacional de España. SanLúcar me dijo que escogiera movimientos de ese ballet para crear un concierto para guitarra y orquesta, y lo grabamos en Tenerife.

¿Hobbies?

– Me gusta el vino. Me gusta vivir.

¿Qué has sentido de especial en tus presentaciones en Latinoamérica?

– Lo más cercano a Cuba para mí es Latinoamérica, la gente es dulce y agradable. Me gustaría ir a algunos lugares a los que nunca he ido.

¿Cuáles?

– Me gustarla ir a Argentina y Perú, lugares donde no he estado todavía… otros países también.

¿Qué puedes decirnos sobre “Concierto Barroco”?

– Lo he tocado antes y lo he grabado. Es basado en una novela de Carpentier que se llama Concierto Barroco, donde hay un capítulo que se desarrolla en Venecia. Allí, algunos compositores barrocos europeos se tropiezan con un esclavo negro cubano tocando en cazuelas. Le pregunté a Roberto Sierra, un excelente compositor puertorriqueño, si le gustaría escribir sobre la obra, y a él le encantó la idea.

¿Qué hace especial tu trabajo con Roberto Sierra?

 – Yo creo que es un gran compositor, uno de los mejores de Latinoamérica e incluso de Estados Unidos, y está el vínculo que él sea puertorriqueño y yo cubano, dos culturas muy parecidas. Además, en sus composiciones el emplea elementos de nuestra música caribeña. Lo conozco desde la década de los ochenta, pero sobre todo me vincula a él su calidad como compositor.

¿Tu conexión con Puerto Rico?

– Yo quiero mucho a Puerto Rico y a su gente. Para mí es lo más cercano a estar en Cuba: estar allí con los muchachos y los maestros, somos muy parecidos. Es un lugar precioso…llegar a San Juan en avión y ver el Mar Caribe es algo hermoso.

¿Algún modelo en el aspecto artístico?

Hay muchas influencias. En lo que se refiere a la guitarra, cada día admiro más a Andrés Segovia.