La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 19 de julio de 2014

“Don Quijote”, un sueño consumado para el Tampa City Ballet

Gretel Batista y Brandon Carpio debutaron exitosamente en los papeles estelares de "Don Quijote"
Por Leonardo Venta 

 El Tampa City Ballet presentó el domingo, 15 de junio su versión del clásico “Don Quijote” en la Universidad del Sur de la Florida. Presenciamos una encantadora producción que marcó el estreno en Tampa – por una compañía local – de la versión completa del ballet inspirado en los capítulos que comprenden la historia de amor entre el barbero Basilio y la bella Quiteria (Kitri) de la obra homónima de Miguel de Cervantes.

 Conscientes de que se nos escaparán numerosas primicias, hermosos particulares pequeños-grandes estrenos – entre un nutrido brillante elenco de bailarines sumamente jóvenes –, valga resaltar a manera de epítome – como presagiáramos – el exitoso debut de Gretel Batista y Brandon Carpio en los papeles estelares.

 Basado en el clásico que Marius Petipa creara en la segunda mitad del siglo XIX para los Teatros Imperiales de Rusia, y escoltado por múltiples revisiones – entre ellas la que Paula Núñez y Osmany Montano realizaran para esta ocasión –, el programa de “Don Quijote”, en tres actos, llegó hasta nosotros arrebujado de seductora lozanía.

 Núñez, coreógrafa, maître y directora artística del America’s Ballet School, una academia de danza clásica que opera en Tampa desde el 2002, es junto a Montano, maître de ballet de la referida institución, el alma del Tampa City Ballet, fundado por ellos hace solamente tres años para darle esperanzado nombre a nuestra ciudad en el olimpo de las puntas, los arabesques, las pirouettes, los entrechats y los grand jetés.

La escenografía, compuesta por telones gigantes pintados en los talleres del Ballet Nacional de Cuba, además de hacer gala de un agraciado dominio de la técnica pictórica, conformó el ambicioso propósito de recrear la España del siglo XVII, ajustándose a un presupuesto razonable. Entrelazándose, el colorido vestuario, diseñado por Véronique Chevalier, y la preciosa música de Ludwing Minkus nos hicieron olvidar por dos deliciosas horas el entorno al que realmente pertenecemos.

El primer acto nos emplazó gradualmente en el contexto histórico de la novela de Cervantes, adentrándonos, transcurridos pocos minutos en una Barcelona contagiosamente taurina, de jubiloso brío, danzantes capas y expresivos abanicos que aprobaban al compás de la música el ímpetu en derroche de los efebos toreros en todo su despliegue coreográfico. Refrescante fue la interpretación de Kadin Mentas en el rol de Espada, mientras Stephanie Carpio le daba un gustillo exóticamente oriental a la pujante Mercedes.

En todo el ballet, prevaleció la vocación coreográfica de Núñez, el buen gusto, la creatividad estilizada, el amor por los detalles. Hubo momentos de gran lirismo y libertad creativas, como el diálogo danzario en el segundo acto, el manejo de la luz, el simétrico aliento onírico del cuerpo de baile en las poses y bordados movimientos en su función grupal, así como la acentuada atmósfera de ambicionada vaguedad para sugerir la sutil disyuntiva entre la realidad y la ficción quijotesca, como parte de un ensamblaje admirable de recursos escénicos de todo tipo que consumaron el hálito etéreo de esta parte de la trama.

En el segundo acto, nos embriagamos bajo el conjuro de la danza – adueñándonos del término que tanto menudeara Lezama Lima para definir esa indecible magia de lo inexplicable –. Nunca imaginé que bailarinas y bailarines tan jóvenes pudieran concertarse tan armónicamente en el hipnotizante elevado sortilegio del sueño quijotesco. Resaltó en este episodio Kate Robichaux en el desempeño del personaje “Amour”. El tercer acto nos desperezó al compás de vitalidad grupal, musical admirablemente homogeneidad y, sobre todo, a través de la lucida bravura de los bailarines y bailarinas que se escurrió hasta nuestras butacas para provocar el acompasado contagioso cómplice movimiento de nuestros pies.

 “Don Quijote” no es una excepción a la regla de todo convite danzario. Lo mejor se reserva para el final, y los asistentes a esta histórica función de estrenos no fueron defraudados por el desempeño de los personajes protagónicos en el nupcial “grand pas de deux” del tercer acto, el cual exige la más depurada técnica académica, precisión en los movimientos y sobresaliente talento interpretativo.

 Gretel Batista probó ser la Kitri ideal, técnica y artísticamente. En tanto, Brandon Carpio, de sólo 17 años de edad, otorgó a su concepción escénica de Basilio – según nos confesara, un sueño hecho realidad – los requerimientos de una divertida, cariñosa, apasionante y refrescante personificación.

sábado, 5 de julio de 2014

El Teatro Lírico de Tampa revive "La viuda alegre"

Michael Pruitt, como el Conde Danilo, y Jessica Morin, en el papel de Anna Glawari, tuvieron un debut muy aplaudido en los roles protagónicos de “La viuda alegre”


Por Leonardo Venta


“La viuda alegre” – la obra más representativa del compositor austro-húngaro Franz Lehár, precisada por la exquisitez de un casi extinto ideal aristocrático, la gracia de sus deliciosos valses, un refinado humor y atractiva trama de equívocos y galanteos – fue la pieza que el Teatro Lírico Español de Tampa presentara en inglés el sábado, 10 de mayo, y el domingo 11 en la sala teatro del Centro para las Artes con sede en el Hillsborough Community College de Ybor City.



Estrenada en Viena el 30 de diciembre de 1905, estructurada en un preludio y tres actos, la obra centra el desarrollo de su trama en divertidos pretendientes que se deshacen por conquistar la codiciada mano de la acaudalada viuda Anna Glawari, en el París de finales del siglo XIX. Aunque la acción transcurre en la capital francesa, la trama nos remite a Pontevedro, que pudiese o no referirse a la decimonónica historia del montañoso Montenegro.


El libreto, escrito originalmente en alemán por Victor Léon y Leo Stein, y traducido a la lengua shakesperiana por Merle "Ted" Puffer y su esposa Deena, contó con la adaptación del polifacético y talentoso René González, director tanto de la obra como de la compañía, quien nos confesó concluida la función que incorporó al libreto elementos de la versión española para enriquecer el resultado hilarante de la opereta.


En más de cinco décadas de existencia, el Teatro Lírico Español ha sabido reverenciar las figuras tradicionales de su elenco; al mismo tiempo que se ha reformulado y enriquecido con nuevos talentos, como quedó probado el pasado fin de semana, cuando Michael Pruitt, como el Conde Danilo, y Jessica Morin, en el papel de la alegre viuda Anna Glawari, consumaron su exitoso debut en los roles protagónicos.


A la hora de evaluar el trabajo del reparto, es preciso establecer la dicotomía canto/actuación, sin olvidar que la opereta alterna pasajes hablados con fragmentos cantados, partiendo de unos inicios en que se perseguía parodiar el estilo circunspecto y dramático de la ópera. En ambas presentaciones, la parte actuada se sobrepuso a la cantada, teniendo en consideración la libertad expresiva que caracteriza al género en la búsqueda de una sonoridad más conveniente.


Aunque ambas presentaciones fueron exitosas, las interpretaciones vocales resultaron más acertadas la matinée del domingo. En el aspecto actoral, tanto sábado como domingo, los actores y actrices mostraron gran soltura escénica, dominio de la gesticulación, gracia, profesionalismo, armonía grupal y, sobre todo, hicieron ostensible y contagiosa la alegría que bien vaticinaba el título del espectáculo musical.


Dos violines, una viola y un violonchelo, armonizaron deliciosamente con el piano del director y arreglista Steve MacColley, para propiciar un armónico acompañamiento musical, que en su perfecta ubicación frente al proscenio nos evocaba los tan lenitivos conciertos de cámara. Hubo momentos en que no sabíamos si fijar nuestra mirada en el escenario o sobre el elegante cuadro que presentaban los uniformes músicos.


La labor de nuestro hombre orquesta, René González, junto a Marilyn Wadley, en la escenografía, pudiéramos calificarla de épica, al lograr con tan discretos elementos una arrobadora atmósfera de suntuosidad. Aparte del trabajo de los músicos, los personajes protagónicos, el acoplado coro y las tres bailarinas, que añadieron colorido a las espiraciones coreográficas de Cyndee Dornblaser, el desempeño de Gonzáles y Wadley en el vestuario puso en funcionamiento los engranajes que develaron los valores medulares de la sociedad aristocrática decimonónica europea, al mismo tiempo que desplegaban ante nosotros un museístico derroche estético.


La puesta en escena, como un todo, logró su cometido: enriquecer y vivificar nuestros sentidos, librarnos de las preocupaciones y afanes diarios, ofrecernos solaz estético, transportarnos a lugares, tiempos y personajes diferentes a los de nuestra realidad cotidiana, hacernos sonreír y soñar. Al abandonar el teatro experimentamos una sensación diferente – asombrosamente plácida – a la que sintiéramos cuando llegamos.